Nacer antes de tiempo despista a cualquiera. Nacer después de tiempo es desasosegante. El protagonista de la Cinefilifobia de esta semana nace al final de su vida y se va haciendo más joven cada año. Cuando los recuerdos de tu infancia son tu memoria póstuma: 'El curioso caso de Benjamin Button', una película de David Fincher en la que Brad Pitt no llega a viejo.
"¡Ay si vejez pudiera y juventud supiera!" Esta memorable sentencia que me enseñaron en clase de francés es la expresión de una utopía. Intento enhebrarla en el hilo conductor de 'El curioso caso de Benjamín Button'. Nace anciano y muere niño. Puede que no haya mayor anhelo que contradecir a la naturaleza y a los envites del tiempo. Ese anciano achacoso, que nace cuando un relojero instala en la Estación Central (¿del Mundo?) su artilugio de las horas-hacia-atrás, carece de sabiduría y vitalidad. El encaje se desbarata. No me parece que, al verla, ningún espectador desee emular la peripecia contra-natura del tal Button.
¿Dónde reside entonces la gracia? La respuesta se esconde tras el viento melancólico del desengaño. La propuesta cinematográfica vendría a sugerir que la naturaleza no es tan absurda, ni el devenir tan indeseable como parece. Habrá que resignarse. Todo este laberinto lo recorre la película de David Fincher a través de una vida al revés, la del inefable Benjamín, o, si lo prefieren, Brad Pitt retocado y rejuvenecido en sus décadas octogenarias desde el parto, momento éste en el que, por cierto, un poco de grima sí da.
Es ficción fantástica y, como gran producción de Hollywood, está hecha con muchos medios. Un dechado de efectos especiales, sobre todo el maquillaje del protagonista y algo menos el de Cate Blanchet, réplica amorosa en trayectoria inversa del personaje principal.
Querido Volpini, hemos tardado un año, pero te has salido con la tuya. Al fin una buena película de esas que defiendes y que yo, aún reconociendo su factura meticulosa, no digiero bien. Esa estética tan barroca a veces y tan estilizada otras, esa repetición de la idea del tiempo tan machacona. Me cansan esas interminables dos horas y cuarenta minutos. Es vuelta y vuelta sobre lo mismo. Yo sigo prefiriendo el ingenio que esconde la mirada particular sobre el mundo real. Los académicos del cine norteamericano están de su parte. Apuesto, contra mi gusto, a que 'El curioso caso de Benjamín Button' tiene garantizados un puñado de Óscares.
Valoración: 5/10
El relato de F. Scott Fitzgerald en el que la película se inspira empieza señalando la modernidad de los Button, cuyo primer hijo va a nacer en un hospital. Es, pues, desde el principio un brindis al tiempo. El desarrollo, salvo la circunstancia del hombre que llega al mundo viejo y retrocede año tras año hasta su infancia, tiene poco que ver. Fitzgerald se inclina más por un humor travieso, realista y amargo. Eric Roth y Robin Swicord, a quienes se debe argumento y guión, tiran de la cuerda romántica, entre 'Lady Halcón' y la leyenda artúrica de los dos contendientes, uno de los cuales gana fuerza y otro la va perdiendo según avanza la jornada, y sólo a mediodía se hallan ambos en la plenitud de su vigor. Así, el amor de Button. Dos trenes que se cruzan. Sazonado con el tipo de historias que llevan a pensar en Doctorow (el reloj marcha atrás, el personaje del pigmeo) o sobre todo en John Irving: enfermedades —y no desvelo cosa alguna, de una enfermedad terminal se parte—, el colibrí, el peculiar hecho de guerra, la nadadora inglesa, los trasiegos familiares, el asilo. Ese tipo de cosas.
Situar el desenlace en el lugar y en el momento en que se hace es de un burdo oportunismo sonrojante (que, una vez más, tal vez, Irving no hubiera rechazado).
Maravilloso niño-anciano, Peter Donald Badalamenti II.
Muy bien Brad Pitt, mientras se limita a mirar y no se le pide que actúe.
Y ella siempre acertada, Blanchett: insoportable, que es lo que es su personaje.
No perderse, en la versión original, el acento de Queenie.
Valoración: 6,5/10
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