El mayor humedal del mundo responde al apropiado nombre de Pantanal y se encuentra al suroeste de Brasil. Hasta hace poco tiempo, las únicas noticias que llegaban de esa remota región de Sudamérica eran ofertas de turismo de aventura para trepidantes excursiones entre jaguares, caimanes y nutrias gigantes. Ahora, las últimas nuevas alertan de que el avance de la agroganadería amenaza esa extraordinaria reserva de la biodiversidad.
Pantanal se enmarca en la cuenca superior del río Paraguay, de cuyas aguas depende (en la estación húmeda, más del 80% de sus tierras bajas quedan sumergidas). Se extiende por un área de 145.000 kilómetros cuadrados (algunas estimaciones elevan esa cifra a 195.000 Km2). Este gigantesco delta fluvial interior acoge a más de mil especies de pájaros, 80 de mamíferos, 50 de reptiles y 250 de peces (incluida la temible piraña); una riqueza faunística que hace las delicias de los ecoturistas, puesto que en esta sabana los animales son mucho más fáciles de observar que en la tupida foresta amazónica.
En el año 2000, el humedal fue declarado Patrimonio Natural de la Humanidad por la UNESCO , una declaración que sin duda contribuyó a su valorización de cara a la opinión pública, aunque no ha bastado para impedir su degradación. La organización 'Conservation Internacional' denuncia que el 63% de los bosques en las regiones altas y el 17% de los árboles en las tierras bajas han sido destruidos.
Sólo una pequeña fracción del inmenso espacio natural (2% de su superficie) se ha protegido; en el resto, los fazendeiros (terratenientes) tienen carta blanca para deforestar a discreción. Los altos árboles tropicales caen para dejar sitio a pasturas para el ganado. Detrás del hacha está el formidable crecimiento de la ganadería, que ha permitido al país triplicar sus exportaciones de carne vacuna en los últimos cinco años.
Hay más responsables del estropicio. Las exportaciones brasileñas de arrabio se han sextuplicado desde 2003; y como en el caso anterior, este "milagro económico" tiene bases nada sostenibles. La demanda de carbón vegetal de los hornos siderúrgicos ha acelerado la deforestación. "Hemos radicado aquí nuestras instalaciones con la idea de aprovechar la madera resultante del avance de la frontera agrícola", admite Vitor Feitosa, director de operaciones de la fundición MMX, de la localidad de Columba.
Los daños ambientales ya son visibles. La erosión derivada de la tala ha estimulado la formación de grandes bancos de arenas en los ríos Tacuarí y Negro, entorpeciendo la navegación, informa una crónica de Reuters. Y el cronista nos previene que habrá más: "Los ríos cambiarán de curso, aparecerán y desaparecerán lagos, y la forma de Pantanal también cambiará", advierte Sandro Menezes, portavoz de 'Conservation Internacional'.
Tímidamente, las autoridades federales han comenzado a reaccionar. Han empezado por prohibir el cultivo de caña de azúcar destinada a la producción de etanol. Como es público y notorio, el biocombustible obtenido mediante el precio de la destrucción de los bosques tropicales ha suscitado un escándalo mundial. Atento a ello, el gobierno brasileño se comprometió solemnemente a no permitir que Pantanal se convierta en un gigantesco cañaveral. Esperemos que haya más medidas de ese tipo.
Hasta ahora, la Amazonia acaparaba la preocupación de los defensores de las selvas tropicales. Visto lo visto, Pantanal también se merece una parte de nuestra atención.
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