Los debates presidenciales dan la sensación de ser un combate de boxeo: dos candidatos intercambian golpes en un escenario enmoquetado con un moderador al lado que garantice el juego limpio. Sin embargo, a pesar de esta sensación de velada de boxeo, el peor contrincante de un candidato en estos debates es a menudo él mismo. Revisando los debates televisados desde 1960, veo que los momentos memorables son en gran medida producto de etiquetas atribuidas a los candidatos incluso antes de que salgan a escena.
En 1980, Jimmy Carter encajó un golpe por mencionar que le había preguntado a su hija Amy cuál era el mayor problema al que se enfrentaba el país (ella dijo que eran las armas nucleares). ¿Por qué fue tan importante? Porque a Carter se le acusaba de ser un líder desorientado. Pidiéndole consejo a su hija, confirmó la impresión de que era un presidente de ideas poco claras. Cuando Michael Dukakis dio una respuesta razonable pero desapasionada a la pregunta de si pediría pena de muerte para un hipotético violador de su mujer, confirmó su propia caricatura de burócrata gris. Cuando George H. W. Bush miró su reloj (dos veces) durante un debate previo a las elecciones municipales de 1992, quedó encasillado en la imagen de un presidente al que no le interesaban demasiado los problemas de la gente corriente. La lista no termina aquí.
La imagen atribuida al candidato ya antes de que tome la palabra puede también jugar a su favor. En el caso de John Kennedy, la preocupación era que podría ser demasiado inexperto. Cuando se presentó como un hombre seguro de sí mismo que controlaba sus gestos, mirando a la cámara y dirigiéndose directamente a los espectadores, logró disipar las dudas con su comportamiento. En 1980, Reagan replicó "ya estás otra vez" a un ataque de Jimmy Carter, lo cual, inexplicablemente, causó sensación. En la nota que sacó la agencia Associated Press, la frase encabezaba prácticamente la noticia. La trivial ocurrencia de Reagan se consideró importante porque demostraba a los votantes que lo juzgaban asustadizo que era todo un hombre. Además, hizo quedar a Carter como persona injusta y glacial.
Entonces, ¿qué etiquetas tienen que refutar o confirmar Barack Obama y John McCain?
Barack Obama tiene que pasar la misma prueba que Kennedy: ¿Podrá trasmitir la sensación de que es capaz de asumir el mando? Tiene tablas, sí, pero, ¿logrará conmover a la gente de forma directa, más allá de recitar bien su parte del guión? Obama aventaja en las encuestas a John McCain en casi todos los valores, pero a los votantes les sigue preocupando su capacidad para convertirse en comandante en jefe. En la última encuesta de ABC News y el Washington Post, sólo el 48% del país pensaba que sería eficaz en el cargo. Para muchos votantes, ésta será su impresión general de Obama. Su intervención en el debate puede contribuir enormemente a la decisión de los electores de si es el tipo de persona que puede sacar adelante todo lo que ha prometido, tanto en la política económica como en la exterior.
Para McCain, el primer reto ha sido aparecer. Esto podría ayudarle a sortear la primera trampa que le ha tendido el equipo de campaña de Obama: retratarlo como una persona temeraria. El pasado miércoles, Joe Bidden atacó a McCain diciendo no sólo que tenía malas ideas, sino también que esas malas ideas eran peligrosas -sugiriendo así que no tiene el temperamento apropiado para el cargo. La suspensión de la campaña por parte de McCain, y su amenaza (que parece que no va a cumplir) de saltarse el debate, han proporcionado nuevos argumentos a los asesores de Obama que querían incidir en este aspecto. Así, McCain puede tener dificultades para exponer sus razones frente a Obama de manera demasiado directa, por miedo a parecer excesivamente irascible.
La otra trampa que Obama viene tendiendo a McCain es presentarlo como alguien desconectado de la realidad. Buena parte del debate se centrará en cuestiones económicas, un terreno potencialmente peligroso para McCain. Si se le vuelve a ocurrir afirmar que los fundamentos de la economía son sólidos, va a tener problemas. Por otra parte, las expectativas sobre McCain en economía son tan bajas que, si muestra tan sólo un cierto dominio –hablando con desenvoltura de los "credit default swaps" [coberturas por riesgo crediticio], por ejemplo, o, mejor aún, mostrando algo de comprensión hacia quienes sufren-, podría bastarle.
El otro reto para McCain es hallar el modo de aprovechar el debate para alcanzar uno de sus objetivos de campaña: demostrar a los votantes que quieren un cambio que él puede proporcionárselo. Su equipo de campaña ha asumido que la elección se decantará probablemente por el candidato que consiga convencer a los votantes de que será capaz de hacer cambios en Washington. Por eso Palin y McCain han usado tantas veces la palabra "inconformista" para definirse. Pero tal afirmación no ha funcionado. McCain se sitúa más de 30 puntos porcentuales por debajo de Obama cuando se pregunta a los electores qué candidato es mejor para aportar un cambio.
Pero no está muy claro cómo puede conseguirlo. Una opción aventurada sería aferrarse a su actual maniobra de campaña y exponer sus razones políticas para ello. Los asesores de McCain insisten en que el hecho de "suspender" la campaña y salir corriendo a Washington no era pura retórica, sino que tenía que acudir convencer a los republicanos de que apoyasen algún tipo de acuerdo. Tal vez podría explicarles directamente a los votantes el brusco viraje que acaba de realizar, y presentarlo como modelo del tipo de revulsivo que llevará a Washington. O quizás, el simple hecho de no aparecer podría ser la prueba más clara posible de lo decidido que está a revolucionar las cosas.
*Artículo originalmente publicado en el medio digital estadounidense Slate
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