Genocidio es término que sirve para definir la mayor tragedia sufrida por un pueblo en la historia escrita de la humanidad. Seis millones de judíos fueron exterminados y varios millones más sufrieron daños psicológicos irreparables. Hubo otros genocidios, como el armenio, antes de que el jurista judío polaco Rafael Lemkin utilizase por primera vez este concepto en 1944. Después también los ha habido como el sufrido por la población bosnio musulmana o la minoría tutsi ruandesa durante los años 90.
Pero es ofensivo e, incluso intolerable, llamar genocidio a lo que está haciendo Israel en Gaza. Si alguien tiene dudas que lea la Convención para la Prevención y la Sanción del Delito de Genocidio de 1951. En ella se define como genocidio los actos perpetrados con la intención de destruir, total o parcialmente, a un grupo nacional, étnico, racial o religioso.
Israel, capaz de usar la violencia más desproporcionada, no es un Estado genocida ni está llevando a cabo un genocidio. Aunque ya haya más de un millar de muertos o aunque hubiese 10.000.
Soy partidario de enjuiciar a los responsables políticos y militares israelíes por los crímenes de guerra que están cometiendo en Gaza. Pero también me parece condenable la aparición de banderas israelíes pintadas con cruces gamadas en las manifestaciones de protesta. Estoy a favor de sancionar duramente a todo aquel que utilice símbolos nazis en cualquier actividad social pública o privada como ocurre en Alemania.
Uno de los lugares donde más dolor he sentido ha sido en el Museo del Holocausto de Jerusalén. Alemania, Polonia y otros países europeos, donde estuvieron diseminados 48 campos de concentración, deberían crear sus propios museos del Holocausto para evitar que las nuevas generaciones olviden el daño infligido a los judíos y a otras minorías durante el régimen de Adolf Hitler. La historia debe mantener una eterna alianza con las víctimas.
También me parece intolerable que la crítica contra un Estado tan violento como Israel te haga merecedor de la etiqueta de antijudío o de proterrorista. Como si estar en contra de la tortura en Guantánamo equivaliese a aplaudir las andanzas criminales de los terroristas islámicos.
Decir que Gaza se parece a un gueto o un campo de concentración no tiene nada que ver con aplaudir el terrorismo palestino. Recordar que van 300 muertos menores de 18 años en Gaza en tres semanas de ataques no significa que se olvide que también han muerto 120 niños israelíes en los atentados de los kamikazes palestinos desde 2000.
Recordar que Israel ha deportado a palestinos, ha dinamitado sus casas y ha invalidado sus títulos de propiedad al permitir la construcción de colonias judías en los territorios ocupados no significa que uno quiera comparar al país hebreo con el régimen nazi.
Las imágenes públicas de la matanza custodian y reprimen el apetito desenfrenado de los que disponen de la fuerza bruta. El ataque contra Gaza no se ha convertido en un mero trámite administrativo, tal como les hubiera gustado a los responsables israelíes. Si atacan con una fuerza descomunal, las bajas serán descomunales y las explicaciones apremiantes. Es la ley en un mundo cuerdo.
Un terrorista puede ser neutralizado de muchas maneras. Puede ser capturado o incluso atacado como objetivo militar. Pero matar a toda su familia y varias familias de los alrededores para matarlo a él se convierte automáticamente en un crimen de guerra. Y los responsables deben ser juzgados como criminales.
A los que se quejan de la violencia de las imágenes publicadas hay que recordarles que lo que vemos en los medios de comunicación occidentales son una parte infinitamente pequeña del daño físico y psíquico que provocan los ataques letales.
Israel ha cerrado las puertas a la prensa internacional. Los que van a matar nunca quieren testigos. Por eso la primera decisión es neutralizar la ola periodística. Pero ya es tarde. Las agencias internacionales y las principales televisiones del mundo cuentan con 300 periodistas palestinos, muchos de ellos con salarios muy básicos, en el interior de Gaza. Gracias a ellos y a la revolución tecnológica de los últimos años no se ha producido el apagón informativo. Pero están trabajando en condiciones muy duras y exponiendo sus vidas cada minuto. Además, casi todos tienen a sus familias atrapadas en la ratonera.
Agencias como Associated Press mantienen una gran cobertura. Las imágenes que salen de Gaza vía satélite son revisadas por editores en Jerusalén y Londres. Los propios fotógrafos ya evitan enviar las imágenes 'innecesariamente gráficas', aquellas en las que se ve una sobredosis de sangre o destrozos humanos. Los filtros son muy rigurosos. Además, las fotografías más duras no se mandan a los servicios de Internet "porque es una vía directa al público". El último filtro se produce en los medios a la hora de decidir si una imagen se publica o no.
Les puedo asegurar que la mayoría de los lectores no han visto lo peor de esta guerra. Sí, han visto cadáveres de niños ("y no muertos por un resfriado", como explica un editor con largos años de experiencia en Oriente Medio), familias enteras muertas, imágenes de gran impacto emocional como ocurre en todas las guerras. Además, los palestinos, por motivos culturales, enseñan a sus muertos y sus funerales son ruidosos y coloridos. También ocurre en algunas culturas europeas. Pero las peores imágenes, aquellas que hacen temblar o mascullar palabras de horror, sólo han circulado a través de foros restringidos.
Los nazis no abrieron las puertas de los hornos crematorios a los fotógrafos. Las imágenes que muestran el genocidio judío fueron tomadas de forma clandestina. O al final de la guerra. Algunas aparecieron años después del fin de aquel desastre. Los radicales serbios tampoco permitieron filmar las atrocidades que cometieron en los Balcanes.
Los israelíes conocen muy bien el poder de las imágenes. Saben que una sobresaturación de fotografías duras pondría en entredicho su campaña militar. Pero las imágenes de las tragedias son necesarias para disminuir la tendencia sanguinaria de los militares. De aquellos que ordenan y de aquellos que actúan contra un enemigo deshumanizado por la propaganda.
Sin imágenes muy pocos se hubiesen creído el genocidio judío. Por eso es necesario mostrarlas, incluso aquellas que obligan a retirar la mirada. Sin imágenes nadie hubiera aceptado la matanza de Sabra y Chatila, ni el exterminio kurdo, ni el genocidio tutsi. Sin imágenes Israel tendría más posibilidades de salir moralmente indemne de su última aventura militar. Con imágenes, Israel es condenado por unanimidad.
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