PEKÍN.- Los Juegos tienen mucho de deportivo, bastante de negocio y un poquito de política. Pero, sobre todo, son un espectáculo. Y, que se atreva alguien a negarlo, también son un deleite para la vista. Casi todas las disciplinas contienen una dosis más o menos medida de erotismo, empezando por la natación —que sigue ocupando un puesto destacado en este ránking, a pesar del triunfo del Speedo que cubre casi todo el cuerpo—, pero también en las minifaldas de las tenistas —también en hockey, por cierto, para los poco puestos—, los cuasi-tangas de los waterpolistas o la exhibición continua de ombligos en el atletismo.
Hay quienes, con lógica más que obvia, ven una tensión sexual implícita en los duelos de la lucha o incluso en el judo, sea cual sea el sexo que lo practique. Pero la disciplina reina de estos Juegos en este terreno picantoso ha sido el vóley-playa. Quien busque pruebas no tiene más que pasarse estos días por el parque de Chaoyang. Porque sí, Pekín, desde esta agosto, tiene playa.
Recuerdo que hace ya un año, una noche de invierno —y esto, en Pekín, es sinónimo de varios grados bajo cero— pasé un tiempo en este parque acompañando a medio centenar de vecinos que se reúnen cada día para cantar en un coro. El tono de las canciones es sobrio, con un regusto de coro militar, acompañado por una neblina, abrigos largos, bufandas y mucho frío que hacen de la escena la antítesis del morbo. Algo muy distinto a lo que estos días se nos ofrece.
A decir verdad, la playa es más bien un enorme cajón de arena donde se han incluido elementos playeros como un DJ, la cerveza ligera y baratita que patrocina los Juegos y las fibrosas figuras de las jugadoras de voleibol. Bendito el día en que esta disciplina logró estatus de deporte olímpico, pues gracias a ello los pekineses han disfrutado como enanos de un espectáculo de bañadores mínimos, ajustadísimos, y revolcones por la arena para celebrar la victoria.
Y no sólo ellos. El propio George W. Bush se paseó pocos días después de la inauguración de los Juegos por esta playa de quita y pon para darse un baño de multitudes y arena. Las cámaras de los fotógrafos deportivos —que no engañan pero que juegan hábilmente con los ángulos— lo captaron en su salsa, jugando junto (y con) las atletas femeninas del equipo estadounidense. Que si mira qué bien hago el saque, que si oye que te paso una mano por aquí, que qué bien lo has hecho y para celebrarlo te voy a dar unas palmaditas en la espalda…
A los y las atletas del vóley-playa hay que añadir la presencia de las cheerleaders que, ojo al dato, en este parque pekinés son españolas. De las Islas Canarias, para ser más concretos. Siete animadoras que ya hicieron este trabajo en Atenas, durante la pasada cita olímpica, y que repiten ahora entre un público que califican de "más respetuoso" a la hora de lanzar piropos, según ha dicho una de ellas, Vanesa Díaz. Aunque uno duda de si no hay un poco de ‘Lost in Translation’ en esta afirmación y de si lo que ocurre, realmente, no es que nuestras chicas no llegan a captar lo que se les dice en mandarín.
Está comprobado que sexo y Juegos Olímpicos casan bien. La edición alemana de la revista Playboy incluye este mes un desplegable con cuatro atletas olímpicas vestidas sólo con medallas: la canoista Nicole Reinhard, la jugadora de hockey Katharina Scholz, la regatista Petra Niemann y la judoka Romy Tarangul. Otras, como la saltadora rusa y oro en Pekín Yelena Isinbayeva, también lo han hecho para otras revistas, y más de un atleta se saca un dinerito extra cuando no hay competiciones haciendo de modelo.
¿Hacen falta más evidencias? Una amiga cuyo nombre conservaré en el anonimato por deferencia y respeto a la amistad, ha logrado colarse hoy en la Villa Olímpica. "Martín, esto parece el Show de Truman. Todo es perfecto, tan limpio, tan ordenado", me dice al teléfono. "Pero me largo de aquí, que me siento como una extraterrestre, tan gorda y tan fea... ¡Por Dios, qué desfile de cuerpos!". Pobrecilla ella, que quiso pasar desapercibida entre más de 10.000 cuerpos jóvenes (algunas demasiado, según parece) y sanos.
Ahora bien, la auténtica sensación de los Juegos, quienes están haciendo furor, no tanto por lo que enseñan sino por lo que sugieren, son el ejército de aplicadísimas azafatas chinas que guían a los deportistas hasta el podio y llevan las medallas de un sitio a otro. Imposible que se te hayan pasado, si has seguido las competiciones por la tele, porque aportan al show un necesario toque de glamour, desplazándose elegantemente por la pista con sus vestidos de seda al estilo del ‘qipao’ que hizo furor en el sofisticado Shanghai de los años 30.
Guapas, precisas, y sonrientes, las 297 azafatas han sido elegidas de entre 5.000 candidatas a través de un meticuloso casting. Porque para ser azafata olímpica hacía falta tener entre 18 y 24 años, educación universitaria, medir más de 1,68 pero menos de 1,78 metros, ser dueña de una "complexión rubicunda y brillante", "piel elástica" y un "cuerpo lozano pero no obeso".
Hasta la composición del rostro tenía que cumplir una serie de reglas, guardando proporciones exactas entre la longitud de rostro, nariz, boca y hasta la separación de los ojos. A lo largo de los últimos meses, estas embajadoras del gusto y la elegancia han sido entrenadas con disciplina militar para mantenerse erguidas durante horas sobre los tacones, sin descuidar un instante su sonrisa de ocho dientes exactos, ni más ni menos.
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