MADRID.- Barack Obama empezó el sábado su viaje en tren hacia la Casa Blanca. Un viaje para entrar en la historia rememorando a Abraham Lincoln y a Martin Luther King. Un tren para intentar convertir su presidencia en mítica. Será la inauguración presidencial más esperada de la historia. Y también la primera retransmitida en directo por internet y las redes sociales. Pero el primer presidente 2.0 se reconcilia además con los grandes medios ofreciéndoles el mayor espectáculo posible. La política es el mayor espectáculo.
Barack Obama nunca ha confiado mucho en los medios. Aprendió en su etapa de activista cívico en Chicago que los periodistas sólo estaban donde ocurrían las injusticias cuando el conflicto estallaba. Montar una protesta ante los responsables municipales para saber si un barrio padece insalubridad y contaminación es noticia. El lento y constante deterioro de la vida de las personas, no. Por eso el presidente con la historia personal más digna de una película de Hollywood hizo su carrera a la Casa Blanca sin los medios, apoyándose en la gente y la movilización directa y por internet. Como en sus tiempos de pelea por los barrios negros de Chicago.
Pero Obama ya es presidente. Y los medios coronan y toman juramento a los gobernantes como nunca en la historia. La política es la imagen. Y los medios la transmiten. Pero no ellos solos, se acabó la franquicia de la mediación entre el poder y los ciudadanos. Ya nadie puede ser el sumo oficiante del mayor espectáculo político —seguramente de la historia— cuando la imagen y la información están en internet.
Por eso Obama ha aprovechado su último mensaje sabatino como presidente electo para proclamar que la inauguración de su presidencia será "la más abierta y accesible de la historia". Por lo menos será la más retransmitida, mapeada, comentada, twitteada, etc., etc. Es la fiesta de la política 2.0.
Barack Obama no es un presidente más, el número 44. Es un político en construcción de su propio mito que forjó una carrera política a partir de su biografía, encarnación del sueño de Martin Luther King de la superación de la división racial. Obama ha convertido su historia personal en un proyecto político. Nada impresiona más de sus libros, escritos con pulso, estilo e ideas no acostumbrados entre los políticos, que la tenaz y temprana determinación de crear un proyecto anclado en cada eslabón de su historia personal.
Hijo de una antropóloga blanca y de un economista negro keniano, polígamo, ejemplo de las nuevas burocracias ilustradas de la descolonización hasta caer en el abismo de la depuración política y el alcohol, Obama comprendió pronto que debía buscar sus verdaderas raíces. No las encontraba en Hawaii, donde nació, paraíso extraño en un Estados Unidos donde los negros de los años setenta del pasado siglo vivían una vida muy diferente. Tampoco en California, donde los universitarios negros se debatían entonces en ser el hermano más comprometido, a medias entre Malcolm X y la Nación del Islam, o en hacerse una carrera profesional provechosa.
Empezó a encontrarlas en Chicago y cuando por fin viajó a Kenia supo que su lugar estaba en Estados Unidos, donde recordaría siempre del reverendo Jeremiah Wright que un verdadero negro nunca debía tener mentalidad de clase media: ni miedo, ni ira, ni olvido de su raza y sus penurias, la superación ideológica del nacionalismo negro que el nuevo presidente siempre ha criticado.
Por eso tampoco le han gustado nunca los diarios y los informativos de las grandes cadenas de televisión, representantes y oficiantes excelsos del sueño del american way of life. Un sueño de clase media.
Pero ahora que es presidente, Obama necesita a los medios. Durante toda su campaña fue capaz de bromear diciendo que nadie fuera de los círculos capitalinos y de poder leía The Washington Post. Y el candidato hizo su campaña sin visitar a los mandamases del gran diario del cinturón del poder, el famoso Washington Beltway.
Todo cambia. Ahora Obama y sus asesores de comunicación también quieren ser insiders, como se conoce en Estados Unidos a las élites políticas. Y ya se han reunido con los periodistas más influyentes, conservadores y progresistas, para cambiar una estrategia que durante la campaña se ufanó de un candidato presentado como la alternativa al establishment, del que forman parte los grandes medios.
Y a muchos ha sorprendido cómo la celebración de la victoria de un sueño para muchos americanos se ha convertido pronto en cinco millones de dólares en derechos de imagen que las televisiones han pagado al comité organizador de las ceremonias.
Pero no olvidemos. Estamos ante un presidente crítico de la guerra de Irak que ha sabido incorporar en su gobierno a Hillary Clinton como secretaria de Estado después de votar a favor de la invasión y a Robert Gates, el zar de guerra de George Bush. Ese ánimo integrador y bipartidista rige ya también para los medios.
Tanto que hasta la publicidad se apropia del lenguaje y los símbolos del nuevo presidente, como Ikea con su Embrace Change que te anima a redecorar el Despacho Oval o Pepsi que con Refreshing Everything imita la pasión de Obama por el vídeo participativo y las opiniones de los ciudadanos.
Un candidato puede construir una campaña en internet. Un presidente sigue necesitando el poder de los medios. Aún cuando muchos crean que en breve empezarán a pelearse porque una presidencia que empieza con el aura de un mito –ya cantado por poetas como Bruce Springsteen- tiene pocas posibilidades de convertir los sueños en realidad.
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