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Sabra y Shatila, un episodio que el cine mantiene vivo

  • Hoy se estrena en España 'Vals con Bashir', basada en la matanza de 1982
  • Hablamos con el primer periodista que entró en los campos de la masacre
Por MARIAN HENS (SOITU.ES)
Actualizado 20-02-2009 09:55 CET

En Israel no se habla de otra cosa y en Líbano no paran de comentar su impacto a escondidas. El documental animado del director israelí Ari Folman —que se estrena hoy en España— reexamina el dudoso papel de Israel en la masacre perpetrada en 1982 contra refugiados palestinos en los campos de Sabra y Shatila, en territorio libanés. Pero, aunque cinematograficamente pocos dudan de sus méritos, la película ha removido sensibilidades políticas.

La cinta 'Waltz with Bashir' (Vals con Bashir) ha acumulado una interminable serie de galardones: Globo de Oro a la mejor película extranjera, Palma de Oro en Cannes, Premio Especial del Jurado del Festival de Gijón, Premio de la Academia Israelí de Cine, segunda favorita a los Óscar, por citar algunos. Pero su enfoque ha abierto un debate entre la izquierda y la derecha israelí, y provocado el boicot en el vecino Líbano.

Folman prestó su servicio militar en el Ejército israelí durante la invasión del Líbano en los ochenta y fue parte de las fuerzas que permitieron la entrada de los falangistas -las milicias cristianas libanesas- en los campos palestinos. Una vez dentro, los oficiales israelíes consintieron a los milicianos ejecutar una carnicería sin interponer un disparo. El soldado Folman fue testigo pasivo, como sus compatriotas, de la matanza de unas 2.000 personas consumada por los falangistas en venganza por el asesinato de su líder y presidente electo del Líbano, Bashir Yemayel (de quien toma el nombre el filme).

Pero Folman dice que no recuerda nada de eso, porque la crudeza de la experiencia bloquea su memoria. Así que, en un ejercicio por combatir la amnesia, el director israelí recoge los testimonios de nueve antiguos compañeros y amigos que también presenciaron el horror, a fin de explorar el viaje psicológico personal de un militar en la guerra. El resultado es un relato visual y emocionalmente sobrecogedor articulado en torno a la memoria de la muerte, la culpa, y el remordimiento.

"Tras 20 años de inhibir preguntas, los fantasmas de la violencia seguían persiguiendo a Folman: ¿Hicimos algo para detenerlos? ¿Cumplimos con nuestra obligación moral? El mero hecho de que un israelí se plantee estas cuestiones ya es significativo", señala Ron Ben Yishai, a quien Folman entrevistó durante la preparación del filme para registrar sus recuerdos como corresponsal en Líbano en la época de la masacre y acabó convertido en uno de los "personajes" de la cinta. Ben Yishai fue el primer periodista en entrar en los campos de Sabra y Shatila después de la matanza.

"Aunque el director no da contestación a esas preguntas en el filme, muchos israelíes se identifican con ellas. Nosotros estamos en una lucha permanente de auto-defensa . Y no hay guerras limpias, cuando se pelea siempre se hacen cosas dudosas, pero no queremos perder totalmente nuestra naturaleza humana por ello", dice Ben Yishai en conversación telefónica desde Israel.

El público israelí ha acudido a ver el documental en masa, al parecer atraído por su franca representación de la vida de uniforme en un país que ha prestado escasa atención al daño psíquico que pueden sufrir los reclutas. El impacto de esas experiencias —como confirma Beb Yishai— ha prendido sobre todo entre los jóvenes, ya que la mayoría hace el servicio militar y se identifica con la emoción individual en el marco del trauma nacional.

Folman ha subrayado que su filme no es político, sino "únicamente la historia personal de unos soldados", pero eso no ha evitado la polémica. Algunas voces criticas han señalado que la película no descubre nuevos datos sobre la masacre, ni trata del contexto más amplio de las intervención israelí en el Líbano, ni se refiere a la responsabilidad última de una orgía asesina que duró 72 horas.

Una comisión de investigación isarelí, dirigida por el juez Isaac Kahan, reconoció la "responsabilidad indirecta de Israel" en la masacre y "la responsabilidad personal" del entonces ministro de Defensa Ariel Sharon, quien acabó por dimitir. Pero el procedimiento nunca avanzó más allá ni siguió curso penal por tratarse de un asunto que había ocurrido fuera de Israel. Sharon llegó a ocupar el puesto de Primer Ministro de Israel en el 2001, cargo en el que permaneció hasta el 2006 cuando sufrió una hemorragia cerebral que aún lo mantiene en estado de coma.

"La izquierda israelí ha criticado la película porque no toma una postura moral definida frente a lo que ocurrió, mientras que la derecha defiende que Israel no tiene porqué cargar con la culpa de una matanza que no perpetró y que además se produjo en el marco de la guerra", dice Ben Yishai. "Al menos hay debate, algo que no he visto en un país árabe en el último siglo".

Del otro lado de la frontera, en Líbano, la cinta ha sido prohibida. Bajo el argumento del boicot oficial a los productos israelíes, 'Waltz with Bashir' no se muestra en las pantallas del país, pero circula en copias pirata que pueden adquirirse en las zonas controladas por Hizbulá.

El analista Samer Iskandar, un libanés de origen cristiano que ha visto el filme clandestino en Beirut, opina que el boicot del documental le conviene a una clase política "que no quiere reabrir el debate de la reconciliación nacional en el Líbano". Al término de la guerra civil en 1991, el Parlamento libanés a instancias del asesinado Rafik Hariri, aprobó una ley de Amnistía en un intento por pasar página a los choques entre las facciones libanesas.

"Pero la implicación de esa Amnistía —señala Iskandar— es que 2/3 de los actuales líderes políticos libaneses tienen sangre en las manos. Yo soy de los que opinan que Líbano, como Sudáfrica o Argelia, hubiera necesitado un Tribunal de la Verdad y la Reconciliación, y seguramente nuestros problemas actuales serían menores".

La película de Folman reabre heridas en Líbano, apunta Iskandar, "porque trata de cómo se pueden remodelar los recuerdos para permitirle a uno vivir con su conciencia. Eso es exactamente lo que ha hecho nuestra memoria colectiva: recordar de forma selectiva; elegir de qué queremos acordarnos. Si preguntas a los libaneses de menos de 25 años, la mayoría te dirá que los culpables de Sabra y Shatila fueron los israelíes".

Los reponsables del lado libanés tampoco han sido juzgados. La comisión Kahan responsabilizó de modo directo a Elias Hobeika, por aquel entonces jefe de los servicios de inteligencia de los falangistas. Pero Hobeika muríó asesinado en un atentado con coche bomba en 2002 y, antes de fallecer, se había contentado con declarar que poseía pruebas que exculpaban a su milicia.

"Nosotros hemos elegido esconder lo que pasó debajo de la alfombra, en parte porque si empezamos a pensar en lo que plantea el documental, tendríamos que reabrir tantos capítulos violentos de nuestro pasado que habría que revisar los libros de Historia", concluye Iskandar. "Aunque la cinta también es un buen ejercicio de relaciones públicas para los israelíes porque los muestra intentado lidiar con su sentido de culpa, enseña una cara humana y con conciencia. Pero en realidad tampoco asumen responsabilidades".

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