¡Pobres tiburones! Por si no tuvieran suficiente con la mala prensa que les granjeó Steven Spielberg en su primer gran éxito de taquilla, ahora se ven acorralados por la pesca desaforada. En los últimos dos siglos, las poblaciones de algunas especies del mar Mediterráneo se han reducido un 97 por ciento, alerta un informe del 'Lenfest Ocean Program' divulgado ayer.
Los especialistas de este programa estadounidense llegaron a esa conclusión tras recopilar una copiosa información procedente de registros de pescadores profesionales y deportivos. El tiburón martillo, en particular, prácticamente ha desaparecido del Mare Nostrum, donde sobreviven otras 46 especies de escualos.
Y la situación no se presenta más halagüeña en el resto del mundo: en mayo, la Unión Mundial para la Conservación de la Naturaleza informó de que 11 especies pelágicas de estos peces cartilaginosos van camino a la extinción por culpa de la sobrepesca.
¿Y cuál es el problema?, se preguntará más de uno, pensando en el placer de nadar en aguas abiertas sin temer la aparición de las fatídicas aletas triangulares. Pues no hay motivo de alegría, advierte Francesco Ferretti, el autor del estudio. Al alimentarse de los peces más débiles o heridos, estos carroñeros de los mares colaboran en el equilibrio ecológico y se teme que su ausencia provoque cambios imprevisibles en la cadena alimenticia y el ecosistema marino (el aumento explosivo de ciertas algas y medusas estaría relacionado con la desaparición de tortugas, atunes de aleta azul y otros predadores).
Por otra parte, el peligro atribuido a esas criaturas ha sido sobredimensionado, afirma el investigador. "Las posibilidades que tenemos cada uno de ser mordido por un tiburón igualan a las de ganar la lotería", compara Ferretti. Lo cierto es que los ataques de estos animales marinos vienen experimentando un aumento, aunque en términos absolutos parecen poco significativos (siete muertes en todo el mundo en 2004).
Lo indudable es que el 'rey de los mares' ha sido destronado, convertido en un exiliado que vaga acosado por sus antiguos dominios, siendo el Mediterráneo el más inhóspito.
El tamaño y peso cada vez menores de los escualos cazados en este mar continental constituyen el signo inconfundible de que se capturan especímenes más y más jóvenes. La mortandad masiva resulta de las 'bajas colaterales' causada por la pesca a gran escala del atún y el pez espada. Pero no puede desdeñarse el impacto de su pesca intencional en Asia, donde se le busca para preparar la tradicional sopa de aleta de tiburón, en España, un país muy aficionado al cazón, y en Europa y Estados Unidos, importantes consumidores de cailón.
Por carecer de valor comercial, los tiburones y sus parientes las rayas se encuentran al margen de los acuerdos de gestión de pesquerías. No existen, por lo tanto, cuotas o límites a las capturas (solamente el cazón portugués o pailona, escualo de aguas profundas, goza de cierta protección gracias a la prohibición de pesca por debajo de los mil metros fijada por la Comisión General de Pesca del Mediterráneo). Ante este panorama, los especialistas y organizaciones conservacionistas claman por medidas urgentes.
Cómo han cambiado las cosas. Las hasta ayer consideradas alimañas se están tornando objeto de cuidado y veneración. Hermano lobo, hermano buitre, hermano tiburón: si San Francisco de Asís levantara la cabeza, sentiría que por su fin su prédica ha dejado de caer en saco roto.
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