Hace unos días, un británico de nick 'markm49uk' subió al foro de una de las páginas sobre Apple más famosas de la red tres fotos que según él se había encontrado precargadas en su nuevo iPhone. En ellas aparece una sonriente, guapa, joven china con un bonito uniforme rosa puesto y el gadget del momento entre las manos. De hecho, lo está fabricando. Puro porno para geeks. Desde entonces, las fotos de la 'iPhone girl' han corrido como la pólvora por internet, siempre dispuesta a alimentar flores de un día.
Después de unos días de búsqueda se ha sabido que la joven es una de las miles de operarias que trabajan para uno de los ensambladores de Apple en la ciudad de Shenzhen, Foxconn, que ha confirmado que todo se trataba de "una equivocación pequeña y bonita" de algún compañero de la chica que olvidó borrar unas fotos de prueba. Las imágenes son tan amables que han encantado por igual a los medios del gigante comunista y a los 'fanboys' de Apple.
El año pasado tuve la suerte de visitar una fábrica ensambladora de gadgets precisamente en Shenzhen, y allí vi trabajar a muchas chicas como la 'iPhone girl'. La factoría no era de Foxconn, pero podría haberlo sido fácilmente. Shenzhen es una de las nuevas 'ciudades del pecado', creada alrededor del dinero de la tecnofilia occidental. En la ciudad donde se monta el iPhone -me contaron- sólo se puede ser prostituta, indecentemente rico (es llamada "la ciudad de los millonarios") o uno de los trece millones de obreros que vienen de todos los extremos de China a trabajar en su industria tecnológica. Hace treinta años era sólo una aldea de pescadores. Hoy está llena de rascacielos y siniestros complejos industriales de todo tipo, desde los más destartalados a los más modernos. La media de edad de sus habitantes es de sólo 27 años y tiene fama de ser una de las ciudades más peligrosas del país.
En ese punto de China situado estratégicamente frente a Hong Kong y con un régimen económico especial nacen muchos de los aparatos electrónicos que usamos cada día y sobre los que nunca nos hemos preguntado su origen. Casi todas las marcas, de la más grande a la más pequeña, están allí. En la fábrica que recorrí, un día se producía un mp3 para una de las mejores marcas del mercado; y al siguiente, para la competencia. No había niños chinos cosiendo zapatillas a mano, sino jóvenes casi adolescentes (en su gran mayoría mujeres) con horquillas de colores que manipulaban pulcramente placas base, comprobaban estándares ROHS y encajaban carcasas en unas instalaciones intachables.
En la hora de descanso, se apagaban las luces de toda la planta y dormían un rato sobre la cadena de montaje. Muchas vivían apenas a unos metros del trabajo, compartiendo entre cuatro apartamentos de treinta metros en edificios de viviendas con ropa tendida y el logo de la compañía en la azotea. En esa ciudad dentro de la ciudad también el supermercado cercano, e incluso la cancha de baloncesto, pertenecían a la fábrica. Allí, las trabajadoras hacen su vida, y algunas ni siquiera llegan a ver nunca los modernos bares de copas del centro de la ciudad. A pesar de estar en uno de los principales centros industriales del mundo, la juventud de las chicas transforma un ambiente digno de Dickens en el de un falso campus universitario.
Coquetas, pasean en grupo por las instalaciones con sombrilla, para que el sol no les estropee la piel, y se esconden detrás de ellas cuando les hago fotos. Llegan para trabajar en ese tipo de complejos de cualquier punto de China, a veces tan alejados que cuando algunas vuelven a la casa de sus familias para el Año Nuevo Chino, no regresan. Buscan otro trabajo más cerca del hogar, algo que ahora sí es posible gracias a que las industrias se han extendido por todo el país. En China, y especialmente en Shenzhen, los trabajos duros y mal pagados abundan.
Cobraban, me dijeron, 180 euros al mes por trabajar ocho horas al día seis días a la semana, aunque podían (¿debían?) hacer horas extras. En la entrada de los vestuarios, un arco electrónico comprobaba que no se quedaba en sus bolsillos ningún producto. A pesar de todo, las chicas que conocí eran afortunadas: lejos de Shenzhen, los sueldos se pueden reducir a un tercio. Y en muchas fábricas no se cumplen ni las más mínimas medidas de seguridad. En gran medida, la talla ética de los fabricantes se mide por quién eligen para fabricar sus artilugios, ya que casi nadie posee fábricas propias, aunque muchas siguen haciendo la vista gorda ante las condiciones de vida de sus obreros.
Se ha hablado sobre si la foto de la 'iPhone girl' es un viral o no. Podría serlo, aunque tengo mis dudas. Las fábricas chinas no tienen el más mínimo interés en salir a la luz ni en que se hable de ellas, su negocio es otro. Ni siquiera es fácil saber cuál trabaja para quién. Y las marcas que adoramos prefieren que sigamos pensando que sus relucientes gadgets se han caído del cielo y nacen sin pecado original. Apple, de hecho, fue muy criticada hace un par de años años por las condiciones en las que trabajaban los obreros de su fábrica de Foxconn, ya que llegaban a realizar 80 horas extras al mes, a permanecer de pie doce horas al día y a cobrar el mínimo estipulado legalmente. Ironías del capitalismo, ahora es una de esas obreras la pasión de los occidentales que tienen un iPhone en el bolsillo. Una joven que "nunca ha vivido una situación así, y está realmente asustada por la atención mediática", si hacemos caso a lo que contó al diario South China Morning Post un portavoz de Foxconn. "Es mejor que ahora la dejen tranquila", añadía. Los paparazzis han llegado hasta la puerta de la fábrica para buscar al nuevo icono de la red.
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