Uno se espera otra cosa al afrontar a Manuela. No porque te decepcione, sino porque temes el torrente que se te viene encima, lo que sospechas: mujer hecha y derecha. ¿Demasiado experimentada? El cine a veces engaña, a mí me ha engañado, porque me encuentro con una niña. En el más dulce de los sentidos. El viaje iniciático que le propuso Julio Médem en su debut, ‘Caótica Ana’, la mostraba como alguien que había llegado a la estación de la vida adulta y ella, en carne y hueso, en vivo y en directo, es, en realidad, la Ana del principio, la que está por picardear. Pero ese es mi juicio subjetivo, el del periodista que arranca un retal de vida, el que capta un momento fugaz de una madrileña de 21 años que no hace tanto tiempo que ha abandonado sus diversiones infantiles. Dicen que la cámara engorda cinco kilos. A Manuela, hace un año, le sumó una década.
Rejuvenecimiento o desmarque de la mentira del celuloide, lo cierto es que conversa con risa, me doy cuenta mientras la transcribo que la seriedad no está en su registro a pesar de que lo que me cuenta es el rodaje de ‘Camino’, posiblemente el puñetazo al estómago más contundente de toda la temporada del cine español, "radiografía del Opus Dei", en palabras de su director Javier Fesser.
La entrevistada interpreta a la hermana mayor de Nerea Camacho (la Camino del título), que no debe de ser muy distinta físicamente a cómo era ella hace justo 10 años. "Todos mis amigos nos confundían al principio. Quizás en un cartel muy grande se ve que la de la imagen es una niña, pero en las fotos pequeñas que han ido saliendo, cuando pasas rápido la página, incluso ellos se confundían. Me decían: ‘Te he visto en el póster’, y les tenía que repetir todo el rato que no era yo. Ahora estoy empezando a creer que nos parecemos".
¿Se comportó entonces como hermana mayor en el rodaje?
Si, ahí ha habido un cambio total, porque en ‘Caótica Ana’ yo era la pequeña y todo el mundo me mimaba a mí y, sin embargo, en ésta, la pequeña era Nerea y tenía que ser yo la adulta. En la promoción se encuentra nerviosísima, necesita agarrar manos todo el rato, y yo le doy la mía.
No trató bien la crítica su debut cinematográfico el año pasado, y aunque Medem fue el que se llevó más palos por parte de un público que no respondió, Manuela sufrió también las consecuencias. Aun así, parecía que, entre los restos del naufragio, saldría al menos una nominación a la mejor actriz revelación, pero ésta finalmente no llegó. "A mí me sorprendió que ‘Caótica Ana’ no fuera nominada a nada. No en concreto yo, que era algo con lo que obviamente había soñado, pero me pareció algo injusto que no se valorara el trabajo de producción, de música, o de fotografía, que pasara desapercibida en los premios como si nunca se hubiera estrenado. Ahora me hago menos ilusiones previas. Prefiero esperar a ver si pasan cosas buenas y, si éstas llegan, alegrarme entonces", cuenta.
Ella emerge, y Medem, tras dos relativos patinazos (‘La pelota vasca’ —2003— tampoco cumplió las expectativas), vive vacas flacas. ¿Paradoja? "Yo coincidí con él en un momento en que hubo una inflexión en su carrera. Para mí ha sido todo tan bueno que no me puedo quejar en absoluto. ¿Que nuestra peli no fue tan bien? La verdad es que para mí fue fenomenal. Si Julio la compara con alguna otra suya, quizá [no quedara satisfecho]..., pero si yo lo comparo con cualquier otra cosa, que no era nada, pues imagínate lo bien que me ha ido...".
Ana experimenta un despertar sexual de una forma similar a Nuria, su personaje en ‘Camino’, quien, después de un desengaño, decide ordenarse en el Opus sometiéndose a ciertos votos, estableciéndose en el extremo opuesto al de su anterior álter ego. Mucho cambio. "Estaba esperando un guión que me cautivara y el de Javier [Fesser] me encantó. Sobre todo por la oportunidad de embarcarme en un registro totalmente diferente, que es lo más bonito que se puede hacer como actor". Pero su esencia permanece. Libertina o beata, aunque sus personajes estén separados por todo un mundo de distancia, su dulzura es una constante, su particular marca de la casa. "Yo encuentro una cosa en común entre las dos. Esa energía y luz que tiene Ana también la tiene Nuria, lo que pasa es que se ha ido apagando. Seguro que la conservaría un poco más si no se encontrara con ese entorno".
Manuela explica su visión de los papeles y disecciona como los cirujanos que constantemente tratan a su hermana de mentira, Camino. Puede que su capacidad de análisis se deba a su cabeza de estudiante. De momento no deja los libros. Cuando le tocó saltar a escena, tomaba clases de interpretación en la escuela de Juan Carlos Corazza. Ahora realiza un curso avanzado con Jorge Eines.
¿Qué puede aportar el campo académico que no se adquiere con el trabajo de campo?
En la escuela en la que estoy, trabajamos con una técnica interpretativa que sirve de base para agarrarse, y, si te pierdes, acudes a una ‘brújula’ que nos creamos para tener de nuevo por dónde tirar; pero yo, cuando actúo, me olvido de todo y no pienso en la teoría. Creo que lo bonito está en haberlo instalado en uno mismo y que te salga. Además, cada uno pone lo suyo propio a la hora de la verdad.
Manuela, española, inmersa en el cine español, como todos, ha de sentir la crisis. Es casi la pregunta comodín. ¿Cómo la viven las caras nuevas?
Se están haciendo menos cosas y las pocas que hay, se retrasan. Lo afronto con paciencia y, mientras, sigo yendo a clase. Todavía me considero una estudiante y no tengo prisa por ser profesional.
Joven, no tan dura, pero sí madura, Manuela, paso a paso. Paso a paso, haciendo ‘Camino’.
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