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Patán de campeonato

  • O de cómo uno está llegando a cierta edad, como Chesterton
Por GLOTONIOS
Actualizado 24-09-2008 10:55 CET

He de confesar que no conozco sus obras y milagros, que estoy lleno de prejuicios y que, seguramente, seré injusto con el comentario de hoy, pero no puedo evitar hablar de un patán singular, de un cocinero con ínfulas de Dios, que se entromete una y otra vez en mi buzón de correos. Estaba avisado: el que siembra vientos, recoge tormentas, digo, tempestades.

Todo comenzó hace cuatro o cinco años, cuando empecé a recibir en mi buzón de correo electrónico una serie de escritos que me daban vergüenza ajena y me ruborizaban nada más verlos. Eran unos textos del todo esnob, de muy mal gusto, de un quiero y no puedo descomunal. Más que eso, eran poemitas cursis con ilustraciones horteras de flores a la manera neohippie. Intelectual y estéticamente horrorosos, vamos.

Los envíos procedían de un cocinero que con el tiempo veo que va ganándose un puesto en el circo gastronómico español. Que le aproveche, seguro que se lo está currando a pulso. A pesar de ser amigo de unos amigos, no lo conozco personalmente, aunque lo reconocí sentado entre quienes atendían nuestra mesa redonda en el último Madrid Fusión. Disculparéis que no ponga aquí su nombre, pues tampoco soy tan venenoso, ni quiero procurarle mal excesivo ni desproporcionado. Ya se sabe que la pluma a veces hiere e, incluso, mata.

La cuestión es que aquellos correos electrónicos seguían llegando a pesar de solicitar yo su cese. Además, ¿quién demonios le había dado mi dirección privada? Se ve que mi solicitud de borrarme de su lista de envíos resultaba del todo invisible. Así que tuve que escribirle una explosiva misiva, insultante incluso, para que se viera mi hartazgo y dejara de enviarme aquella basura disfrazada de vanguardia culinaria.

Por fin lo conseguí: en un par de años no he recibido más bazofia intelectual de su parte. En un último envío me aseguraba que no iba a enviarme más sus escritos y que sentía haberme molestado. Muy correcto y mesurado para el ataque desproporcionado del que habíamos sido él víctima y yo verdugo.

He de reconocer que aquella respuesta final me descolocó. Hete ahí que mi alma judeocristiana ha tenido sus más y sus menos con lo que cometí: ¿cómo puedes insultar a alguien que no conoces? —me decía a mí mismo— eres injusto; quizás es un poco lerdo, pero seguro que es un buen chaval; tienes prejuicios contra ese cocinero; has exagerado, etc. etc.

Es de cajón que para juzgar a un cocinero, ha de conocerse antes su propuesta y que el resto es accesorio. No obstante, quiero reclamar aquí un nuevo concepto: "el prejuicio juicioso". Considero que mis prejuicios están fundados, que, en el fondo, son muy juiciosos y justificados. Visto lo visto no me apetece nada —pero nada-nada—, sentarme a su mesa y probar su comida, a sabiendas de que nunca ha de decirse jamás. Además no tengo tanto valor como para entrar en casa mancillada por mí mismo, pues todo debería comenzar por una petición de disculpas para la que no estoy preparado.

Así estaban las cosas hasta que esta misma semana he recibido otro envío. Esta vez se trata de un nuevo libro que va a publicar. Tiene pelotas la cosa: "Pre-lanzamiento mundial del nuevo libro homónimo de Tal... Un proyecto rabiosamente actual... El primer libro+web del mundo... Ambas para plasmar y explicar la culinaria de... uno de los cocineros más influyentes en las tendencias actuales dentro de la cocina profesional..." Y así, de esta guisa, un nuevo Colón descubriendo las Américas y dándose un bombo que para qué.

Nada, que no me arrepiento, serán prejuicios, pero me parecen del todo juiciosos: este chaval ha de ser, forzosamente, un patán de campeonato.

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