"La crisis de Wall Street es para el mercado lo que la caída del Muro de Berlín fue para el comunismo". La frase, pronunciada por el premio Nobel de economía Joseph Stiglitz, es sólo una de las sentencias calificativas sobre la debacle financiera que tiene loco a medio mundo. "Nada volverá a ser igual", "Es el fin del capitalismo tal y como lo conocemos", "Occidente cederá el testigo a las potencias emergentes" son otras perlas que nos han brindado prestigiosos analistas en los últimos días. Si todo se hunde, ¿podemos al menos consolarnos con la idea de que estamos protagonizando y asistiendo a un momento crucial en la historia de la humanidad?
Aunque no cree que el desplome de Wall Street vaya a poner en riesgo al capitalismo, Jordi Sevilla, economista y ex ministro socialista, sí opina que esta crisis va a marcar un antes y un después. "La situación actual va a ayudar a acabar con dogmas de la economía y algunos discursos ideológicos van a salir muy mal parados", afirma. Sin embargo, éste sí podría ser el principio de un gran cambio marcado por el principio del fin de la hegemonía económica norteamericana, "ya cuestionada desde hace tiempo".
Los historiadores que hemos consultado se muestran más reticentes que muchos analistas económicos a la hora de calificar la crisis de momento histórico. En palabras de Ángel Bahamonde, catedrático de Historia Contemporánea en la Universidad Carlos III de Madrid, esto será "como mucho un 'hitillo'". Sin embargo, reconoce que posiblemente el varapalo económico será la tumba del capitalismo especulativo "del ya y el ahora" y el sistema económico volverá a parecerse más al que conocimos durante los años 80 y 90.
"Cada año hay un buen puñado de 'goles históricos' y al menos dos o tres 'bodas del siglo'", bromea el historiador Feliciano Páez Camino, quien opina que el término "histórico" se aplica con bastante alegría y banalidad en los medios de comunicación. Lo cierto es que, salvo el crack bursátil del 29, la historia económica no está precisamente plagada de "fechas sagradas", sino que experimenta los cambios a muy largo plazo. "La economía es menos propicia a los hitos con una referencia cronológica precisa y la conciencia de grandes movimientos como la Revolución Industrial no se dio hasta mucho después", explica.
Siguiendo el esquema dialéctico de la Historia, parece que tampoco salen las cuentas. "Tenemos la tesis, que es el capitalismo, pero no una antítesis de la que obtener una síntesis", indica Bahamonde. O sea, que la actual crisis podría haber supuesto un buen punto de inflexión para cambiar de sistema, pero tal y como están las cosas, no es factible. "Hoy en día no existen intelectuales que hayan sido capaces de crear una alternativa viable al capitalismo", añade.
¿Y para nosotros? ¿Será esta crisis como otros hitos ya grabados a fuego en nuestra memoria, como el 11 de septiembre o la caída del Muro de Berlín? ¿Nos acordaremos mañana de qué estábamos haciendo el día en que quebró Lehman Brothers, como lo recordamos del 11-M en esa especie de 'egohistoria' personal e intransferible?
"La gente está asistiendo al desplome del mundo financiero como si estuviera viendo un desastre natural: con una actitud poco consciente de los acontecimientos y con la sensación de que hay poco que hacer", reflexiona Páez-Camino. Bahamonde también es de los que cree que a la gente de la calle no le va a quedar un gran recuerdo. La falta de visualización de la crisis económica en una imagen, como la de los ejecutivos tirándose desde lo alto de los edificios en 1929, resulta el principal impedimento para que la debacle financiera se convierta en un mito en el imaginario colectivo. "Lo que no puede ser asumido en imágenes no existe", afirma.
O sea que, en cualquier caso, ante el temporal, nos convertimos un poco en víctimas del síndrome Fabrizio del Dongo. Del Dongo, clásico personaje del novelista francés Stendhal, simbolizaba en la 'La cartuja de Palma' la falta de conciencia del hecho histórico. El joven Fabrizio deambuleaba por Waterloo, la batalla que cambió el rumbo de la historia de Europa, aturdido y torpe, sin comprender muy bien qué estaba sucediendo a su alrededor. Ni siquiera se enteró de quién había ganado.
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