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La Casa Blanca recuperará la infancia

EFE
Actualizado 21-01-2009 22:19 CET

Washington.-  El presidente de EEUU, Barack Obama, llegó el martes a la Casa Blanca con el lema del "cambio" por delante, pero quienes de verdad van a alterar los hábitos de esta venerable institución van a ser sus hijas, Malia y Sasha.

Apenas un puñado de niños ha habitado en la Casa Blanca desde que John F. Kennedy llegó a la presidencia en 1960 acompañado de su joven esposa, Jacqueline, y sus hijos Caroline, de cuatro años, y John, apenas un bebé.

Los niños Kennedy trataron la Casa Blanca como si fuera un parque de atracciones, donde el "pony" de Caroline, "Macaroni", trotaba por los jardines y John John se escondía tras la puerta secreta de la mesa de su padre en el Despacho Oval.

Desde entonces, sólo otras dos menores han podido llamar hogar a la vivienda más célebre del mundo: Amy Carter, la hija menor del presidente Jimmy Carter (1977-1981), de nueve años cuando su padre derrotó a Gerald Ford, y Chelsea Clinton, la hija de Bill Clinton, que vivió en la Casa Blanca desde los doce años hasta que se marchó a la Universidad a los 17.

Cada una de ellas introdujo sus pequeñas innovaciones. Amy tenía una casita de madera en los árboles de la Casa Blanca. Chelsea se trajo a su gato, "Socks" ("Calcetines").

En un signo de cómo cambian los tiempos, lo que Malia, de diez años, y Sasha, de siete, traerán consigo será una consola de videojuegos, el regalo que les trajo Santa Claus estas Navidades.

También, como ya anunció públicamente Obama en su discurso de victoria electoral, tendrán un perro, cumpliendo así la tradición no oficial que dicta que cada nuevo residente de la Casa Blanca lleve una mascota.

La familia Obama aún no ha seleccionado el animal, un proceso que, según ha bromeado el mandatario, se ha demostrado una decisión más polémica que cualquiera otra que haya tomado.

Como Malia es alérgica, la selección es bastante limitada. Aunque la preferencia inicial de los Obama era un perro cruzado, las opciones se han quedado en dos, un "labradoodle" -una mezcla de labrador y caniche- o un perro de aguas portugués.

Obama y su esposa ya han dejado claro que quieren que sus hijas tengan una infancia normal y que su vida sea lo más parecida posible a la que tenían en su casa en el sur de Chicago.

Para facilitarlo, la abuela de las pequeñas y madre de Michelle, Marian Robinson, se ha mudado también al número 1.600 de la Avenida Pensilvania, como ha confirmado el equipo de transición.

Dentro del proceso de adaptación, la familia adelantó su llegada a Washington -y tuvo que alojarse en un hotel porque la residencia de invitados de la Casa Blanca no estaba disponible- para que las niñas pudieran empezar la escuela con el resto de sus compañeros, tras las vacaciones de Navidad.

Como hacía en Chicago, Michelle Obama trata de acompañarlas cada día en sus desplazamientos a la escuela, el colegio privado "Sidwell", en el noroeste de Washington, donde ya estudió en su día Chelsea Clinton.

Eso sí, a diferencia de Chicago, las niñas tienen ahora una escolta proporcionada por el Servicio Secreto.

A todas luces, las niñas Obama se han adaptado rápidamente a su nueva escuela y es posible que comiencen pronto a invitar a sus amigas a fiestas y a quedarse a dormir en la Casa Blanca.

Sus predecesoras, Barbara y Jenna Bush, las hijas del presidente George W. Bush, ya les han enseñado algunos de los "trucos" de la residencia, tales como el modo de convertir un pasillo en una carrera de obstáculos o cómo usar una cama particularmente alta a modo de trampolín.

Pero el presidente y la primera dama han hecho hincapié en que la normalidad también incluye tener obligaciones.

Aunque ahora las dos niñas tendrán abundante personal a su servicio, seguirán teniendo que hacerse las camas y ordenar sus cuartos, exactamente igual que hacían en Chicago desde que tenían cuatro años.

En una entrevista a la cadena ABC en noviembre, Michelle Obama afirmó que en su primera visita a la Casa Blanca "lo primero que le dije a parte del personal fue: 'bueno, vamos a tener que fijar algunos límites porque (las niñas) van a tener que hacerse sus camas y recoger sus cuartos'".

Y es que hasta las hijas del presidente tienen que aprender a ser ordenadas.

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