Según cuentan las crónicas y el boletín oficial del estado yanki, la amiga Cristeta fue contratada como ayudante de cocina en La Casa Blanca al final de los años noventa, accediendo al cargo con utillaje bien afilado y limpio, chaquetillas impecables, zuecos antideslizantes y un buen par de pantalones de cuadros. A estas alturas ya estará más que acostumbrada, claro que sí, pero fichar de madrugada en casa del Presidente de los Estados Unidos de América, debe darle a uno temblor intermitente en las cachas, cuando menos.
Años más tarde -en 2005, exactamente-, la señora Bush la aupó al mayor puesto de responsabilidad de toda cocina de postín, que para presumir de serlo, ha de estar siempre organizada rozando la enfermedad, pues los chefs son todos unos tarados del orden y la limpieza, entre otras lindezas. Fue nombrada jefa de cocina tras currarse de lo lindo un cenorrio con el que el Presidente George obsequió al primer ministro indio y señora.
Es sabido que La Casa Blanca suele saltarse en contadas ocasiones los cánones y el recetario de la gran cocina francesa -que suele salpicar de guiños patrios, nobleza obliga-, pero parece ser que en aquella ocasión la colega Cristeta, aún segunda jefa de cocina, se marcó un menú con el permiso de la autoridad, lleno de giros a la milenaria cocina hindú: chaats y ratias de fruta, yogur y verdura con aliños de limón, especias y masala; samosas fritas bien rellenas; pakoras; langostinos de la costa este con coco y cilantro a la manera de Goa; pollo especiado tandoori -orgánico, eso sí- con surtidas fuentes de perfumado arroz basmati condimentado con cantidad prudente de comino, curry y lenteja dal con costillas adobadas y asadas.
Fue la bomba, nunca antes vibró el comedor presidencial de tal forma, y no por las bufas precisamente, tan sólo por la maestría en la ejecución del condimento.
La Casa Blanca, como ocurre en los obradores decentes, elabora todo tipo de pan y bollería francesa con masa madre, levadura y mantequilla fresca, es de domino público. Así que para tal ocasión, no faltaron panes ázimos, roti y chapati, los típicos paratha de mantequilla o los peshwari nan, pequeñas hogazas rellenas de coco y nueces.
Todo un festival regado con lassi fermentado de yogur, aguas minerales y vinos procedentes de los mejores viñedos del Napa californiano. La suerte estaba echada y ocurrió lo inevitable, todo este derroche condujo a nuestra chef en línea recta y sin frenos hasta la jefatura del fogón más poderoso del planeta. Ahí es nada.
Ahora que lo pienso, Cristeta Commerford asume una responsabilidad de órdago. ¿Se imaginan las consecuencias catastróficas que podrían provocar un croissant mal fermentado u horneado, un zumo de naranja demasiado agrio, un aliño desproporcionado en la ensalada César -la favorita de todos los presidentes- o una sopa de crustáceos mal parida por exceso de chile poblano? No quiero ni pensarlo. ¿Qué habrá estado comiendo el Presidente Bush todos estos años? Poco, mal y fuera de casa, seguro.
Estos días, asistimos boquiabiertos a la representación que tiene lugar a propósito del viaje y toma de posesión del cargo de Presidente de los Estados Unidos de América, que ocupará un tipo que adora las hamburguesas de ternera sin queso, la ensalada de pepino, el pollo frito del Kentucky Fried Chicken y la Pepsi, pues mira tú por dónde, a Barack Obama en cuestión de refrescos, no le quites la Pepsi que le da un flato.
Ya imagino a Cristeta, serena, acompañada de sus lugartenientes, jefes de partida, pasteleros, ayudantes, plongeurs y servicio de sala, asomada a alguna ventana sobre el National Mall & Memorial Parks de Washington, radiante, ilusionada y con la esperanza propia de quien estrena patrón que le permita, por fin, remozar fuegos, el motor de la campana extractora, hornos de vapor presión -pasó el técnico mil veces y no hay forma de dar con la avería, no lo creerás, seca el marisco una y otra vez si lo empleas como cocedero-, ampliar la despensa y pintar o comprar, por fin, esa sorbetera Carpiggiani que turbina que da gloria los helados y sorbetes.
Pues nada. Que tengas suerte, compañera. Cúrratelo fino y al toro, no nos falles. Aplícate y estate a la altura del cargo una vez más, como sólo tú sabes hacerlo. Prueba todas las salsas antes del servicio y esmérate para que tu nuevo cliente se sienta a gusto, feliz, dichoso y disfrute de excelentes digestiones gracias a tu cocina suculenta y desgrasada, servida a la temperatura adecuada.
Y dile a tu jefe de sala que ponga flores, sirva el agua bien fresca, el pan crujiente y sea prudente, que se comporte con diligencia y no sea parco en cariño, cuando la ocasión lo requiera. Que haga su trabajo, sí, pero que se esmere un poco más con Malia, Sasha y Michelle, que no le cuesta nada.
Pero sobre todo, cuida de Obama, por Dios, que no le falte de nada y nos coma bien. Nos va la vida en ello
. [Puedes ver las recetas de la comida en la Casa Blanca aquí -documento en PDF-]
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