Crisis en el gañanismo

Me mosquean esos deportes en los que unos jueces deciden quién gana. Ya sé que a veces no hay más remedio, ya sé que la gimnasia es bonita de ver, pero qué quieren que les diga: me mosquean, de toda la vida. Y más desde que he comprobado personalmente que siempre, siempre, hay un juez capullo que mete la pata. No lo digo por los chinos, ojo, aunque siempre barran para casa. Lo digo por el Ahmed.

Total, que estamos reunidos para disfrutar de uno de los momentos supremos del olimpismo gañán, el salto con pértiga femenino, y llega el último salto de la Isinbayeva. Tremendo. Qué fuerza, qué elegancia, qué estilazo. Me refiero a la Isinbayeva, un mito total del movimiento gañánico. El salto tampoco es malo: 5,05, que es casi como dos pisos (yo de esto entiendo algo), récord mundial y medalla de oro. Tengo que aclarar que los jueces, o sea el Vladimiro, el Ahmed y yo, tenemos prohibido hacer comentarios durante la prueba: se puntúa y ya está, como en los Juegos. Llega el momento de sacar la cartulina: Vladimiro, 9,5; Anatoli, 10; Ahmed, 5. Y claro, se monta un pollo que no veas.

El Vladimiro y yo no nos lo creíamos. ¿Un 5 miserable a la Isinbayeva? No quiero parecer racista, pero creo que los detalles chungos del Ahmed, que los tiene, le vienen de ser moro. Deben ser las hambres atávicas del nómada del desierto, o algo así. El caso es que al Ahmed le gustan las abundancias. Si el sumo femenino fuera deporte olímpico, no se perdería un combate. Ponle una búlgara levantando pesas, y se queda clavado a la pantalla. La Isinbayeva, en cambio, le parece "flacucha", "sin caderas", "demasiado plana" y "demasiado alta". Ya en plena enajenación, ha llegado a decir que "se le ve la sombra del bigote". Será desgraciao.

Pues eso, que el Ahmed ha arruinado la puntuación de una de mis grandes favoritas y ha provocado una grave crisis en el olimpismo gañán. Ahora temo por la final de natación sincronizada, otro de los hitos gañanes. Si sueltan una foca en la piscina, el Ahmed le da 10 puntos a la foca, fijo. Y la paciencia tiene un límite.