PEKIN (CHINA).- Paseando por Ritan, en pleno corazón del distrito diplomático de Pekín, resulta extraño pensar que en poco más de una semana este parque pueda ser un hervidero de disidentes, activistas de derechos humanos o defensores de la libertad de prensa.
O que se pueda llenar de pancartas de apoyo a un Tíbet independiente y octavillas contra la pena de muerte. O que bajo los sauces llorones acampen los peticionarios, ese ejército de chinos que llegan a Pekín para reclamar al Gobierno central la justicia que no hallan en sus desencuentros con las autoridades locales.
Los responsables municipales han designado tres parques de la ciudad como zonas de protesta durante los Juegos Olímpicos. De todos ellos, el parque Ritan (literalmente, templo del sol), es el ‘manifestódromo’ más céntrico. Los otros dos quedan lo suficientemente alejados de las principales instalaciones olímpicas y, por tanto, del centro de acción.
Esta mañana, los jardineros dan los últimos retoques a un parque impoluto, regando las plantas y colocando centenares de macetas con flores nuevas. Las parejas de enamorados se abrazan en los bancos, mientras otros duermen la siesta a la sombra. En un pabellón con forma de barco, un grupo de turistas alemanes se abandona a las tsingtaos fresquitas viendo cómo, en el lago, los abuelos pierden la paciencia enseñando a pescar a sus nietos.
Las notas del guzheng nos atraen hasta la zona más abarrotada del parque, donde familias enteras charlan, juegan al ajedrez o saltan al ritmo de la música. Junto al Altar del Sol, donde los emperadores de las dinastías Qing y Ming ofrecían sacrificios rituales al astro, otro grupo practica wushu, rompiendo el aire con sus espadas en una coreografía liderada por su maestro.
El parque es un vergel de armonía y buen rollo. Para los malpensados, como servidor, un cartel a la entrada es el único indicio que parece vinculado a la nueva función del parque. Nos avisan de que estamos siendo grabados, que el parque está sembrado de cámaras de vigilancia, como la mayor parte de esta capital olímpica.
La idea de establecer ‘manifestódromos’ ya se llevó a cabo en Atenas, hace cuatro años. El gobierno chino experimentó con ellos durante la Conferencia de las Mujeres de Naciones Unidas, en 1995, aunque la zona para protestas se estableció lejos y no tuvo demasiado éxito.
Esta vez, la decisión parece ser una concesión que hacen los organizadores a las presiones por que se relajen los controles a la libertad de reunión y expresión, al menos durante los Juegos y mientras el mundo esté mirando. Un ‘sacrificio’ que hacen las autoridades —como el de los emperadores en su día—, muy vistoso de puertas para afuera, pero con pocas posibilidades de que se traduzca en demostraciones serias de presión al Gobierno chino.
Nadie realmente espera ver en Pekín grandes protestas. Primero, porque la mayoría de los elementos subversivos lo tendrán difícil para llegar al epicentro de los Juegos. Los pocos que lo hagan se encontrarán con una carta olímpica que prohíbe las manifestaciones políticas o religiosas en las instalaciones deportivas. Y fuera de ellas, la ley China exige un permiso para organizar un acto de protesta (igual que en otros muchos países, dicho sea de paso).
Estarán permitidas, pues, las ‘protestas legales’, con sello oficial. Pero es que la ley china hace uso de la retórica para prohibir cualquier manifestación que vaya en contra de "la unidad nacional" o la "estabilidad social". Y en ese saco cabe absolutamente todo.
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