PEKIN (CHINA).- "Tengo miedo. Este año han pasado tantas cosas en China, que me da la impresión de que todo es culpa de los Juegos Olímpicos. Ahora, sólo quiero que pasen cuanto antes, y que los chinos podamos disfrutar de la vida sin preocupaciones". Me lo cuenta al teléfono Aimee (utiliza siempre su nombre inglés), una amiga que, en este momento de intensos cambios y oportunidades, podría encarnar perfectamente el sueño, de cualquier chino normal, ese ciudadano anónimo de la calle, el que cruza en una bicicleta la pantalla de la televisión durante una crónica de la Calaf y al que nadie presta atención.
Aimee, de 25 años, viene de Xi’an. Nació en el seno de una familia corriente, que no pasa penurias pero a la que nada le sobra (¿la clase media en China, podríamos decir?). Emigró a Shanghai para montar un negocio: un pequeño restaurante de comida de estilo occidental. En cinco años, se ha convertido en la orgullosísima socia de un mini-imperio. Van a por su cuarto restaurante, han montado una red de reparto a domicilio, al más puro estilo Telepizza, y no descansa ni los domingos para organizar caterings.
Aiguo (爱国 – amor y país) es una de esas palabras que está en boga estos días en estas latitudes. Las camisetas de ‘I love China’ o, incluso ‘Listen to China’ (‘escuchad a China’) se ven por todas partes. Amar a China es una actitud especialmente popular entre los jóvenes como Aimee, que son quienes más se han beneficiado del proceso de apertura del país y el avance de la economía. A la generación anterior, la de sus padres, le tocó vivir épocas más duras, como la catarsis colectiva de la Revolución Cultural.
El ‘aiguo’ es también una respuesta defensiva a las críticas que desde siempre y ahora más que nunca recibe China. O, apuntando un poquito más, su gobierno. Aunque no se trataba de un apartado en el contrato, Pekín sí prometió verbalmente mejorar la situación de los derechos humanos en su país con la celebración de las Olimpiadas. Y garantizar libertad a la prensa (por lo menos a la extranjera). Siete años después, son muchos los que consideran que no sólo no se ha mejorado, sino que, en general, la situación ha ido a peor.
Hoy mismo conocemos que los periodistas extranjeros —y a juzgar por las pruebas hechas desde el ordenador de Martín, también el resto de la población— pueden acceder a páginas web que habían estado prohibidas hasta ayer mismo (BBC, Amnistía Internacional, Human Rights Watch, Reporteros Sin Fronteras, Apple Daily, etc.). Siguen capadas, sin embargo, aquellas relacionadas con Falun Gong (el movimiento religioso o "secta", según Pekín) o el Dalai Lama (líder espiritual de los tibetanos o "separatista disfrazado de monje"), entre otras que Pekín considera que atentan contra su "seguridad nacional".
Hoy también, el presidente chino ha hecho algo excepcional: ha recibido a 25 medios de comunicación extranjeros. Un hecho a destacar, porque raramente se da esta circunstancia (es la primera vez en cinco años de mandato, pues antes sólo había dado entrevistas individuales a medios rusos y japoneses). Hu Jintao no es precisamente un líder carismático, por más que se afane la prensa oficial en presentarlo así, ni dado a improvisar perlas dialécticas a las que los periodistas nos gusta sacar jugo.
No obstante, ha dicho cosas como las siguientes:
En respuesta a una pregunta sobre cuál deporte habría elegido para competir, Hu contestó que sus favoritos eran natación y tenis de mesa, 'ping pang qiu', cuyos carácteres, por cierto, son de los más gráficos del chino (乒乓球, los dos primeros, ping y pang, forman una mesa y el último es la pelota). "Pero les quiero decir que los integrantes del equipo de ping pong de China han sido decididos, así que no podré cumplir con mi sueño", señaló. Eso fue, dicen quienes asistieron, lo más gracioso de la comparecencia.
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