Gombrowicz decía que la literatura es como una anguila, que la quieres atrapar en tus manos, pero siempre escapa por entre tus dedos. Afortunadamente. El texto de la semana pasada era del gran Borges. El de hoy nada tiene que ver con aquel, pero es bien gracioso. Está escrito por un autor que cada vez que en un libro de cocina ve escrito un poco de sal, se pregunta cuánto es exactamente un poco: ¿un gramo?, ¿diez?, ¿veinte? Aquí va. ¡Salud!
"Una vez compré una anguila a un pescadero chino en el Soho, la llevé a casa en la Northern Line y después comprendí que había que despellejarla. He aquí cómo se hace: la clavas en el marco de una puerta u otra madera sólida de tu domicilio, le haces una incicsión en cada agalla, coges sendos alicates en las manos, aferras con ellos los dos cortes practicados, afirmas el pie contra la puerta, a la altura de la cabeza de la anguila, y le arrancas poco a poco la piel, que es firme y elástica, como una espesa cámara de aire. Después me alegré de haberlo hecho. Ahora sabría qué hacer si me obligaran a sobrevivir en algún lugar con una anguila, dos alicates y el marco de una puerta por toda compañía: pero por lo demás no necesito una actividad tan crucial en mi vida. Ahumada, estofada, en barbacoa, mi plato da la bienvenida a la mayoría de las formas de la anguila, pero en adelante prefiero que otros le arranquen la piel".
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