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Historia de una escalera (china)... ahora con normas de etiqueta

Por MARTIN XIAOBAO (SOITU.ES)
Actualizado 23-07-2008 12:28 CET

PEKIN (CHINA).-  Me gusta mi comunidad de vecinos. Aunque está en el centro de la ciudad, el lugar es tranquilo, con árboles que tamizan el solaz que hace estos días en estas latitudes. La media de edad del edificio (típica construcción de hace medio siglo, sin ascensor, y con unas escaleras que dan la impresión de que el presupuesto no alcanzó para terminar la obra) supera los 60. Y eso que hay dos peques de ocho y 10 años, que pasan la mayor parte del día con sus abuelos, porque sus padres están demasiado ocupados trabajando.

El señor Wong, que es un cantonés arrugadísimo, ve la vida pasar mientras hace sus ejercicios matutinos. Estira una pierna sobre el portal de hierro, levantándola hasta la altura de la frente, algo que me maravilla porque soy incapaz de hacerlo con seis décadas menos que él sobre las espaldas. La mañana suele transcurrir así, entre gimnasia, taichi, y visitas a la oficina local de bolsa, donde mis vecinos parece que tienen negocios más importantes que los de Bill Gates.

Por la tardes, Wong y otros camaradas ocupan un local que hay en la esquina de la calle que viene a ser el centro social del barrio. Unas tardes tocan el erhu, una especie de violín chino con sonido metálico y amargamente melancólico, pero la mayoría las pasan jugando a los naipes y consumiendo un cigarrillo detrás de otro.

En el sexto (último piso, 12 tramos de escaleras por encima de mi habitáculo) vive la señora Huang, que dice que fue la primera inquilina del edificio. Hace las veces de presidenta de la comunidad, y se planta cada mes en mi puerta para pedirme la contribución de 15 kuais (1,5 euros) que cada uno de nosotros pagamos por la limpieza de las escaleras. Así están, claro.

He de decir que noto cómo mis vecinos me vigilan. Con una mezcla de discreción y curiosidad, eso sí, pues soy el único ‘laowai’ (extranjero) que convive con ellos y lo desconocido, en China y en todas partes, genera tantos temores como pasiones.

Hasta el momento, puedo decir que todo han sido experiencias que no me han molestado. Acepto como normales las miradas de reojo en las escaleras, el chequeo habitual a mis invitados, el comentario que percibo a mis espaldas cuando llego a casa cargado de bolsas con la compra semanal (ellos, jubilados la mayoría, compran como antes en España, lo justo para cocinar ese día).

Hace no mucho, a la señora Huang le dio por mostrarse más parlanchina que de costumbre. La conversación –caótica, porque ella mezcla el mandarín con el dialecto de su provincia de origen- comenzó con el habitual "¿Has comido ya?", que no es sino una forma de saludar, una pregunta retórica, pero que yo, como no sé qué decir, siempre acabo contestando:

—No, en seguida.

—¡Pero si es casi la hora de cenar!

—Sí, señora, pero estaba trabajando, y no he tenido tiempo de preparar nada.

—Pues hoy no te he visto salir de casa.

—Es que trabajo en casa, señora.

—Ah, sí, que eras periodista. ¿Y escribes cosas bonitas de nuestro país?

—Sí, señora, siempre que puedo.

—¿Y ya has encontrado novia?

—Ehhh…

—Pues ya es hora de que te busques una china guapa, que ya eres mayor.

Reconozco que la señora Huang puede conmigo. Me abruma con sus preguntas, con su forma de sufrir por si uno ha comido o no, o si tiene cubiertas otro tipo de necesidades. Pero estoy convencido de que sólo quiere ser amable. Por eso me sorprende el cartel que ha aparecido estos días en los tablones de anuncios de algunas comunidades de vecinos.

Son normas de etiqueta que los pekineses deben atender durante las Olimpiadas a la hora de tratar con el más de medio millón de turistas y visitantes que se esperan en la ciudad (esto según cifras oficiales, aunque dadas las restricciones de visados, podrían ser bastantes menos). Lo que más llama la atención son las ocho preguntas que los chinos deben evitar al dirigirse a los ‘laowai’:

  • No preguntarles sobre sus salarios.
  • No preguntarles su edad.
  • No preguntarles sobre vida sentimental o matrimonio.
  • No preguntarles sobre la salud.
  • No preguntarles por su domicilio o dirección.
  • No preguntarles por su experiencia personal (sic).
  • No preguntarles sobre creencias religiosas o puntos de vista políticos.
  • No preguntarles a qué se dedican.

Creo que la señora Huang ha incumplido todos y cada uno de estos puntos, al menos conmigo. Por un momento, se me ha pasado por la cabeza hacerme con uno de los carteles y pegarlo en la puerta de casa, porque se acerca el final de mes y ella pasará a por sus 15 kuais. Pero bien pensado, qué culpa tendrá ella. Bastante hace con tratar de comunicarse con este narizlarga de costumbres bárbaras y horarios desordenados.

P.D: La próxima vez que vea a la presidenta de mi 13 Rue del Percebe particular tengo que preguntarle qué han hecho con la pizarra que hacía las veces de tablón de anuncios. Cada semana, un grupo de estudiantes de un colegio cercano venía a escribir en colorines y adornar con dibujos muy didácticos los últimos consejos del comité barrial de propaganda. Hace tres meses, el vendaval modernizador que barre China se llevó la pizarra y nos dejó a cambio una especie de marquesina fría donde se cuelgan los pósteres y circulares, con un rótulo electrónico de letras rojas que ahora ilumina el callejón con el parte metereológico y otras noticias de última hora. Lástima de progreso cuando es tan feo.

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