SEATTLE (EEUU).- Mi vecino Paul J. Simon tiene 78 años, arrastra los achaques propios de la edad y se ayuda de un 'rollator' para andar. Su esposa sigue los consejos del médico y tiene por costumbre dar con él un paseíto todos los días por el barrio de Seattle donde vive para hacer ejercicio. Van al banco que hay dos manzanas más arriba, aprovechan para hacer algunas compras en el súper y echar al correo unas cartas de felicitación por la próxima fiesta del Día de Acción de Gracias. Esta escena aparentemente blanca, inocente, se podría haber convertido en una auténtica misión imposible si no fuera por la total ausencia de barreras arquitectónicas en su camino.
En un país donde el rey de la movilidad es el coche privado se agradecen especialmente todas las iniciativas orientadas hacia el transporte alternativo el cual incluye (parece que se nos había olvidado) el andar. Afortunadamente los americanos son muy prácticos y lejos de justificar una partida presupuestaria destinada a la eliminación de barreras con un par de llamativas acciones puntuales, lo que hacen es tomar esta filosofía como modo de acercar potenciales clientes al banco, al súper o a la peluquería. Estos clientes incluyen al anciano, al obeso que se mueve con las 'mobility scooters' o a los que se mueven simplemente con el cochecito del bebé.
Frank es un joven de 38 años, minusválido desde hace diez por un accidente de tráfico. Vive en Bellevue y un día normal puede ser el siguiente: cogería por la mañana un autobús desde el 'Bellevue Transit Center' hacia el centro de Seattle donde trabaja en un despacho de abogados en la planta 36 del Columbia Center. Al finalizar la jornada, bajará a la calle, sacará un poco de efectivo del cajero y recorrerá varias plantas del Mall para comprar un regalo. A continuación, quiere hacer tiempo y se va al cine donde tiene un espacio reservado para su silla. A las siete coge el autobús que le lleva al aeropuerto donde recogerá a su hermana que le visita desde Chicago por un par de días. Allí tomarán un 'shuttle' que les dejará apenas a dos minutos andando de casa. Todo ello lo podrá hacer sin levantar ni una sola rueda del suelo en todo el día ni tener que ir esquivando coches mal aparcados o alargar el brazo hasta el infinito.
Es cierto que en todos los EEUU no es así de idílico para los discapacitados. Pero también es cierto que existe una generalizada conciencia social respecto a los derechos individuales que no existe en otros países, donde dicha conciencia sólo queda en la Administración y en muchos casos sólo de cara a la galería para cumplir "la normativa vigente". Esa conciencia es la que ayuda a la continua y progresiva adaptación de los elementos urbanos para su disfrute por todos los ciudadanos, porque es su derecho. Este detalle es muy importante para no utilizar los fondos destinados a estas mejoras como "fondos comodín".
Con el crecimiento de los precios del combustible, la contaminación y un diseño de ciudad hecho a la medida del transporte privado, Seattle y su área de influencia está apostando claramente por el transporte público. En los últimos años se ha mejorado notablemente el sistema público de transportes, especialmente el autobús, tanto en número de efectivos como en tecnología (paradas de autobús con información en tiempo real y pulsadores para avisar de la presencia de usuarios, wifi en las unidades, adaptación para minusválidos y sistemas gratuitos de transporte de bicicletas). En puntos estratégicos de la ciudad, especialmente en las afueras, existen los 'Park & Ride', donde puedes aparcar tu coche para coger el autobús que te lleva al centro por el carril de alta ocupación mientras lees tranquilamente el periódico.
Otro gran proyecto ya en construcción, y en el que participan técnicos españoles, es el tren ligero que pretende conectar toda la ciudad con su área de influencia, incluyendo el aeropuerto. Todo esto se financia con dinero público, pero también se prevé la participación directa del ciudadano mediante peajes, como en el nuevo puente para la SR520 ideado para cruzar el lago Washington. Bien es cierto que en la mayor parte del centro de la ciudad el autobús es gratuito entre las seis de la mañana y las siete de la tarde.
A pesar de la mala y desmerecida fama que Seattle se ha ganado gracias a la lluvia (llueve más en Nueva York, Boston o Houston), la bicicleta tiene también su espacio. Todo el área cuenta con una extensa y creciente red de carriles exclusivos, aunque un servidor da fe de que debes ser un auténtico escalador como Ocaña o Bahamontes para culminar con relativo éxito las interminables cuestas del centro de la ciudad o los cerros rompepiernas de los suburbios.
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