A CORUÑA.- La tecnología no es neutra ni inocua. Las personas debemos adaptar nuestra 'maquinaria' intelectual a los nuevos modos e interfaces en los que nos relacionamos con la información. Existen evidencias empíricas que demuestran que nuestra adaptación a la era digital es lenta y por tanto vivimos una época de transición. Además, no es esperable que una vez adaptados, nuestro comportamiento y mecanismos cognitivos funcionen del mismo modo que lo hacían con la 'tecnología analógica'. Así, antes leíamos en papel y ahora leemos en pantallas y en el camino se modifica nuestra forma de consumir y producir información. Esto es lo que explica Nicholas Carr en un artículo que publicó hace unos días en The Atlantic Monthly, Is Google making us stupid?, y que ha generado un fuerte debate en blogs. La intención de Carr no es atacar a Google, aunque en el reparto le toque una parte de la culpa, sino a internet y la tecnología digital en general.
Para comprender la relevancia de las críticas de Carr conviene recordar que si Andrew Keen (el polémico autor de The Cult of the Amateur. How today’s Internet is killing our culture) es el Pepito Grillo simple y trivial de la web 2.0, Nicholas Carr sería el Pepito Grillo inteligente y profundo de las tecnologías de la información. No en vano su libro Does IT Matter? Information Technology and the corrosion of competitive advantage se ha convertido en un clásico que relativiza la importancia de la tecnología. Y su reciente The Big Switch: Rewiring the World from Edison to Google, lleva camino de convertirse en un nuevo best-seller que despierte las conciencias de muchos tecno-utópicos. Por eso su artículo en The Atlantic Monthly merece una lectura reflexiva (si esto es posible, algo que el propio autor parece dudar) aunque sea para acabar discrepando. Para Carr, los usuarios de la información digital -entre los que se incluye él mismo- nos estamos volviendo estúpidos, porque la abundancia de información y los interfaces en que se nos presenta están reduciendo nuestra capacidad de concentración y de lectura reflexiva y en profundidad. El propio Carr recopila en diferentes posts las reacciones a su artículo que confirman sus argumentos (e incluso algún testimonio contrario), especialmente los efectos nocivos de lo que llama el virus de la multitarea.
Para ello se apoya en evidencias neurobiológicas que demuestran cómo las conexiones neuronales responden a los estímulos informativos externos, y que nuestro cerebro es más plástico de lo que se pensaba y por tanto más sensible a cambios en los estímulos exteriores. Por otra parte, nos explica la experiencia en primera persona de diferentes usuarios intensivos de la web, muchos de ellos bloggers, que han perdido su capacidad para leer textos extensos, como libros, al adaptarse a un consumo rápido y masivo de contenidos cortos sobre los que, además, se realizan lecturas parciales y rápidas.
Pero, tal como explica en detalle el mismo artículo, este proceso no es algo novedoso. Ha sucedido con los diferentes cambios tecnológicos a los que el hombre se ha enfrentado a lo largo de la historia. Así, Friedrich Nietzsche descubrió como al pasar de escribir a mano a usar una máquina de escribir se modificó radicalmente su estilo. Kevin Kelly responde a Carr preguntándose si el problema de Nietzsche era la máquina de escribir o que cuando llegó a sus manos era ya un hombre viejo y enfermo, y por tanto con mayores dificultades de adaptación. Extendiendo este argumento, Kelly se pregunta si realmente nos volvemos estúpidos ante la avalancha de textos cortos que inunda la web o por el contrario tenemos ahora la posibilidad de generar este tipo de contenidos (que antes eran inviables por su coste) y simplemente los preferimos a los textos largos que antes eran nuestra única opción. En todo caso, Kelly aprovecha uno de los argumentos de Carr (que somos extremadamente inteligentes cuando usamos Google, pero solo en esos momentos) para defender una hipótesis antagónica. Si nos volvemos más estúpidos sin Google pero más listos con Google, el resultado final será que somos más inteligentes porque nuestra vida es básicamente digital y la experiencia digital es ya prácticamente 'Google-céntrica'.
Otro crítico de Carr es el opular periodista y blogger Andrew Sullivan, que declara escribir unos 300 posts semanales (!!) y que explica en The Sunday Times ( Google is giving us pond-skater minds), por qué se siente más inteligente gracias a Google, aunque reconoce que su forma de pensar y escribir se ha alterado: "…proceso información mucho más rápido y parezco capaz de absorber múltiples fuentes de información simultáneamente en modos que me hubiesen causado un shock cuando era un adolescente". Reconoce los problemas que apunta Carr cuando se enfrenta a un texto largo en papel, pero lo asocia con las limitaciones del formato. Sullivan sufre el mismo problema que habrán experimentado muchos de los que estamos acostumbrados a navegar la información digital: ante una página escrita echamos de menos el enlace que nos amplíe la información que allí aparece, y saltamos a notas a pie de página o bibliografías con la esperanza de encontrar ese tipo de datos, algo natural en la web.
En todo caso el hombre acaba por adaptarse, tal como ha hecho en el pasado, al ambiente tecnológico en el que le toca vivir. Y en ese proceso no existe una única opción posible. En este sentido es de esperar que en el futuro, y con toda seguridad ya ahora, nos enfrentemos a la información digital de formas radicalmente diferentes a como lo hacemos con la analógica y encontremos la estrategia adecuada para sacar el máximo partido a las nuevas oportunidades. Así ha sucedido -al menos hasta el momento- con todas las revoluciones tecnológicas que nos ha tocado vivir, desde el pergamino a la máquina de escribir pasando por la imprenta. Y en todos esos cambios surgieron siempre argumentos fundamentados que nos explicaban los peligros en los que nos adentrábamos y los riesgos que corría nuestra sociedad y cultura. Muchos de esos argumentos eran ciertos, pero (a pesar o gracias a ellos) la evolución siempre ha sido positiva. Lo que no acaban de explicar Carr o Keen es por qué con internet no se habría de repetir la historia.
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