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Los estragos ambientales de la cocaína

Por PIEDAD MARTÍN* (SOITU.ES)
Actualizado 23-06-2008 14:01 CET

BOGOTÁ (COLOMBIA).-  La mayor parte de la cocaína que se consume en todo el mundo se obtiene de hoja de coca cultivada en la denominada Liga Mayor de productores: Perú, Bolivia y Colombia, siendo este último país el mayor proveedor con un 75% del mercado mundial. A diferencia de los otros, Colombia había venido mostrando una fuerte tendencia a la disminución de la superficie de cultivo de hoja de coca (un 52% entre 2000 y 2006).

Sin embargo, cuál no ha sido la sorpresa de los últimos datos publicados por la Agencia de las Naciones Unidas Contra la Droga y el Delito que reflejan un aumento de la superficie de producción en Colombia de no menos del 27%. El denominado Sistema de Medición de Cultivos Ilegales (SIMCI) muestra hoy que la superficie de cultivo en el país ha pasado de 78.000 a 99.000 hectáreas en 365 días. Un duro golpe para un Gobierno que basa gran parte de su ayuda de cooperación (proveniente de los EEUU) en la política activa de lucha contra la droga y que, según fuentes oficiales, estima que el año pasado destruyó por fumigaciones y erradicación manual unas 218.000 hectáreas de cultivos de coca.

Pero, más allá de la política internacional y la decisión del Gobierno de Colombia de retirar el convenio para el monitoreo de los cultivos ilícitos a Naciones Unidas, ¿qué implicaciones tiene el aumento de estos cultivos de hoja de coca para el país? Para entender la situación real, debemos diferenciar entre los efectos ambientales del cultivo, los de la producción de la droga y los efectos de la lucha anti-drogas realizada por las autoridades estatales.

Se estima que el cultivo destinado a la producción de drogas ha implicado en Colombia la destrucción de mas de 17.000 kilómetros cuadrados de selva en zonas que contienen la más alta diversidad biológica del mundo. Para sembrar una hectárea de coca, minimizando las posibilidades de ser detectados por los organismos de seguridad, se talan o queman unas 3 ó 4 hectáreas de bosque tropical.

Por otra parte, en estos cultivos se aplican miles de litros de agroquímicos. Insecticidas de alta toxicidad como el Etil-paration y herbicidas altamente persistentes como el Paraquat son empleados de forma indiscriminada por cultivadores de coca sin la debida capacitación para dosificarlos ni con la adecuada protección personal para su manejo. De hecho, el uso masivo de fertilizantes y plaguicidas ha permitido, en los últimos años, aumentar el rendimiento de las cosechas, razón por la cual la producción de cocaína ha permanecido estable a nivel mundial a pesar de la reducción de la superficie cultivada (1.008 toneladas métricas en 2004, 980 en 2005 y 984 en 2006).

A ello hay que añadir unos 35 insumos químicos empleados para transformar la hoja en pasta base de coca. Las hojas son procesadas por los campesinos con químicos industriales, llamados precursores, como ácido sulfúrico, acetona, permanganato de potasio y gasolina. Luego, la pasta es vendida a narcotraficantes, que la refinan para convertirla en cocaína. Sobra decir que en las selvas donde se encuentran las plantas de procesamiento, no se hace ningún manejo de los residuos tóxicos, por lo que esos químicos mortales son vertidos en los cauces de agua dulce.

Adicionalmente, el combate de estos cultivos por parte de las autoridades se realiza en gran medida a través de las fumigaciones con glifosato. Una sustancia altamente tóxica con altos riesgos para la salud y el medio ambiente. Las operaciones de aspersión aérea son por demás de dudosa eficacia, ya que para erradicar de manera efectiva una hectárea de coca es necesario fumigar unas 11 hectáreas de bosques.

Las fumigaciones, además, provocan el desplazamiento de los cultivadores y los traficantes selva adentro para sembrar en tres o cuatro sitios diferentes con el fin de ocultar de los aviones parte de sus cultivos. En este proceso se destruye aún más selva e incluso se están invadiendo parques nacionales, donde la aspersión aérea está prohibida. En 2004, por ejemplo, se descubrieron, dentro de un tercio de los 51 parques nacionales colombianos cultivos de coca que abarcaban en conjunto más de 11.500 hectáreas.

Las comunidades indígenas y campesinas colombianas están pagando un alto precio humano por este sistema de producción. No sólo por los efectos en la salud y la calidad del agua de los fertilizantes, plaguicidas y el herbicida glifosato, sino también por la presencia en sus territorios de grupos armados que alientan modelos de producción insostenibles basados bien en la amenaza a la población o bien en promesas de ganancias fáciles sin visión de largo plazo.

El deterioro social y el nocivo impacto ambiental causados por el consumo y la producción de la cocaína constituyen una amenaza mayor de lo que solemos percibir. Se trata de un problema global, de tala de bosques, de respeto a los derechos humanos, de salud, de guerra. Aparte de los daños en la salud causados por el consumo de esta droga en países como España, también sufren sus efectos devastadores la población rural colombiana, que padece la contaminación tóxica y las presiones casi siempre violentas para unirse a un modo de producción insostenible o convertirse en desplazados que abandonan sus tierras a manos de otros que les sacarán mayor rendimiento en la red global de narcotráfico. Paradojas de la vida, alrededor del 42% de la producción mundial de cocaína nunca llega a los consumidores.


*Piedad Martín es especialista en desarrollo y medio ambiente y trabaja en el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) en Colombia.

(Las conclusiones y puntos de vista reflejados en este artículo son responsabilidad únicamente de su autor y no representan, comprometen, ni obligan a las instituciones a las que pertenece).

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