No se trata del mítico El Dorado, ni de la enésima ciudad perdida de los Incas, pero aunque sus calles no estén pavimentadas de oro, la red urbana descubierta en plena selva amazónica cambiará nuestra visión de las culturas precolombinas y de los modelos urbanísticos pergeñados por la humanidad en la interacción con el medio ambiente. El hallazgo barre con la idea de una 'selva virgen' y en su lugar propone una forma de cultura urbana /selvática de la cual podemos sacar enseñanzas en materia de desarrollo sostenible.
Las ruinas se ubican en la región del Alto Xingu (centro-sureste brasileño). Los primeros indicios se encontraron en 1977, cuando un estudiante de Geografía realizaba un censo arqueológico en el estado de Acre y dio con unos curiosos túmulos de tierra que la tala de árboles había dejado al descubierto. Ulteriores prospecciones con fotografías aéreas identificaron un gran número de túmulos de forma circular, hexagonal y romboidal, denominados "geoglifos", comparables con las célebres figuras de Nazca.
Las pesquisas condujeron a la ciudad de los kuikuro, una tribu de la etnia xinguano. Hablando con propiedad, la "urbe" consiste en un racimo de poblados amurallados, organizados en torno a plazas ceremoniales, interconectados por una red de calzadas y geoglifos de posible función hidráulica (gestión del agua en la estación seca). Esta sociedad jerárquica de unos 50.000 miembros, basada en una compleja planificación territorial, alcanzó su cénit entre los años 1250 y 1650, anunciaron en 2003 el arqueólogo estadounidense Michael Heckenbergery y Afukaka, su colaborador kuikuro. Para variar, el derrumbe lo produjo el contacto con los europeos, o mejor dicho, con su avanzadilla: las legiones de microbios del Viejo Mundo que precedían su avance.
Los nuevos descubrimientos comunicados por Heckenberger en la presente edición de 'Science' han refutado la creencia dominante en arqueología acerca de la imposibilidad de sociedades populosas y relativamente cultas en un entorno señalado por suelos pobres, rigores climatológicos y escasez de proteínas animales. En tales condiciones, se pensaba, solo podían medrar bandas de cazadores-recolectores, recluidas en las vegas de los ríos. La selva amazónica, se deducía, era totalmente virgen.
Esa virginidad se ha perdido, a tenor de los últimos hallazgos (se han localizado geoglifos con una antigüedad de ¡4.500 años!). La visión de una prístina tierra de nadie cede lugar al panorama de un ecosistema de humedales en el que flora, fauna y Homo sapiens encontraron un modus vivendi. Los indios construyeron embalses y lagunas artificiales con las que aprovechaban las inundaciones estacionales para atrapar peces. Posiblemente, domesticaron cultivos como el cacahuete, la guindilla, la yuca, el tabaco, el cacao o el palmito. A ellos se debería la invención de la terra preta, la feraz capa de tierra negra que contrasta con el suelo rojizo y semiestéril de la Amazonia, y a la que crearon añadiendo a la tierra una mezcla de carbón vegetal y hollín, generadora de una intensa actividad microbiana que aseguraba un alta fertilidad durante largo tiempo.
Se estima que los geoglifos conocidos representan apenas la décima parte de los existentes en la cuenca amazónica. Cuando se hayan estudiado todos, quizás se demuestre que las culturas locales –las "pobres" del mundo precolombino- tuvieron un papel decisivo en la génesis de la agricultura americana y de civilizaciones aledañas como el imperio incaico. Por lo pronto, ya han refutado la premisa de que "el urbanismo actual, con su hiperconcentración, es la norma histórica", apunta Susanna Hecht, experta de la Universidad de California, Los Angeles. "Las aglomeraciones menores que interactuaban con los bosques y la agricultura pueden haber sido más frecuentes de lo que pensábamos", agrega. "Dada la complejidad de los regímenes hídricos y bióticos de la Amazonia, un modelo descentralizado podría haberse adaptado mejor a un medio dominado por la presencia de grandes volúmenes de agua".
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