Esto pretende ser un post tirando a corto. Que conste la intención. Hace unos días un amigo me remitió uno de esos correos que enlaza a un artículo de periódico. Se trataba de La Vanguardia y lo escribía Sergi Pámies –pincha rápido para que pueda seguir con mi retahíla-. Como habréis comprobado disertaba, con bastante más lucidez por cierto, sobre algo que ya traté en su día en algunas líneas de este fecundo blog.
Llamé rápido al aludido para contárselo. Para variar, llegué tarde –lo he tomado como una costumbre romántica en mi vida, eso de llegar a destiempo a casi todo-. David estaba al tanto y orgulloso como un pavo real. Nivelón de Aviñón, me dijo, que este tipo se fije y nos dedique su tiempo. Sin duda, le contesté, a la vez que le sugería que lo dejase caer en Glotonia. Se hizo un silencio, algo se le conoce, así que no me extrañó que el pudor campase a sus anchas en un un cuerpo tan generoso como el espíritu que lo inspira. Las apariencias, amigos, que son muy engañosas.
Le cojo el testigo, por tanto, no para hablar de él, que ya le vale, sino de Pámies, a quien sin embargo no tengo el gusto de conocer. Sólo tuve la fortuna de que uno de sus libros, «Si te comes un limón sin hacer muecas» (Anagrama 2007), llegase a mis manos tras haberlo visto recomendado precisamente aquí. Me fío del criterio de los glotonios en asuntos literarios. Pero el goce obtenido no se debió a ellos, sino a este tipo, el que eleva los niveles de Aviñón, que a través de veinte cuentos hila tan fino, finísimo, que te deja temblando y medio mareada en un alambre de araña del que no te puedes bajar en días.
Luego he leído que el autor pretendía hacer una «apología de lo cotidiano», que perfeccionó esto de ser «un cuentista» por la «práctica de la urgencia y la falta de espacios». También he ojeado algunos de los análisis de supuestos especialistas: desde el que asegura que Pámies es «un dios del relato corto» hasta el que opina que el libro «es una señal clara de la disposición acomodaticia que puede tomar el escritor de cuentos». Mucha verborrea que ha venido a ratificar algo que sospechaba, los críticos, en cualquiera de sus versiones, artísticas me refiero, se emperran en sermonear en interminables monólogos sobre materias que, por lo general, piden a gritos ser concluidas en un par de términos, definiciones como mucho. Fiel a mi falsa promesa de brevedad, lo haré bien simple, el libro es extraordinario. Sólo reniego de habérselo dejado a una amiga, que a su vez se lo pasó a otra, en vez de haberles instigado a comprarlo. ¡Qué instigado ni puñetas, obligado, que es lo que una ha de hacer cuando tropieza con una joyita de éstas!
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