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Reflexiones a bote pronto sobre el éxito de La Roja

Por borjab
Actualizado 30-06-2008 19:24 CET

Va a ser difícil superar esta resaca. No ha tenido nada que ver el alcohol. No hizo falta. El éxtasis que recorrió España entera a eso de las once menos veinte de la noche, se llevó por delante los sueños frustrados y las ilusiones balompédicas rotas de toda una generación.

Muchos no vivimos el éxito del 64. Un éxito relativo y siempre matizable, incomparable a conquistar un título en el fútbol actual. Los que lo vivieron, los que aún recordaban el gol de Marcelino, tuvieron ayer la oportunidad de comprobar la verdadera magnitud de ganar un gran título internacional en el fútbol igualado, mercantilizado, mediatizado y ultra competitivo de hoy en día.

La victoria de España ha venido precedida de un aura de fatalismo que fue utlizada como escudo antimisiles en previsión de una nueva decepción. En el acumulado de los nuestros, eran muchos los sinsabores y pocas las alegrías. Cuando mejor jugábamos, más fuerte nos la pegábamos. Y cuando lo hacíamos mal, ni siquiera la fortuna nos sonreía.


La gloria de Viena no debe quedarse en un punto rojo en el anecdotario nacional. El ‘gol de Fernando Torres’ debe ser algo más que el ‘gol de Marcelino’. No podemos dejar que el sueño suponga un oasis en el más árido desierto. El objetivo es establecer un nuevo punto de partida. Ahora tenemos una referencia en la que basarnos, algo a lo que aferrarnos cuando vengan mal dadas, un hito al que mirar de reojo cada vez que se tuerza un partido y que nos ayude a decirnos a nosotros mismos que un buen día tratamos de tú a tú a la Italia campeona del mundo y nos partimos la cara ante el poderío natural de Alemania. Ya somos alguien.

Grecia conquistó la Eurocopa de 2004 empleando un viejo truco de magia. La cosa salió ciertamente bien para un experimentado prestidigitador como el viejo Rehhagel. Nadie en toda Europa fue capaz de descubrir su truco, y el artificio de los Charisteas, Karagounis y Zagorakis puso Europa patas arriba. Cuatro años más tarde, al truco de Rehhagel se le veían los hilos y no pilló a nadie por sorpresa. A diferencia de los griegos, España ha sabido alcanzar la gloria sin artificios, sin trucos de ilusionismo. Ha construido un estilo de juego (¡y qué estilo!), basándose en aquello para lo que estaba más capacitada. No ha escondido en ningún momento sus cartas, ni siquiera ante los más temidos rivales, y siempre ha sabido manejar sus habilidades conforme lo requería el guión. La España del balón al suelo, del eterno movimiento en el centro del campo, del no al saque en largo, es la base del futuro, la base para crecer.

Si a la Holanda del 74 se la conoció como la ‘Holanda de Cruyff’, a la Argentina del 86 como la ‘Argentina de Maradona’ y a la Francia del 98-2000 como la ‘Francia de Zidane’, a esta España de 2008 se la debería reconocer como la ‘España de Luis’. Mea culpa de todos aquellos que criticamos en su día al seleccionador. La cohesión del grupo, la idea de defender conjuntamente un objetivo común, debe ser apuntado en el haber del seleccionador más veterano de esta Eurocopa. La unión del grupo nos ha recordado a aquella guardia pretoriana de Clemente en el 94. Unos juegan más, otros apenas se visten de corto, pero todos cuentan por igual.

Y el más claro ejemplo de esto lo representa Dani Güiza. Pudo con la crítica y la opinión pública, mayoritariamente en contra de su convocatoria pese a sus 27 goles ligueros, se sacudió la timidez y los complejos, y nos dio la vida en el intrascendente partido ante Grecia (que nos permitió cumplir un expediente sin mácula) y, sobre todo, en el decisivo partido de semifinales ante Rusia. De ser el tercer delantero, pasó a ser uno más, a idéntico nivel de David Villa o Fernando Torres. Mérito suyo, pero también del que supo buscar sus momentos desde el banquillo y confió en él cuando los focos apuntaban hacia otro lado.

De toda la Eurocopa, de los seis partidos completados por el combinado nacional, me quiero permitir rescatar un momento concreto como clave en la conquista de la victoria final. En aquella tanda de penalties ante Italia, con la colosal figura de Gigi Buffon como imposible ‘ocho mil’ ante nuestros futbolistas, España dibujó el boceto de lo que llegaría siete días después. Superados nuestros fantasmas (no sólo los de la maldición de los cuartos, sino los de la ‘tradicional’ derrota ante los transalpinos), nuestro fútbol quedó desprovisto de limitador, como quedó brillantemente demostrado en el partido de semifinal ante la Rusia de Hiddink y Arshavin.

Este inconmensurable éxito no debe ser tenido como un punto y final. La idea es hacer de él un punto de partida hacia logros aún mayores. Nos queda camino por recorrer, y la inmensa alegría no debe cerrarnos los ojos y acercarnos al patriotismo rancio. A partir de hoy, nuestro fútbol ya tiene hacia dónde mirar para seguir creciendo.

Borja Barba (Editor de Diarios de Fútbol)

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