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Heridas

Por JAVIER PÉREZ DE ALBÉNIZ (SOITU.ES)
Actualizado 20-10-2008 08:26 CET

Una cadena de pago dedicada a la historia emitió un documental sobre la busca y captura de nazis que, tras el genocidio, huyeron y se escondieron en los lugares más remotos del planeta. Pasaron décadas desde que masacraron a miles de judíos, pero sus crímenes no prescribieron. No prescribirán jamás. La humanidad estuvo de acuerdo en que había que localizar, detener y juzgar a los asesinos, por viejos y decrépitos que se encontrasen. Era lo razonable. Viendo el documental, que se cruza en el tiempo con la primera causa de la historia contra el franquismo, no puedo evitar convertir en doméstica esa reflexión: pienso en nuestros nazis, en nuestros asesinos, en aquellos que llenaron de muertos las cunetas de España. ¿Qué fue de ellos?

El Juez Garzón ha dado un impulso importante a la tibia Ley de la Memoria Histórica socialista. La "Ley de la Memoria de la Vergüenza", según Juan Manuel de Prada. "Un problema, puesto que traslada la Guerra Civil a los jóvenes", para Antonio María Rouco, cardenal de Madrid. "Es un disparate y un gravísimo error resucitar el pasado" asegura Manuel Fraga, ministro y vicepresidente del gobierno durante la dictadura que, no lo olviden, después de justificar la ejecución de un preso político (Julián Grimau) ejerce de demócrata en la filas del Partido Popular. Pese a estos amnésicos hipócritas habrá mapa de las fosas, se continuarán exhumando cadáveres y, de alguna manera, se reparará a las víctimas del franquismo. "Normas que nacen con la intención de ‘cerrar y cicatrizar las heridas’ de la Guerra Civil, aunque más bien parecen surgir con el objeto contrario, el de reabrir las viejas y ya curadas heridas", escribió Domingo Pérez en una vomitiva información, que no opinión, publicada por el diario ABC.

Lo debe estar haciendo muy bien el juez Garzón, tal y como demuestra el increíble editorial que el diario El Mundo le dedicó el pasado sábado: "Garzón es un sinvergüenza que se ha convertido en una bomba de relojería para la justicia", sentencian los de Pedro J. Un sinvergüenza que, recuerden, ordenó el arresto de Pinochet, levantó cargos de genocidio contra funcionarios de la dictadura argentina y, ahora, quiere atribuir a Franco y a otros 34 jefes golpistas un plan de exterminio sistemático de 'rojos'.

¿Viejas y ya curadas heridas? No mientras los asesinos anden sueltos. O sin identificar. O estén enterrados en cementerios mientras sus víctimas se pudren en cunetas. No mientras exista una posibilidad de que las conductas fratricidas de los golpistas puedan ser consideradas crímenes contra la humanidad.

Dentro de poco algunas personas podrán saber dónde enterraron como perros a su abuelo, su padre o al hermano de su vecino. Pero me temo que aún tendrán que esperar algún tiempo para conocer el nombre de quién les mandó fusilar o les dio un tiro en la nuca. Para algunos esta investigación final será muy dolorosa, qué duda cabe. Tanto como lo fue para los familiares y seguidores de Eichmann, Mengele, Bormann y otros fugitivos nazis. Pero a muchos nos reconfortaría leer esa lista de asesinos, hasta ahora considerados héroes y vencedores. Nos gustaría a todos aquellos que creemos en la justicia, y que pensamos que ésta debe estar por encima del miedo, de la venganza, de las heridas… y de los herederos intelectuales del franquismo.

Un motivo para no ver la televisión

La memoria de la tierra (Exhumaciones de asesinados por la represión franquista)
Fotografías de Clemente Bernad y Eloy Alonso
Editorial Tébar

Una portada estremecedora, el anillo que sobrevive entre los huesos semienterrados de una mano muerta, para un libro inolvidable: «La memoria de la tierra». El trabajo de dos fotógrafos que, en un ejercicio periodístico impecable, capturan la realidad que les ofrece una fosa abierta. Una realidad de huesos acumulados que pertenecieron a personas asesinadas por tener ideas diferentes a las de sus asesinos. Huesos secos, despojados de carne y dignidad, que en el mejor de los casos apenas conservan pequeños objetos que han soportado el paso del tiempo y la tierra. Un anillo, un peine, unos casquillos, la suela de unas botas…

Alguien ha depositado claveles rojos sobre los esqueletos. «La tierra ya no duerme», asegura Emilio Silva en uno de los breves textos que acompañan esta emotiva obra visual. La tierra, que se abrió para esconder las miserias de los escuadrones de la muerte, se abre de nuevo para denunciar a los asesinos: Franco y sus secuaces no se salieron con la suya. El olvido no existe, las tumbas que excavaron en los bordes de las carreteras no fueron lo suficientemente profundas. Vamos a conocer lo que pasó. Gracias a libros como éste sabemos que los muertos sólo estaban dormidos, y que ahora despiertan para contarnos la verdad.

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