SHANGHAI (CHINA).- Pasaban las 11 de la mañana, hora local, cuando la oficialísima Radio del Pueblo anunciaba que, al otro lado del Pacífico, Virginia terminaba de dar la victoria electoral a Barack Obama. En la calle Julu, sin embargo, la voz de los locutores resonaba en el interior de un taxi vacío, y el relevante momento casi pasa desapercibido. El anuncio coincidía con el almuerzo, una pausa casi sagrada, y, como cada mediodía, los improvisados restaurantes callejeros de esta céntrica vía de Shanghai se llenaban de taxistas ajenos en su conversación a lo que muchos consideran una victoria histórica.
"Ao-ba-ma", repetía el señor Yang, uno de los chóferes. "¿Y dice usted que es ‘heiren’?", pregunta (heiren, palabra compuesta de dos caracteres: negro y persona). Se le podría llamar indiferencia, o falta de tradición democrática, pero lo cierto es que, quitando las elecciones a delegado de la clase o los incipientes comicios de comités locales —una democracia muy sui generis—, los chinos no votan. La cultura democrática brilla por su ausencia, aunque una campaña electoral tan cacareada (y larga) como la estadounidense de 2008 no ha pasado desapercibida para todos.
"Es como si en China hubiese, por ejemplo, un presidente mongol, tibetano o uighur", aclaraba una joven profesora de mandarín, Dong Xiaoban, que también ha venido a reponer fuerzas en este puestecillo que sirve arroz, carne y sopa de verduras. "Sería imposible. Aquí, de momento, no podría ocurrir, pero que Obama haya ganado en Estados Unidos puede ser un ejemplo para el resto del mundo".
Varias calles al norte, los restaurantes de mayor nivel del corazón financiero de Shanghai también hervían a esa hora con oficinistas, chinos y extranjeros, que comentaban los resultados con la vista puesta en la crisis financiera. "Es una buena noticia", comenta Vladimir Delvoie, un francés que trabaja para una compañía naviera. "La crisis ha empezado a afectar al negocio de las exportaciones y a China le conviene que los consumidores estadounidenses recuperen la confianza en su Gobierno".
Con una América más optimista, China venderá más y sus fábricas no tendrán que cerrar. Ese parece el análisis más inmediato en el motor económico de una China que, recientemente, comienza a despertar a la amenaza de un pinchazo en su crecimiento, el primero de carácter serio en tres décadas.
La ‘fiesta’ que para esta mañana organizaba la embajada de Estados Unidos y su Cámara de Comercio en la capital china despertó mucha curiosidad. En ella, se explicaba a los invitados la lógica detrás de un proceso electoral como el de hace unas horas. "En China, eso [la democracia], no funcionaría", explica Deng Tao, una trabajadora en una agencia de viajes. "Somos demasiada gente, y no podemos perder el tiempo con discusiones. Nos va mejor así, con un Gobierno responsable que no hay que cambiar y que toma las decisiones acertadas para todos".
Convencida como está de que la democracia tiene grandes fallos, si tuviera que elegir, sin embargo, "habría votado por Obama". "Es más guapo", dice. Jason Lee, un joven empresario oriundo de Hong Kong, pero criado en Los Ángeles, discrepa, aunque tampoco le convencía el candidato republicano. "Mai-kai-en", —es decir, McCain—, "era más de lo mismo. Como tener a otro Bush, cuyas políticas han sido fatídicas, no sólo para Estados Unidos sino para el resto del mundo. Todos necesitábamos un cambio en la Casa Blanca".
Como él, el pensamiento generalizado aquí es que, con Obama, esos cambios están de camino. Pero no todos se ponen de acuerdo sobre si los cambios serán para bien o no. Como candidato demócrata, Obama prometió endurecer las políticas en materia laboral y medio ambiental. Unido al contexto de crisis económica y las referencias que en su discurso viene haciendo a la reducción del déficit comercial, todo hace temer que los vientos del proteccionismo podrían empezar a soplar en Estados Unidos a partir de enero.
En Pekín, donde, más que el color de piel del nuevo inquilino de la Casa Blanca, importa el ‘business’ —más aún con Estados Unidos, el primer socio comercial de China—, las promesas electorales del nuevo presidente no cayeron demasiado bien. Tampoco que Obama dijese, en su momento, eso de que los países en desarrollo también se deberían sumar, con cuotas y compromisos concretos, a los esfuerzos por detener el calentamiento global.
China, considerado ya el primer contaminante del mundo por la cantidad de CO2 liberada a la atmósfera, se podría sentir atacada. Pero de momento, el presidente chino, Hu Jintao, ha felicitado cordialmente a Obama, aunque en algunos círculos se rumoreaba que los líderes de Pekín se decantaban en privado por el candidato republicano, si es que eso aseguraba una línea continuista con la anterior Administración. "Con Bush no les fue mal, ¿por qué iban a querer un cambio?", analiza Lee.
Comercio, escándalos por la seguridad de los productos, medio ambiente, la posición de unos y otros respecto a qué son los derechos humanos —y cómo deben ser respetados o castigados a sus infractores—, las relaciones con Taiwán, el Tíbet, Xinjiang —y el terrorismo islámico—, vecinos asiáticos… son muchos los posibles puntos de fricción entre Washington y Pekín. Tanto Bush como Clinton moderaron sus promesas de ser duros con la gran China y, a lo largo de sus respectivos periodos en la presidencia fueron más partidarios de evitar la confrontación con los líderes comunistas.
"A nuestros amigos del mundo…", se dirigía hace unas horas el senador y presidente electo de Estados Unidos a través de las ondas de radio chinas, "…queremos decirles que el faro de Estados Unidos seguirá brillando". Aquí, sin embargo, la sensación es que, desde Oriente, otro faro está brillando con cada vez más fuerza sobre el océano de las relaciones internacionales. Y una de las primeras cosas que Obama deberá decidir es cuál será su política respecto China. Porque ni él, ni su derrotado rival republicano, se atrevieron a profundizar en esas aguas durante la campaña.
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