BANGKOK (TAILANDIA).- Algo tan lujoso para los foráneos como habitual para los locales, el mítico masaje tailandés, podría ser comparado a nuestra tan querida y envidiada siesta. Los spas forman parte del paisaje urbanístico de cualquier localidad tailandesa y en Bangkok hay centenares de ellos, que oscilan desde los caros y exclusivos establecimientos de algunos hoteles hasta los populares masajes que dan los aprendices en el templo Wat Pho, por no hablar de los innumerables locales que prometen un masaje con 'final feliz'. Ante tanta variedad me pregunto: ¿existirá el masaje perfecto? Y además de ser tan placentero para los sentidos, ¿realmente tiene efectos beneficiosos para la salud? Respiro hondo y me lanzo a tan 'sacrificada' misión.
Según consta en los archivos, el masaje tradicional o nuad paen boran fue importado por los monjes budistas de la ciencia védica india hace 18 siglos. Darse un masaje tailandés equivale a que le hagan a uno una clase de yoga, sin que el interesado tenga que mover un músculo. Las sesiones incluyen posturas que estiran los músculos, relajan las articulaciones y ejercen presión —muchas veces dolorosa— sobre 10 puntos clave, las sen o líneas de energía, y se aplica con manos, antebrazos, codos y pies. Al igual que el masaje con hierbas medicinales, originariamente esta disciplina se aplicaba en los templos, y los puristas todavía veneran al que se considera su inventor, el médico personal de Buda. Este origen religioso aún puede observarse en la actitud del masajista que siga la técnica tradicional purista, que debe ser meditativa y comenzar con una oración.
Pero mis motivaciones son más bien hedonistas. Veamos qué me encuentro.
Acudo al S Medical Spa, atraída por su lema "donde el placer cura". Este spa combina la acupuntura, los últimos tratamientos de medicina estética y el masaje terapéutico en unas instalaciones con todo tipo de lujos, incluido gimnasio, piscina, sauna y baños de vapor. Aquí me encuentro con Nalinee, que me recomienda, además de los masajes, que me someta a una hidroterapia de colon, que, dice, mejorará el aspecto de mi piel y mis funciones básicas corporales. No puedo evitar imaginarme a los barrenderos que limpian las aceras con un chorro de agua a presión, y decido dejar esta experiencia para otra ocasión. Me decido por el mucho más apetecible masaje de aceite a cuatro manos, en el que dos masajistas trabajan sobre ambos lados de mi cuerpo en perfecta sincronización. Lo que hace esta experiencia doblemente relajante es que además de disfrutar el cuerpo, la mente se estimula ante la compenetración de los movimientos en una especie de arte táctil. Nalinee me explica después que un buen masaje además de llevar oxígeno y nutrientes a los tejidos y órganos vitales, mejorando la circulación de la sangre, promueve la regeneración de los tejidos y ayuda a combatir la celulitis. No está mal para 90 minutos de puro placer y 80 dolorosos euros.
Situado a orillas del majestuoso río Chao Phraya se encuentra el Oriental Spa del hotel Mandarin Oriental. Tras coger una barcaza del hotel y atravesar a la orilla opuesta, se llega hasta una casa típica tailandesa de madera que alberga el lujoso spa. Está considerado como uno de los más caros y exclusivos spas de Bangkok y aun así cuesta conseguir una cita si no se reserva con antelación. Se puede elegir entre masajista hombre o mujer, y una vez dentro de la habitación individual con techo, suelo y paredes de madera de teka, sencillamente decorada con velas aromáticas y un colchón en el suelo, empieza el viaje de los sentidos. Como fondo, las barcazas que se deslizan por el Chao Phraya y que se pueden apreciar a través de la cristalera. Tras el masaje, me traen mango con arroz dulce de coco y té caliente. El listón se sitúa alto, pero la factura de 55 euros por 60 minutos de masaje tailandés hace que este masaje sea verdaderamente un lujo para el bolsillo.
El Oasis Spa, en la soi 31 de Sukhumvit es, como su nombre indica, un oasis de armonía y relajación en medio de una de las zonas más concurridas de Bangkok. Una preciosa construcción colonial de madera blanca, con un jardín y una zona para sentarse bajo los árboles a escuchar el canto de los pájaros o el borboteo del agua, hace que el mero hecho de entrar en este establecimiento sea ya de por sí relajante y estimulante. Una vez dentro, la habitación no decepciona. A la luz de las velas y el sonido de la música típica de estos locales, la masajista empieza la ya familiar presión en los puntos clave, consiguiendo estirar los músculos y relajarlos durante las dos horas que dura el tratamiento. A pesar de pedirlo, no consigo que me dé el masaje con la fuerza necesaria. Ya se sabe, con la presión del masaje pasa como con el picante de la comida tailandesa, cuanto más lo pruebas, más quieres. La ducha privada al aire libre al estilo japonés es digna de cualquier hotel de lujo y los 36 euros que cuesta no me parecen excesivos ante tanto despliegue estético, pero al masaje le doy una puntuación de 6 sobre 10.
Haciendo caso a la rumorología entre las mujeres expatriadas de que en el spa de la soi 12 de Sukhumvit 'The King and I' el masaje es algo más que relajante, me dirijo hacia él con curiosidad y cautela: en Bangkok, la línea que separa los spas de los burdeles es muy fina, y abundan las casas de masaje —generalmente frecuentadas por hombres— en las que el masaje tiene un 'final feliz'. En apariencia es un sitio normal, con predominancia de clientas japonesas (en Bangkok tengo una regla de oro que no me suele fallar: cuando un local es frecuentado por japonesas —ya sea de pedicura, masajes o peluquería— es que va a ser bueno. Son las clientas más exigentes que hay en cuanto a servicio, limpieza y relación calidad-precio, así que, si pasa sus estándares, seguro que sobrepasa los míos). Allí me encuentro con Kathleen, australiana residente en Bangkok que ha venido con dos amigas: "El masaje ha estado bien, pero en un momento dado he tenido que pedir a la masajista que parase porque se estaba acercando a zonas íntimas con demasiada familiaridad", comenta entre risas. ¿El precio? Por lo que ofrecen, bastante atractivo, a 12 euros, pero me queda la duda de la verdadera especialidad de este sitio.
Ruen Nuad (42, Convent Road) es una pequeña casa de madera de teka y orquídeas colgantes en el barrio de Saladeng, muy sencilla pero con el encanto de las cosas auténticas. Sólo ofrecen masaje tailandés, de aceite y reflexología, pero la sencillez de sus instalaciones y de su menú contrasta con el nivel de sus masajistas. Se nota que aquí se viene a por un buen masaje y nada más, y las callosas manos de Poon —mi masajista— se transforman en varitas mágicas que consiguen que el dolor dé paso al placer en cada punto que tocan, estirándome y girando mi espina dorsal con una facilidad que ríete tú de las clases de yoga, si no me rompe me colocará todo en su sitio. Los siete euros que pago por una hora de masaje tailandés convierten a Ruen Nuad en la opción más rentable, y el masaje es de los mejores.
¿Mi conclusión? Me quedo con el spa del Oriental por lujoso, y con Ruen Nuad por la buena relación calidad-precio. En cuanto a mí, después de este maratón de masajes me he enganchado aún más a este lujo asiático que pienso seguir disfrutando mientras pueda. Y si lo puedo combinar con una buena siesta, mejor que mejor.
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