Se dice de un buen skyline cuando la silueta que dibuja sirve para reflejar e identificar una ciudad. Uno de los skyline más conocido es el de Manhattan. Su imagen se ha utilizado en multitud de ocasiones como reclamo de la ciudad.
Un skyline no sólo sirve para hacer un fondo de pantalla o una camiseta, también nos permite descifrar la historia. Esta silueta en el horizonte refleja el poder religioso, militar, político o económico que ha tenido o tiene una ciudad. Y es que el skyline de una ciudad es la 'vectorización' de su historia, pues representa en coordenadas XY la arquitectura a lo largo del tiempo.
Es el tiempo el que va incorporando nuevas líneas a la silueta de la ciudad. Existen ciudades donde el tiempo se paró y su skyline, también. Segovia y Toledo son dos buenos ejemplos de ello.
En Madrid la línea del cielo ha ido cambiando a lo largo de la historia, eso sí, muy lentamente. Anton Van der Wyngaerde retrató en 1562 desde el cerro Garabitas una de las primeras vistas de Madrid, con el Alcázar como protagonista. Sin embargo, fue Goya el primero en marcar el perfil de la villa en 1788. En el lienzo 'La pradera de San Isidro' podemos distinguir la cúpula de San Francisco El Grande, la Iglesia de San Andrés y el Palacio Real.
Pero es en el siglo XX cuando el perfil de Madrid se modifica de verdad.
La Gran Vía aportó a la línea del horizonte madrileño el Edificio de Telefónica (Cárdenas Pastor, 1926), el Edificio España (Julián y José Otamendi, 1953) y la Torre de Madrid (Julián y José Otamendi, 1957).
El Paseo de la Castellana, al situarse en una cota elevada de la ciudad, aportó numerosas líneas al skyline, principalmente los edificios ubicados en el complejo AZCA (1946), la Torre del Banco de Bilbao (Sáenz de Oíza,1971), la Torre Windsor (Alas Casariego, 1973), la Torre Picasso (Minoru Yamasaki, 1982), la Torre Europa (Oriol, 1985), y por último las Torres Kio (Philip Johnson y John Burgee,1996).
Otros edificios se construyeron, aunque tuvieron menor incidencia en el skyline madrileño a causa de la orografía de la ciudad, Torres Blancas (Sáinz de Oíza 1964), Torre de Valencia (Javier Carvajal 1968), Torres de Colón (Antonio Lamela, 1976). El ejemplo más claro lo tenemos en Torrespaña (Martínez de Velasco 1982), conocida por 'el pirulí', que, a pesar de su altura de 232 metros, prácticamente no incide en el skyline madrileño.
Al final del siglo XX apenas un puñado de edificios sobresalían sobre el horizonte de Madrid. Mientras los espacios se colmataban, y las entonces ciudades dormitorio se expandían hasta formar un todo edificado, la ciudad entró en un mundo plano, neutro y tremendamente aburrido. El porqué de esta situación hay que buscarlo no sólo en la normativa urbanística, sino en la falta de visión de futuro por parte de quienes dirigen los poderes económicos y políticos de la ciudad.
Pero hay motivos para ser optimistas, el siglo XXI ha comenzado bien. Nada menos que con Cuatro Torres:
Con la construcción de las 'Cuatro Torres Business Area', la capital por fin ha dejado de ser una aldea.
Para los que siguen prefiriendo el Madrid de Goya, paso a razonar esta afirmación:
Una de las principales consecuencias que ha tenido la aparición de las Cuatro Torres es su capacidad de señalar y ubicar la ciudad dentro de un territorio mayor. Las Cuatro Torres han roto la escala de la ciudad ampliando sus límites hasta coincidir con los de la Comunidad que da su nombre. Se ha modificado la escala de referencia y de relación entre la ciudad y los pueblos que la rodean. Los habitantes de Pozuelo, Tres Cantos, Colmenar Viejo, Alcobendas, etcétera, se sienten más cerca de Madrid.
Efectos de proximidad que se aprecian cuando circulas por la M40, M12, M13, cuando llegas en coche por la autopista de La Coruña (AP6), cuando cruzas el túnel de la Sierra del Guadarrama o cuando aterrizas en Barajas.
Pero las consecuencias van más allá de lo visual.
El crecimiento en altura crea una referencia de proximidad y de localización al centro, aportando al ciudadano seguridad y convencimiento de que es partícipe de un proyecto común. Las personas que se desplazan a la ciudad, por fin, tienen una referencia, un hito, pero también, una identidad. Guste o no, por fin tenemos una imagen a la que identificar nuestros fracasos o victorias.
Introducir el rascacielos como nueva tipología edificatoria contribuye a la diversidad de espacios en la ciudad y, por tanto, al aumento de estilos de vida y de posibilidades colectivas de comunicación.
Hemos empezado a movernos, pese a que algunos siguen viendo Madrid desde Garabitas.
*Ignacio Rodríguez Urgel es arquitecto y uno de los directores del estudio IN-fact arquitectura.
Si quieres firmar tus comentarios puedes iniciar sesión »
En este espacio aparecerán los comentarios a los que hagas referencia. Por ejemplo, si escribes "comentario nº 3" en la caja de la izquierda, podrás ver el contenido de ese comentario aquí. Así te aseguras de que tu referencia es la correcta. No se permite código HTML en los comentarios.
Lo sentimos, no puedes comentar esta noticia si no eres un usuario registrado y has iniciado sesión.
Si ya lo estás registrado puedes iniciar sesión ahora.