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Olvida a Roosevelt y a Lincoln: Obama es más como JFK

  • Las similitudes no son sólo biográficas, sino de las épocas de crisis que enfrentaron
Por FRED KAPLAN (SLATE)
Actualizado 19-01-2009 18:16 CET

El día de la investidura de un presidente ('Día Inaugural', en la jerga norteamericana) saca al historiador que todos llevamos dentro. La ascensión de Barack Obama ha suscitado debates sobre a qué presidente de otra época empapada por la crisis se parece más. Abraham Lincoln y Franklin D. Roosevelt son los principales rivales. Pero permitidme que diga unas palabras a favor de un paralelismo más obvio, el que le vino a la cabeza a la mayoría de la gente cuando Obama apareció: John F. Kennedy.

El modelo de Kennedy ha ido perdiendo puntos a medida que la crisis financiera se instalaba (evocando los primeros 1.000 días de Roosevelt en la Depresión) y que Obama contrataba a antiguos oponentes para su Gabinete (emulando el 'equipo de rivales' de Lincoln). Pero las comparaciones con JFK disminuyeron también, sospecho, porque parecían demasiado obvias (siendo ambos hombres jóvenes, glamurosos, independientes y maestros de la oratoria sublime).

Pero lo obvio no se debe pasar nunca por alto. Y además, los paralelismos Kennedy-Obama son, de hecho, más profundos de lo que puedan parecer.

En 1960, Norman Mailer escribió un artículo sobre Kennedy para la revista 'Esquire' que se llamaba 'Superman llega al Supermercado'. Los americanos, observaba, habían llevado "una doble vida" mucho tiempo. Estaba la historia superficial de la política ("concreta, factual, práctica e increíblemente aburrida"). Y estaba "un río subterráneo de deseos románticos, solitarios, feroces y sin explotar" que constituía "la vida de ensueño de la nación".

En los sosos años de Eisenhower, continuaba, la "vida de la política y la vida del mito se habían separado demasiado". Los americanos necesitaban "un verdadero héroe de su tiempo", un líder que pudiera captar su "imaginación secreta" y volver a engranar "el mito de la nación" con su "ansia pionera por lo inesperado y lo incalculable". Kennedy era ese héroe, el "ídolo de matiné" en una época de héroes de película que hablaban de una "Nueva Frontera" de "oportunidades y peligros desconocidos".

Mailer reconocía que el país estaba dividido, casi uniformemente. No todo el mundo quería este tipo de héroe. Muchos querían alejarse de esta frontera, incluso autocomplacerse con un 'contra mito' de tiempos más sencillos, ciudades pequeñas y valores de provincias, donde las categorías eran escuetas y las elecciones parecían claras. Fue un choque de mitos que definiría gran parte de la política americana de las décadas venideras (esto se aplica también a las recientes elecciones) y la pregunta que Mailer hacía era si una mayoría de votantes elegiría al hombre de glamour que intensificaría el mito de las fronteras o al representante inodoro que se regodearía en el terreno complacientemente ocupado.

¿Suena familiar? Hay algo de este abismo entre Kennedy y Richard Nixon en la competición de Obama contra John McCain.

Obama parece comprender la conexión. En sus citas semanales de Youtube, ha colocado tres libros encuadernados en cuero justo detrás de él, a la derecha. Mirad con detenimiento. Son la edición de tres volúmenes de los Escritos Públicos de John F. Kennedy. Claramente es éste un hombre que entiende de iconografía.

Pero no es sólo Obama, el hombre o la imagen, lo que recuerda a Kennedy; también es el transcurso de sus épocas. Los años precedentes a la presidencia de JFK estuvieron tan repletos de excitación y peligro como nuestra propia era, y por muchas de las mismas razones.

Los últimos años 50 vieron el comienzo de la era del avión a reacción, de la carrera espacial y un montón de avances tecnológicos (el microchip, el ordenador de empresa, la píldora anticonceptiva, por nombrar unos pocos) que expandieron drásticamente las posibilidades de la vida moderna.

Al final de esa década de sopor y conformismo, surgió de repente un sentido de un nuevo amanecer. Se instaló un sentimiento de que la ruptura de barreras en el espacio, la velocidad y el tiempo haría que otras barreras madurasen para ser transgredidas (en derechos civiles, política, artes y cultura popular... Así apareció el público de masas) con la ayuda de la rápida proliferación de las televisiones y las radios de bolsillo (que eran receptivas a la rebelión).

Pero la 'Nueva Frontera' tenía su lado oscuro. Junto con los cohetes y los aviones a reacción también llegaron los misiles y las bombas H y el miedo (equivocado, como se demostró) de que los rusos se adelantasen. El poder mundial se estaba dispersando, con la revolución de Castro en Cuba; la conferencia 'no alineada' de Bandung, Indonesia; y la primera de las bajas americanas en la guerra de Vietnam.

Fue este doble precipicio (las posibilidades de expansión infinita y de aniquilación instantánea, ambas tambaleándose en el filo de una nueva década) lo que dio al período su vértigo y encendió su energía creativa.

Aún así, a la mezcla le faltaba algo de fuerza cohesiva, alguna figura que pudiera envolver la serie de cambios con un tema central y sellarlo con su propia firma. Y ahí es donde entró Kennedy (hablando no sólo de 'Nuevas Fronteras', sino también de la antorcha que pasaba a "una nueva generación de americanos nacidos en este siglo". Nixon nació también en el siglo XX —tenía sólo cuatro años más que Kennedy— pero estaba atado a Eisenhower, el presidente de mayor edad de la historia hasta entonces y, además, parecía tan formal).

Ahora nos acercamos hacia el fin de nuestra propia década problemática con un batiburrillo similar de avances y de fracasos (fisuras en el poder mundial, culturas fracturándose, el mundo encogiéndose y la ciencia determinada a producir una nueva ronda de sueños y pesadillas antes inimaginables). Una vez más, hay un sentido palpable de que estamos pisando terreno completamente nuevo.

Y Obama (nacido el 'año inaugural' de Kennedy) es el que está tocando un acorde en consonancia con esta sensación de esperanza, miedo y cambio. Un hombre de todas y de ninguna parte (multirracial, multinacional, multiétnico; un hombre del país, la ciudad, las islas tropicales y más allá) es la secuela de todo sueño de la era de Kennedy de derribar barreras y de integrar, no sólo a blancos y negros, sino América con el mundo.

Qué clase de presidente será es un asunto aparte. Kennedy tardó casi dos años en encontrar su rumbo, confiar en su juicio (frente al de sus 'mejores y más brillantes' consejeros) y marcar un camino que podría haber convergido con su promesa, de haber vivido más tiempo.

Obama entra en la Casa Blanca con mayor conciencia de sus dificultades (porque ha estudiado el archivo de Kennedy). Y disfruta de altas expectativas y del buen favor porque se le ve tan en consonancia con los tiempos que corren. Y porque los tiempos son tan difíciles, muchos le concederán atención y exploración (al menos durante un tiempo).

En el verano de 1959, mientras Kennedy ponderaba su insólita carrera por la presidencia, Allen Ginsberg, el poeta visionario de la exuberancia y la fatalidad, escribió en el Village Voice:

Nadie en América puede saber lo que ocurrirá. Nadie tiene el verdadero control. América está teniendo una crisis nerviosa… Por lo tanto, ha habido mucha exaltación, desesperación, profecías, esfuerzo, suicidios, secretismo y alegría pública entre los poetas de la ciudad.

Lo podía haber escrito igualmente hoy.



* Este artículo se ha publicado originalmente en el medio digital norteamericano Slate.

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