Hoy tenemos una noticia buena y otra mala. Primero contamos la mala: se acelera la pérdida de selva tropical (13 millones de hectáreas por año en el mundo). Y luego la buena: los principales responsables ya no son los agricultores del Tercer Mundo sino las multinacionales. ¿Y qué tiene esto de bueno? Bastante, pues mientras que detener las hachas de campesinos empujados por la pobreza resulta poco menos que imposible, a las grandes corporaciones sí se las puede presionar con campañas de boicot. Así lo entienden los autores del estudio que publicará 'Trends in Ecology & Evolution'.
Históricamente, la tala de árboles tropicales y subtropicales ha corrido por cuenta de campesinos urgidos de leña o tierras cultivables. En las últimas dos décadas, la pauta se ha modificado, se informa en el citado trabajo. Hoy, los mayores destructores de bosques son transnacionales ávidas de gas, petróleo o maderas exóticas. Datos recientes indican que el crecimiento demográfico en áreas rurales tropicales se ha detenido o ralentizado, signo de que la colonización de tierras vírgenes ha disminuido; en contrapartida, se dispara la deforestación al servicio del cultivo de soja, la explotación de maderas preciosas o la ganadería a gran escala (una cifra lo dice todo: desde 1990, la cabaña vacuna brasileña ha subido de 22 a 74 millones de cabezas).
En vez de echarse las manos a la cabeza, los autores del trabajo prefieren ver el vaso medio lleno, esto es, las oportunidades de acción creadas por las nuevas circunstancias: "Aparte de intentar influenciar a los cientos de millones de colonizadores en el trópico, los conservacionistas pueden ahora focalizar su atención en un número realmente pequeño de corporaciones explotadoras de recursos. Muchas de ellas son multinacionales o empresas nacionales que buscan acceso a mercados internacionales, lo cual las obliga a mostrar, de cara a los consumidores mundiales y a sus accionistas, un mayor respecto por el medio ambiente. Si se equivocan se exponen a sufrir ataques en su imagen pública", aseguran William Laurance y Rhett Butler.
Los expertos creen firmemente en la eficacia de los boicots como herramienta para modificar la rapacidad de las grandes empresas. "Las industrias de la soja, el aceite de palma, el petróleo y la madera se están viendo forzadas a cambiar sus comportamientos. Se han dado cuenta de que no pueden atropellar al medio ambiente; les puede costar muy caro". Y ponen el caso del mercado de la madera certificada en Estados Unidos, donde se prevé que moverá 38.000 millones de dólares en 2010.
Cierto, disuadir a campesinos al borde del hambre parece una meta imposible de lograr en el corto plazo, pues los agricultores jamás soltarán el hacha y la sierra a menos que obtengan a cambio mejores condiciones de vida, y eso, además de requerir muchísimo dinero en inversiones, no ocurrirá de la noche a la mañana. Las multinacionales, en cambio, pueden reaccionar con rapidez si se ven en apuros (recordemos la renuncia de la compañía Shell a hundir en el mar a la plataforma petrolera 'Brent Spar', tras unos pocos días de boicot internacional a sus gasolineras).
No veo mal el enfoque propuesto por los expertos, siempre y cuando no confiemos demasiado en esa baza. Las multinacionales no renunciarán sin luchar a sus pingües beneficios y para contrarrestar las presiones cuentan con el ingente arsenal de las relaciones públicas. Por otra parte, esas compañías no siempre tienen toda la culpa. En Argentina, Paraguay y Brasil quienes arrasan los montes no son 'gringos codiciosos' sino lugareños enriquecidos por la soja. Y a estos no se los para sólo a fuerza de boicots.
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