«Bombay está sumida en el estupor, no sólo por lo devastador del ataque sino porque se ha seguido un patrón muy distinto a atentados anteriores». Así resume Teesta Setalbad, secretaria de la organización Citizens for Justice and Peace de Bombay el sentimiento dominante en la capital financiera de la India.
A falta de confirmación oficial, las especulaciones sobre la autoría de los atentados que se han cobrado un centenar de vidas, son múltiples. Los terroristas, que mantienen prisioneros a decenas de rehenes en el lujoso hotel Oberoi, han reclamado en declaraciones a la TV local la liberación de los «muyahidines» que penan en las cárceles indias. Muyahidin, un término genérico para referirse a los guerreros sagrados del Islam, podría en realidad apuntar a muy diversos tipos de terrorismo en la India.
Un grupo no identificado hasta ahora se ha declarado responsable de los incidentes, los «Muyaidin de Deccan», en referencia a la meseta de Deccan, una enorme región que se extiende por el centro y el sur del país. Pero podría tratarse de una falsa denominación o un pseudónimo utilizado para enmascarar a otro grupo.
«Los informativos hablan de los fedayin de Cachemira», señala Setalbad en referencia a los milicianos de esa región independentista y foco de disputa entre Pakistán y la India. Pero esa es sólo una de varias hipótesis. El país del primer ministro Manmohan Singh alberga además a grupos violentos maoístas en el este y centro, y a nacionalistas en el noreste.
En un discurso televisado, Singh aseguró que los responsables "procedían de fuera del país" y agregó que "vinieron con el objetivo decidido de crear el caos en la capital financiera" de la India. El premier describió además los ataques como "bien planificados y orquestados (...) a fin de generar pánico con la elección de objetivos de alto perfil y la matanza indiscriminada de extranjeros".
Las declaraciones de Singh no han sorprendido a los observadores habituados a que las autoridades indias culpen de los ataques que se producen en su territorio a grupos con sede en el vecino Pakistán, un país con el que las relaciones, pese a haber mejorado, siguen siendo tensas.
India no es ajena al terrorismo y Bombay – con sus 13 millones de almas, la mayor urbe del país- ha sufrido reiteradamente el golpe de la violencia extrema. Su cariz cosmopolita y occidentalizado ha sido caldo de cultivo para los choques entre facciones religiosas (sobre todo entre musulmanes e hinduistas), rivalidades culturales y diferencias entre los sectores adinerados y paupérrimos de la ciudad.
En el año 2006, Bombay vivió una de sus peores atrocidades, cuando la explosión de varias bombas en siete trenes de cercanías acabó con la vida de 180 personas y dejó una estela de 700 heridos. Un oscuro grupo con conexiones en Paquistán, Lashkar-e-Qahhar, reclamó entonces la autoría del ataque. La Policía presentó acusaciones contra 30 militantes de esa denominación y contra miembros de otra asociación del norte del país, el Movimiento Islámico de Estudiantes de la India.
Casi una década antes, en 1993, una serie de 13 explosiones mató a más de 250 personas. Los atentados se atribuyeron a un grupo musulmán coordinado por el terrorista Darwood Ibrahim, relacionado con los activistas de Cachemira.
«De momento hay mucha confusión y aún es muy pronto para dilucidar quién está detrás de estos atentados, pero yo recuerdo todos los anteriores y en esta ocasión hay algo que es drásticamente distinto», dice Setalbad en conversación telefónica desde Bombay. «La extraordinaria cantidad de armas y munición que portaban los terroristas no tiene precedentes, ni el hecho de que atacaran los grandes hoteles de cinco estrellas repletos de extranjeros, y el grado de virulencia del plan».
Como subraya Setalbad, la ofensiva tiene elementos claramente diferentes. Al menos en un caso, se apuntó específicamente contra ciudadanos estadounidenses y británicos; la agresión no se perpetró con bombas sino que se trata de ataques coordinados por militantes armados con rifles y algunos de los terroristas parecen estar en una misión suicida.
«Este incidente es especialmente espeluznante porque nos deja una inmensa sensación de intranquilidad. ¿Cómo se puede controlar y prevenir un ataque de esta índole? Esto va a tener muchas ramificaciones y va a dejar a la gente con un sentimiento de fragilidad, impotencia y rabia» dice Setalbad. «Ahora el desafío es para los políticos. Ojalá no lo utilicen con fines electoralistas, para medir ganancias y pérdidas políticas, sino que hagan algo verdaderamente eficaz que ayude a la población», concluye.
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