El factor que mayor impacto tendría en una mejora de la conexión entre España y Estados Unidos tiene nombre propio: Barack Obama. Ese era el vaticinio de muchos observadores sobre el futuro de la relación bilateral entre Madrid y Washington en la era post-Bush. La otra palabra clave que se maneja entre bambalinas políticas es «oportunidad», la ocasión que España debe saber aprovechar con el nuevo ocupante de la Casa Blanca para pasar página y empezar de nuevo.
La retirada de tropas de Irak tras las elecciones del 14-M produjo un deterioro de la percepción de España en la administración republicana y entre las élites conservadoras que provocó repetidos desencuentros entre el Gobierno del Presidente José Luis Rodríguez Zapatero y el equipo de George Bush, una suerte de «ojo por ojo» esclerotizante y, para diversos comentaristas, incluso infantil.
El antagonismo resulta aún más llamativo en vista de que, en otros ámbitos, las relaciones bilaterales parecen marchar viento en popa. Unas 600 multinacionales norteamericanas han invertido en territorio español y algunas de ellas se cuentan entre las mayores empresas del país. El 40% de los medicamentos y un tercio de los automóviles producidos en España proceden de compañías estadounidenses. Y la presencia empresarial española en sectores como infraestructuras y energía no ha dejado de crecer en Estados Unidos; España es en la actualidad el mayor inversor extranjero en energías renovables en el país.
Los contactos entre las instituciones de ambos estados también son fluidos, como lo demuestran la gran cantidad de acuerdos alcanzados en cuestiones de seguridad nacional, intercambio técnico o investigación. Las dificultades proceden, como señala Juan Verde, miembro del Comité Nacional de la Campaña de Obama, «de fricciones políticas al máximo nivel, de un problema personal entre Zapatero y Bush. Pero la cúpula de Obama está al tanto del problema», subraya Verde. «Por eso es de esperar que el restablecimiento de las relaciones con España sea significativo y rápido».
Durante el último año, en efecto, España parece haber despertado un interés inusitado en el entorno de Obama. En junio, Zapatero recibía en La Moncloa a Bill Richardson, gobernador de Nuevo México y el político latino más prominente de EEUU. También visitaron España el senador John Edwards y el presidente del Partido Demócrata Howard Dean; un trío llamado a ocupar puestos de confianza en la nueva Administración.
Pero las simpatías de un sector de los demócratas no bastarán, por sí solas, para modificar de golpe la imagen del Partido Socialista que ha cundido entre ciertos sectores de los legisladores norteamericanos, «una percepción negativa que en parte tiene que ver con la falta de una comunicación eficaz del PSOE en Washington», señala Verde. «La vía diplomática es importante, pero no es la única. Es preciso acompañarla de labores de lobby, realizadas por un equipo técnico. En España no existe una cultura ni una tradición de lobby político. Pero, guste o no, así es como se funciona en Estados Unidos. No entender eso es miopía política».
También se impone un cambio de estrategia, como apunta desde Washington Paul Isbell, analista del Instituto Elcano y director de un grupo de trabajo enfocado a reconducir las relaciones bilaterales. «España tiene que dejar Irak atrás y centrarse en desarrollar nuevas fórmulas de colaboración con Estados Unidos; dejar de hablar de terrorismo para proponer ideas de cooperación en nuevas direcciones», subraya Isbell. «En la actualidad el volumen de actividad entre ambos países es tal que Madrid debería plantear cuanto antes un encuentro con la nueva Administración para hablar de energías renovables y de la creación de partenariados en ese sector, de cambio climático o de América Latina, una región en la que ambos países tienen importantes intereses».
El gobierno español es consciente de la necesidad de dar un giro a unas relaciones que vienen marcadas por los nuevos desafíos del siglo XXI, sobre todo en un momento en el que Europa necesita a EE.UU para diseñar una reforma global del sector financiero e impulsar la lucha contra el cambio climático.
«Hemos vivido unas relaciones marcadas por la falta de interlocución al máximo nivel. Pero es preciso olvidarse del pasado, renovar los contactos bilaterales y elaborar una nueva agenda transatlántica», afirma el secretario de Estado para la Unión Europea, Diego López Garrido, el único miembro del Gobierno español que se ha encontrado con Obama. Fue en agosto pasado durante un mitin del político afroamericano en Indiana al que López Garrido asistió como invitado.
«La prevención de crisis energéticas y alimentarias, la creación de un nuevo sistema financiero internacional con capacidad de supervisión global o el control de la proliferación de armas nucleares son algunos de los temas que centrarán la nueva agenda», explica. «Y esos son desafíos que no se pueden combatir con la fuerza militar».
El político español ya tiene puesta la vista en la cumbre del 2010 entre la UE y EEUU que orquestará España al ocupar la presidencia rotatoria de la Unión. En esa ocasión, Obama se encontrará con Zapatero, si no antes, ya que, según asesores cercanos al nuevo presidente americano, España será uno de los primeros destinos de Obama en el exterior.
Para entonces, los observadores prevén que Zapatero habrá desplegado un tipo de retórica diferente con respecto Estados Unidos y que estará enviando señales más positivas a Washington. También es probable que España haya aprendido algunas lecciones. «El Gobierno actual seguramente ha concluido que es mejor hablar con Estados Unidos antes de tomar decisiones», comenta Isbell. «Cuando dos aliados disienten con fuerza, deben intercambiar puntos de vista antes de actuar o adoptar resoluciones, incluso si al final acaban optando por posiciones de confrontación».
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