La Habana.- Barack Obama se convertirá el próximo martes en el undécimo presidente de Estados Unidos que la revolución cubana ve pasar desde su triunfo en 1959, pero el primero que plantea dudas sobre la continuidad de una contienda que dura ya medio siglo.
En pocos países se festejará tanto el fin del mandato del presidente George W. Bush, que introdujo restricciones a las remesas y los viajes a la isla, y hasta impulsó un plan de "Transición hacia una Cuba libre".
Nacida en un país dominada por compañías estadounidenses, la revolución liderada por Fidel Castro hizo de su pugna con el vecino del norte sosten político externo e interno y excusa sobre la que edificar el concepto de plaza sitiada, justificativa de medidas restrictivas de derechos.
Castro reforzó esa imagen con críticas a todos los presidentes que desde Dwight D. Eisenhower han pasado por la Casa Blanca y pergeñó un discurso en el que plantea el modelo defendido por Washington y el de La Habana como los polos entre los que se tiene que decantar el mundo.
A pesar de ser el segundo país en reconocer al gobierno revolucionario, Washington empezó a cimentar el embargo a la isla en octubre de 1960.
En diciembre de ese mismo año, la visita de Castro a Nueva York, para asistir a la Asamblea General de la ONU, evidenció su alejamiento definitivo de EEUU, plasmado con la ruptura de relaciones en 1961.
Además del embargo, 50 años han dado para un amplio elenco de acontecimientos que explican las malas relaciones, como la invasión de Bahía de Cochinos en 1961, la crisis de los misiles y la expulsión de Cuba de la Organización de Estados Americanos (OEA) al año siguiente, y varias oleadas migratorias.
Cuba ha articulado un discurso con el que acusa a EEUU de proteger a presuntos terroristas de la que califica de "mafia de Miami", como Luis Posada Carriles, o de incentivar la emigración ilegal mediante la Ley de Ajuste Cubano.
Además, ha sido el principal elemento de explicación de un fracaso económico que La Habana atribuye a los más de 93.000 millones de dólares en que cifra las pérdidas por el bloqueo.
Sin embargo, las relaciones han pasado por momentos menos malos, como cuando en 1977, con Jimmy Carter en la Casa Blanca, se abrieron oficinas consulares bajo la denominación de Secciones de Intereses en La Habana y Washington.
Durante la Administración de Bill Clinton (1993-2001), se promulgaron las dos leyes que cerraron el cerco del embargo: la "Torricelli" (1992) y la "Helms-Burton" (1996), pero el presidente bloqueó la aplicación de alguna de las cláusulas más controvertidas como la que contemplaba la extraterritorialidad de su aplicación.
Además, aprobó que los empresarios estadounidenses pudieran vender productos alimenticios y medicinas al margen del bloqueo, una medida que aplicó efectivamente el presidente Bush en 2001.
La llegada del "niño balsero" Elián a Miami en noviembre de 2001, tras una travesía en la que perdió a su madre, desató una guerra por su custodia, reclamada por unos familiares lejanos en Florida, apoyados por el "lobby" anticastrista, y el padre, respaldado por Cuba.
Castro aprovechó aquella situación para lanzar la Batalla de las Ideas, una estrategia para fortalecer y defender los principios de una revolución que salía del "periodo especial" (crisis por el desplome de la URSS), que continuó después de que el "balserito" fuera devuelto en abril de 2000 por orden de Clinton.
Con Fidel Castro ya retirado del gobierno, el presidente cubano, su hermano menor Raúl, afirmó en el acto central del 50 aniversario de la revolución, el pasado 1 de enero, que "el enemigo, (...) por su esencia, nunca dejará de ser agresivo, dominante y traicionero".
Lo hizo al pedir a los dirigentes del futuro "que no se reblandezcan con los cantos de sirena del enemigo".
No por ello el general Castro ha dejado de hacer guiños al que será primer presidente negro de Estados Unidos, reiterando su predisposición a sentarse con él para resolver diferencias, aunque "sin zanahoria ni garrote", tal y como dijo en una reflexión a principios de diciembre el propio Fidel Castro.
"Aunque sea un hombre honesto, y creo que lo es, un hombre sincero, y creo que lo es, un hombre no puede cambiar el destino de un país y mucho menos -un hombre solo, me refiero- a los Estados Unidos", dijo Raúl Castro en una entrevista con la televisión cubana a principios de enero.
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