Manchester (R.Unido).- Pese a no levantar cabeza en las encuestas, el primer ministro británico, el laborista Gordon Brown, logró hoy mantener a flote su cuestionado liderazgo apelando a la unidad de su partido para encarar mejor la crisis financiera.
"Mi atención se centra de manera inquebrantable en que este país supere las desafiantes circunstancias económicas que afrontamos", afirmó Brown en un apasionado discurso ante el congreso anual del Partido Laborista, que se celebra en Manchester (norte de Inglaterra).
"El pueblo británico -advirtió- no nos perdonará si, en este momento, nos fijamos sólo en los asuntos de nuestro partido cuando nuestro deber es atender los intereses de nuestro país".
Con ese rotundo aviso, el "premier" británico dio la cara ante su formación -cuya conferencia empezó el pasado sábado y concluirá este miércoles- después de que una docena de diputados laboristas "rebeldes" intentara hace una semana forzar su derrocamiento.
Para desazón de Brown, los sondeos de intención de voto vaticinan una catástrofe del Laborismo en las próximas elecciones generales (previstas para la primavera de 2010) y la vuelta al Gobierno por la puerta grande del Partido Conservador, reanimado por David Cameron.
El jefe laborista también tuvo que soportar hoy los ecos del discurso pronunciado el día anterior por su ministro de Exteriores, el joven David Miliband, considerado por muchos correligionarios como el único capaz de salvar al Laborismo del descalabro en 2010.
Miliband elogió a su jefe por sus logros pasados, pero al hablar del futuro abogó por "sustituir el fatalismo por la esperanza", frase que los comentaristas atribuyeron a un "líder en espera".
En ese adverso contexto, Brown se presentó como el timonel idóneo -no en vano ejerció durante diez años de ministro de Economía- que necesita el barco del país para navegar entre las turbulencias financieras que han sacudido los mercados mundiales y que destruirán miles de empleos en la City, centro de las finanzas de Londres.
"No es el momento de un novato", zanjó el Primer Ministro, introducido por sorpresa por su esposa, Sarah, ante los delegados que abarrotaron el centro de conferencias "Manchester Central".
Experimentado orador pero sin la brillantez de su antecesor, Tony Blair, el jefe del Gobierno prometió "hacer todo lo que haga falta para estabilizar los todavía turbulentos mercados financieros".
"Y en los próximos meses -prosiguió- reconstruiremos el sistema financiero mundial sobre la base de principios claros. Y ese trabajo empieza mañana (miércoles)", cuando el propio Brown viajará a Nueva York para abordar la crisis con líderes políticos y económicos.
El mandatario laborista también sacó pecho por haber tomado decisiones como la nacionalización del banco Northern Rock, víctima de la crisis crediticia de EEUU, para proteger a sus ahorradores.
Y lanzó varios dardos contra el Partido Conservador, aplaudidos con fervor por el auditorio: "Su política era dejar que cayera Northern Rock y pusiera en peligro todo el sistema financiero".
"Está claro -subrayó- que el Reino Unido no puede confiar en los conservadores para dirigir la economía".
Brown también admitió "haber cometido errores" y citó como ejemplo una polémica reforma fiscal decretada este año y perjudicial para más cinco millones de contribuyentes con ingresos bajos.
Tras anunciar una batería de medidas para crear una sociedad más justa e impulsar la sanidad pública, el Primer Ministro cerró su disertación con un nuevo llamamiento a la unidad del partido: "Juntos podemos ganar por el bien de nuestro país".
Con su intervención, Brown vio alejarse, de momento, el espectro de una revuelta interna que pueda costarle el puesto a corto plazo.
A la luz de la crisis financiera, los disidentes parecen haber decidido poner temporalmente sordina a sus tambores de insurrección.
Habrá que ver, pues, cuánto dura la tregua, ya que la siguiente prueba de fuego para el Laborismo llegará el próximo 6 noviembre con elecciones parciales en la circunscripción de Glenrothes (Escocia).
Casi todos los indicios apuntan a que los laboristas perderán el escaño en juego a manos del Partido Nacionalista Escocés (SNP).
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