Hasta hoy, era imposible hablar de la participación de España en esta Eurocopa sin nombrar conceptos como fe, esperanza o escepticismo. El campeonato que más pesimismo y menos confianza ha provocado en los hinchas españoles ha resultado ser el que más alegrías está dando desde hace muchos años.
A principios de junio, el que aseguraba que sí, este año podemos, era tachado de loco, ignorante, soñador. Hoy, España está en la final del torneo europeo de naciones, y el loco y los incrédulos lo celebran juntos, orgullosos de los once de Luis.
Por primera vez en mucho tiempo, España entera, sin dependencia de escudos o ciudades, celebra. Las bocinas de los coches atormentan el sueño de los pocos que prefieren dormir a gritar, y las fuentes se secan por culpa de miles de aficionados ilusionados, felices, que saben que puede pasar mucho tiempo hasta que volvamos a ver algo parecido. España, nuestra España, jugando 45 minutos perfectos, dominando el partido y goleando en la semifinal de la Eurocopa. Abran los ojos, el domingo, jugamos la final.
Hemos llegado al pódium europeo, en un torneo marcado por la máxima emoción, la belleza en la mayoría de partidos y el alto nivel de competición, incluyendo gran calidad en todos los equipos. Ha sido imposible aburrirse con el fútbol visto en Austria y Suiza. Y dentro de esa diversión balompédica, nuestro equipo no ha desentonado. La Roja, ayer de amarillo, ha tenido muchas cosas positivas durante la competición, que le han servido para llegar hasta el final, pero lo más importante es que ha logrado encontrar su identidad. Ahora, por fin, sabemos a qué juega España, cómo debe hacerlo y quiénes forman la columna vertebral de ese juego.
El mar de emociones que vivimos hoy tiene su horizonte en Berlín, capital de Alemania, nuestro último escollo para el éxtasis final. De su juego es irrelevante hablar, porque es aburrido, lento y monótono, pero el máximo grado de irrelevancia lo alcanza al comprender que su estilo y actitud no le influye en el resultado. No importa si no tira en 89 minutos, porque tiene las mismas opciones de marcar en el 90. Esa facilidad de gol con impotencia en el juego es lo que hace que los germanos sean tan peligrosos. Sin embargo, no les hará invencibles.
Podemos ganar a Alemania. Igual que podíamos ante Rusia, Suecia, Grecia, Italia y Rusia. Este equipo, y el juego que despliega, a día de hoy no debe temer a nadie. Ni si quiera al peor aliado histórico que tenemos, la suerte. Los penaltis ante los azzurri nos dieron una pista de lo que podía pasar esta vez. Ya no hay espacio para el victimismo y la desconfianza. Estamos a 90 minutos de ser campeones de Europa. Abran los ojos, despierten: España está en la final.