Abrir un libro autobiográfico supone, a priori, adentrarnos en la vida de una personalidad que nos resulta sugerente o curiosa. Si este relato pivota sólo sobre la parte pública del autor, el chasco será enorme, puesto que es esta zona conocida la que menos nos interesa. Generalmente, y no lo podemos negar, buscamos en una autobiografía lo privado y oculto de la persona. Aquello que no sabemos de su vida, como comportamientos (véase las infidelidades de Victoria Ocampo ), vicios o pensamientos hirientes o anécdotas que acercan el personaje a lo que en realidad es o fue.
Esta afirmación previa no implica la necesidad de grandes escándalos, rupturas o cualquier elemento sórdido para saciar nuestra vigilante curiosidad. Para considerar decepcionante una autobiografía, basta con que no arroje luz sobre el personaje, no nos contraponga su otro yo del de los ensayos o novelas. Da igual que sea cierto o no lo que cuenta, pues cualquiera de las situaciones nos revelará algo del autor.
Dentro de este género autobiográfico suelen destacar los escritores ingleses. No queremos insinuar que sean éstos los que más tienen que ocultar o callar y que se despachan a gusto una vez toman distancia de la sociedad en la que viven. Lo que sí han demostrado con creces es que aportan gusto y tacto para saber manejarse en este difícil género en el cual han profundizado muchos de sus autores.
Entre estos escritores que narraron sus propias vivencias para otros y que supieron salir indemnes e incluso aclamados, destaca el que escribió el 'Príncipe de las paradojas'. Hablamos de Gilbert Keith Chesterton cuya 'autobiografía' fue publicada en España por Acantilado en 2003. En ella recoge a modo de síntesis, y a través de sus experiencias vividas, el sentir de una época. No es una narración de acontecimientos pasados, sino un lúcido conglomerado de un determinado momento histórico y cultural. Todos los lugares, descripciones, personajes o relatos que introduce Chesterton desvirtúan su propia autobiografía, convirtiéndola casi en una obra de ficción de las que él es su resabiado autor.
En esta obra el autor de 'El hombre que fue jueves' o de la recopilación de ensayos agrupada bajo el original nombre de 'Correr tras el propio sombrero' mantiene su habitual manejo de la paradoja, que le valió el calificativo ya mencionado, así como una aguda inteligencia para remarcar su opinión en un mundo con el que siempre mantuvo fragantes discrepancias. Escritor, y sobre todo periodista, se posicionó en contra del nihilismo, del esnobismo, de los políticos corruptos y de todo aquello que le proporcionase polémica (incluidas sus confrontaciones con George Bernard Shaw) y divertimento. Leyendo a Chesterton el lector tendrá casi la obligación de reírse, puesto que quedará descubierto ante (puesto que descubrirá) un personaje excéntrico y peculiar con una especial manera, casi única, de entender el género autobiográfico, y que ha generado la admiración de escritores como (y de la talla de) Borges, o más recientemente (aunque de menor interés), Zoe Valdés.
Otro singular personaje que también plasmó sus peripecias en una autobiografía es Evelyn Waugh (y aclaremos como hacía Scarlett Johansson en 'Lost in Translation' que '¡Evelyn Waugh es un hombre!'). Casi coetáneo a Chesterton, comparte con éste una peculiar filosofía de vida, una desternillante prosa y una conversión controvertida al catolicismo, así como una publicación autobiografía destacable, póstuma en el primer caso y muy tardía e incompleta, lamentablemente, en el de Waugh, pues este primer volumen de memorias se publicó dos años antes de su muerte, en 1964.
Autor no muy conocido para la mayoría de lectores (salvo por 'Retorno a Brideshead' de la cual se realizó una adaptación televisiva), satiriza con mordacidad y burla a la sociedad británica (las costumbres, la moral…), a la cual él, por otra parte, se jacta de pertenecer. Nosotros recomendaríamos —una buena manera de conocerle— la lectura de su primera novela, 'Decadencia y caída', el ácido retrato de la juventud dorada y del sistema educativo de su época.
En su autobiografía titulada en castellano 'Una educación incompleta' (Libros del Asteroide, 2007) nos descubre, con una estupenda prosa, sus intentos de adolescente encaminados hacía la miniatura y la caligrafía artística, tentativa que fue abandonada primero por la historia y después, afortunadamente, por la literatura.
Sus años de formación en Lacing y Oxford marcan un cambio hacía el dandismo bohemio y la sofisticación esteta que no perderá nunca. El autor de '¡Noticia bomba!' (otra recomendación) parece seguir la máxima chestertoniana de 'sin un moderado desdén por la educación ninguna formación está completa'. Quizá lo peor de esta obra de Waugh sea la falta de interés que pueden despertarnos al principio sus densas descripciones genealógicas de tías, abuelos, bisabuelos y demás parentela. Sin embargo, poco a poco, nuestra curiosidad y disfrute van creciendo hasta el periodo universitario y su posterior ejercicio profesional como docente temporal.
El final de este primer volumen culmina, a nuestro juicio, con una evocativa narración del intento de suicidio marino. Una muestra más de la sinceridad desgarrada que acompaña, aquí algo bañada de romanticismo, este inicial y último (por desgracia) volumen autobiográfico. Tal vez, como escribió Waugh, "sólo cuando se ha perdido toda curiosidad hacia el futuro se ha alcanzado la edad de escribir una autobiografía". Muchos escritores deberían memorizar esta frase.
Sabemos que cualquier selección literaria pasa por ser una cuestión personal y subjetiva. Sin embargo no podemos dejar de despedir este artículo sin citar por lo menos tres autobiografías de autores del siglo pasado.
*Alfonso Tordesillas, Gonzalo Queipo y Francisco Llorca forman el colectivo literario 'Tipos Infames'.
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