Viernes 16 de enero. El ministro de Economía, Pedro Solbes, comparece ante los periodistas para presentar el cuadro macroeconómico español para los próximos tres años. Los datos que ofrece son devastadores: un paro del 15,9% para 2009 y una caída en el crecimiento de la economía del 1,5%. Los titulares de los medios de comunicación hablan por sí solos. "La peor recesión en medio siglo", decía El País; "Solbes se resigna y acepta que 2009 será el peor año de la historia reciente", reproducía Expansion.com.
Lunes 19 de enero. El comisario de Asuntos Económicos de la UE, Joaquín Almunia, fulmina las previsiones de Solbes. Su equipo de analistas y economistas cree que el crecimiento de nuestro país caerá un 2% en 2009 y que el paro llegará hasta el 18,7% en 2010.
Viernes, 23 de enero: Citigroup es el más pesimista. Dice que el PIB de España experimentará una contracción del 2,7% en 2009 y no logrará recuperar la senda positiva hasta 2011.
Miércoles 27 de enero: El Fondo Monetario Internacional revisa a la baja sus previsiones de crecimiento para la economía española, para la que pronostica una contracción del 1,7% en 2009 y del 0,1% en 2010.
¿Qué pasa?, ¿por qué las previsiones no coinciden? Ya no valen las excusas de la mayoría. No vale decir que las previsiones anteriores están desfasadas, porque esta vez apenas pasan cuatro días entre previsión y previsión y parece poco probable que en ese tiempo se hayan ido al traste la mayoría de variables que barajan todos. La frase de un importante economista preocupa: "Las previsiones están para lo mismo que las promesas electorales, para no cumplirlas". Glups. Para entender cómo funcionan y cómo no funcionan volvamos cincuenta años atrás.
Ha finalizado la II Guerra Mundial. El Gobierno estadounidense, cansado de que sus previsiones económicas queden deslucidas por la cruda realidad, decide invertir ingentes cantidades de dinero en un sistema que, dicen, relacionará decenas de variables económicas para que sus previsiones sean precisas. El sistema incluye hasta 500 ecuaciones diferentes. Prometía ser la panacea, pero acabó en un "absoluto fracaso", reconoce un economista consultado.
Hay que esperar hasta 1970 para que unos tipos apellidados Box y Jenkins hicieran unas fórmulas "mucho más sencillas" que han servido de base para la mayoría de las economías desarrolladas. Idearon un sistema, el Arina, que actualmente utilizan tanto el Ministerio de Economía como la Comisión Europea. Bienvenidos al 'boom' de la econometría. Decenas de estudiosos, hombres de trabajo gris, comenzaron a inventar entonces fórmulas que prometían averiguar los movimientos futuros de la economía. Suena bien. Y se consiguió relativamente. Hasta que fallaron.
Resulta curioso ver qué elementos se tienen en cuenta a la hora de realizar una previsión. El Ministerio de Economía, por ejemplo, para prever cómo evolucionará el PIB, tiene en cuenta variables como el consumo de cemento, los afiliados a la Seguridad Social no agrarios, las ventas totales en grandes empresas deflactadas, el transporte de viajeros en Renfe, y así hasta doce. "Después cada uno es libre de cómo valorar cada variable y por eso salen previsiones tan diferentes", relatan desde Funcas. El Banco Central Europeo detalla que en su caso se basan en varios modelos econométricos que se suman a valoraciones "discrecionales" no basadas en modelos.
La crisis actual ha dejado en entredicho en el mundillo la confianza absoluta en los modelos macroeconométricos. "No vas a encontrar otro ciclo económico en el que se vean los problemas de liquidez que están sufriendo ahora los bancos. Como no hemos vivido nada igual, tampoco tenemos en el pasado respuestas seguras", relatan desde uno de los servicios de estudios más reputados de este país. Por ello, han tenido que cambiar su forma de trabajar.
Insistimos, ¿por qué no coinciden las previsiones? Después de consultar a dos organismos oficiales y tres servicios de estudios diferentes, nos invitan a que pensemos que el juicio del economista tiene mucho que ver. Uno de ellos realiza un gesto, el de chuparse un dedo para averiguar por dónde sopla el viento, y sentencia: "Así es como se hacen ahora las previsiones".
Este fenómeno —el de que el juicio del economista se impone a la fórmula matemática— es relativamente nuevo, aunque bien se parece al de los augures de la antigua Roma. "Cuando la economía iba bien, era fácil aplicar ecuaciones, pero ahora, como estamos en un momento excepcional, tenemos que ir introduciendo nuevas variables y utilizar mucho el olfato", explica Carlos Maraval, economista de Analistas Financieros Internacionales. En frente suyo está Sara, economista de su mismo equipo, que discrepa con Carlos sobre el uso del "olfato". Ella se aferra más a sus fórmulas.
Sobre que la economía no es matemática sino una ciencia social, hay cierto consenso. Pero, ¿qué hay de las decenas de personas que, encerradas en despachos y con montones de papeles, nos dicen un buen día que el paro llegará al 18%? "Somos artistas". Sí, sí, como lo lees. Aunque no hay una opinión única sobre cómo elaborar las previsiones económicas, sí la hay sobre el arte que supone realizarlas. "No es ciencia, es arte", dice uno; "es una mezcla entre ambos", replica otro; "no es más que un pálpito", zanja el tercero.
Ya tenemos arte, olfato y fórmulas matemáticas, ¿qué más hace falta? "Utilizamos la base de la historia para ver cómo será la curva", dice Maraval. Pablo Alcaide, del gabinete de economía regional de Funcas, asume que no utiliza ningún tipo de modelo econométrico y que sus análisis se basan en el estudio de series históricas. Tanto organismos oficiales como servicios de estudios coinciden en que es fundamental que las previsiones finales sean coherentes con toda la experiencia anterior.
Aunque les duela a los que las realizan, que las previsiones fallen no es algo nuevo. El economista Tim Harford explica en un artículo publicado por Slate que 20 de las 21 previsiones que se publicaron en 2003 sobre la economía británica en 2004 fueron excesivamente pesimistas. Sin embargo, cuando la economía va bien, esos fallos no son noticia.
En ese mismo año, en 2003, un estudio del Banco de España firmado por José Luis Malo de Molina y Fernando Restoy ya advertía de que
a menudo, las previsiones de medio y largo plazo descansan, con un grado variable de flexibilidad, en modelos macroeconométricos que tienen dificultades para recoger los desarrollos financieros relevantes. Al mismo tiempo, los modelos macroeconométricos al uso, estimados con series históricas, podrían no reflejar todavía el aumento de la sensibilidad del gasto privado a los tipos de interés y a los precios de los activos que se ha producido en los últimos años.
Entonces,¿de quién nos fiamos? "Ahora ningún analista pone la mano en el fuego por sus propias previsiones, además, ¿tú te crees que si supiera exactamente cómo va a evolucionar el precio del euro estaría aquí?", confiesa el economista más atrevido de todos. Sin embargo, una realidad que se repite en todos los economistas consultados nos da una idea de cómo evolucionará la economía. Ahora están mucho más relajados que hace un mes porque, dicen, en cuanto a previsiones ya hemos tocado fondo. ¿Repuntará entonces la economía?
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