El día que Christian Caujolle, director de VU, una de las más prestigiosas agencias de fotografía del mundo, conoció la obra de Virxilio Vieitez, supo que tendría que replantearse la historia del retrato fotográfico del siglo XX. Justo ese mismo día Virxilio veía una exposición de fotografía por primera vez en su vida: la suya propia.
Visitando la Bienal de Vigo de 1998 Caujolle fue consciente al primer vistazo de la importancia de lo que tenía delante. Las fotos de Virxilio Vieitez discurrían entre los retratos de August Sanders y Richard Avedon, pasando por Diane Arbus o Walker Evans. Pero Vieitez no había visto una foto de ninguno de ellos en toda su vida. Ni siquiera le había dado mucha importancia a las suyas.
Y sin duda la tienen. Seguro que han visto esta foto: Losas en el suelo, tablones en la puerta y bloques de hormigón en la pared. Dos sillas. En la de la izquierda una anciana medio cachorro de bruja, medio niña de luto. En la otra una radio comprada con el dinero que el hijo mandó desde Venezuela y un trasformador. Casi se abrazan. En otra el suelo está lleno de ramas de pino. Parece que anduvieran desmontando un belén gigante. Un niño imita a los muñecos de las tartas nupciales. Una mujer nos reta desde su traje de punto nacarado. Y sujeta una cabra sabia y blanca. Detrás dos vecinas quedarán hechas unas cotillas por toda la eternidad. Y la casa seguro que aún hoy sigue en obras.
Son retratos frontales, perfectamente centrados y sin ningún tipo de fuga o deformación óptica. Parecen compuestos por un escaparatista de joyería y habitados por reyes humildes y majestuosos. Iluminados por un gris de granito incandescente y encendidos de auténtica vida. A los paisanos de Terra de Montes se les nota que necesitaban ser retratados.
Como cualquier fotógrafo de aldea, Vieitez sólo trabajó por encargo, y el día que se jubiló colgó la cámara y no volvió a usarla en su vida. Y así habría quedado todo hasta hoy de no ser por su hija menor, Keta. Un buen día, esta estudiante de fotografía picada por la curiosidad pidió permiso para ampliar algunas de esas fotografías. —"Faz o que queiras, que todo iso xa está pago", le dijo el padre—. Y Keta se puso a copiar. Pronto se dio cuenta de que las fotos de su padre eran de las buenas y comenzó a peregrinar con una carpeta por las principales instituciones gallegas hasta que, harta de que le dieran largas, buscó un local en su pueblo y copió un centenar de imágenes, para que, al menos, la gente de la zona, los protagonistas de las fotos, pudieran verlas . La suerte y la casualidad hicieron que el fotógrafo Manuel Sendón, del Centro de Estudios Fotográficos de Vigo, viera uno de los carteles que Keta colocó en la carretera y se acercara a ver quién era ese Vieitez. Y quedó atrapado.
Así que Sendón le dio una segunda oportunidad al trabajo de Vieitez y lo presentó un año después en la Fotobienal de Vigo. Allí lo vio Caujolle y de Vigo fue directamente a consagrarse internacionalmente a París.
Vieitez había nacido en 1930 en Soutelo dos Montes, Pontevedra. Quiso ser mecánico y a los 18 años marchó a Panticosa, en el Pirineo Aragonés, para trabajar como mecánico en el teleférico. El oficio de fotógrafo lo aprendió en la Costa Brava, cuando trasladaron allí su empresa. Empezó haciendo fotos que vendía a sus compañeros, para añadir unas pesetas a su sueldo y al poco dejó la mecánica y entró a trabajar en el estudio de un fotógrafo en Palamós que fue quien le enseñó el oficio. Con 20 años vivía de hacer fotos que después enviaba por correo a los turistas. La mala salud de su madre le llevó de vuelta a Soutelo en 1955 y ya no volvió salir de la comarca. Su vida transcurrió retratando a sus paisanos, recorriendo la comarca con su seat 1500 mientras fotografiaba bautizos, funerales y comuniones y bodas, en las que muchas veces también ejerció como chófer de la novia.
El pasado mes de junio la editorial La Fábrica publicó para la maravillosa y mínima colección PHotoBolsillo, el volumen nº 63, dedicado a Vieitez. No tiene desperdicio ni en las imágenes ni en los textos que encierra, así que no duden en comprarlo. Pero cuidado con dónde preguntan si intentan hacerse con él . A mí una dependienta del mítico gran almacén estaba empeñada en mandarme a la sección de literatura fantástica y todos mis esfuerzos por convencerla de que no, de que se trataba de un pequeño libro de fotografías fueron en vano. Pensándolo bien, no sería una mala sección para las fotografías de Vieitez. A más de uno le gustaría hacernos creer que lo que se ve en sus fotos es una versión torcida y alucinada de la realidad histórica de Galicia.
Pero no, cuestiones formales aparte, el verdadero valor del trabajo de Virxilio es el retrato magistral de una tierra en plena transformación donde una Galicia desaparece y otra está naciendo. Las aldeas neolíticas se pueblan de cochazos, de casas de ladrillo, de vespas, de macizas, de chuletas hechos un pincel y de tartas blancas de cuatro pisos. La pura realidad: el tuétano de un buen retrato. Nadie hasta hoy aprovechó mejor esos días nublados y la luz suave y agridulce que el dinero de los emigrantes dejó caer sobre Galicia.
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