Esta semana, tres pelis ligeritas para recordar que aún nos queda algo de verano: la normalilla 'Street dance', la lamentable 'Space Chimps: Misión espacial', y la comedia de espías lindante con el dibujo animado 'Zohan: Licencia para peinar', en verdad el único estreno 'salvable' esta semana.
Divertidísima catadura moral la de este correcalles dancístico, que retrata a los blancos pijos como a una especie en peligro de extinción al modo de los españoles que sufrían los embates moros en tiempos lejanos. Aquellos que sacudimos espasmódicamente nuestra vitualla y cigarro —caso de que estemos abonados a tan infecto vicio— somos capaces de percibir con asombro, admiración y envidia lo que supone el tener un dominio armónico de brazos y piernas, siendo capaz de moverlos de manera acompasada para crear un cierto efecto de brillantez en los actos de cortejo socialmente aceptados como estándares. Hay gente que conoce a sus consortes en las bibliotecas —o eso he oído— pero de momento, los bares y tascas siguen siendo, a mi entender, los lugares donde se gestan más amores perdurables. 'Street dance', que es dueña de un título inglés que sustituye a otro título inglés (me encantaría pasar levemente por la guillotina a quien evita confusiones lingüísticas confundiendo lingüísticamente), es una narración tan correcta como vulgar que no alberga ni una remota molécula de originalidad en ninguno de sus fotogramas. Pueden llegar a sorprender las coreografías, sí, pero apenas un grado por encima de 'Mira quién baila', esa gloria nacional.
Hay películas como 'Holocausto caníbal', 'Brácula: Condemor II', 'El proyecto de la bruja de Blair', 'El pianista', 'La mala educación' o todas las de Russell Crowe, sin las que el mundo sería un lugar mejor. Esa lista está permanentemente abierta y en ella cabe cualquier cosa escrita, rodada y estrenada que haya contribuido a que la gente sea más infeliz, sus bolsillos innecesariamente más pobres y la capa de ozono (seguro que algo de culpa tendrán) más finita. La que hoy se estrena, 'Chimpances del espacio', ojito al título, no destila el humor polivalente para todos los públicos que a Pixar y a parte de la producción de Dreamworks les costó tanto esfuerzo instaurar y sólo tiene de bueno la sucinta alusión al grupo vandálico que comandaba Brad Pitt (¿o era Edward Norton?) en 'El club de la lucha'. Es aburrida y previsible. Aún así, su falta de ingenio no debe ser motivo para dilapidar a sus gestadores, pues las obras maestras sólo están al alcance de unos pocos iluminados. El problema es cuando intentan ir de sofisticados y se quedan en la más triste de las impotencias. Ni el nivel gráfico ni la historia están al nivel de la animación media hollywoodiense. Y tampoco los actores que ponen las voces a los insufribles simios: Jeff Daniels y Stanley Tucci se prestaron. Cuando no encuentren de Eddie Murphy para arriba, sospechen.
El reverso todopoderoso del 'Superagente 86' se llama Zohan. No es un tonto al que le salen bien las cosas por casualidad. Nada que ver con un Rompetechos o un Mr. Bean, es el mejor agente del Mossad, heroico, efectivo e implacable encamador. El retrato del mito paso por paso. Sólo que se ha cansado de vivir en la cumbre y lo que él quiere de verdad es ser peluquero, estilista, masajista capilar. Dennis Dugan, respaldado por primera vez desde 'Un papá genial' por un guión en condiciones (Judd Apatow y Sandler se lo tejen), expone desquiciadamente la rivalidad árabe-israelí en las calles de la Gran Manzana. Consecuente con el resto de la filmografía sandleriana (P.T. Anderson y Binder a un lado), el realizador se maneja en un tono de comedia en la que no resulta problemático desafiar lo cabal, lo real o, siquiera, lo posible. 'Zohan' colinda con el dibujo animado, es un superman de andar por casa, con sus pulsiones y sus taras, pero humano, y como tal, se enamora (lo que es ya marca de la casa en el perfil de la estrella romántica más contracorriente de Hollywood). El romance le servirá al protagonista para fijarse en lo contrahecho de una sociedad devoradora que se odia por costumbre. Acertada la selección de los secundarios, con Schneider, como siempre, sobresaliente, dentro de un cuento moralizante que no llega a chirriar porque Apatow es capaz de dar ese salto de calidad que hace que su comedia chusca se acabe asemejando más a '¡Qué bello es vivir!' que a 'American pie'.
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