Ya pasó, verdaderamente allá estuvimos, pero el verraco gordo (el que esto escribe) llevaba ya un rato sentado a la mesa con Bourdain cuando apareció el verraco demediado (con su puro infumable colgado de la boca, para variar).
Hoy ha sido un día luminoso, sí, el bueno de Antonio acá estuvo y marchó ya, camino de Egipto y Papua Nueva Guinea (preparaos, cuidado que os va, Nefertitis, Tutankhamones y Papuatarras).
Si no se hubiera pirado acabamos trompas y hasta la colcha de porros y puracos, me apuesto un menisco en su propia gelatina.
Así fueron los hechos. De buena mañana, entró con sus botos de cuero (chúpame la punta) en la cocina de Mugaritz, como Wyatt Earp en Duelo de Titanes, el sheriff farruco de Dodge City.
Firmó todos los libros que le pusieron delante y nos saludó a todos como si ayer mismo se hubiera corrido una buena farra con todo el restorán. Vaya tío, qué fichaje. Hicimos fotos. Y se montó el circo, al final he acabado sentado a la mesa convertido en carne de cañón del show de este pendejo: me he sentido feliz, rodeado de buenos amigos (además de Andoni nos acompañaba Elena Arzak, más dama y hermosa que nunca) y nos hemos zampado unos platillos atómicos, mejores que nunca jamás, servidos por una gente en sala que más que camareros parecían unos Baryshnikov o Kokhlova cualquieras, ale hop, tendú, battement, glissé et plié... ¡vaya danza, qué vinos! ¡qué ñoquis! ¡qué foie gras con erizos! ¡qué rabitos de cochino con cigalas! qué chocolate vanidoso! ,¡qué mirin con vinagre!, ¡qué mamones!
Café tomamos, sí, oscuros color tizón: si nos llegan a servir unos tragos largos, copazos para entendernos, estaríamos cantando ahora mismo unas rancheritas, llorando y declarándonos amor eterno. Anthony Bourdain y sus secuaces (cabrones pinche güeys) pasaron hace un rato por Mugaritz. Si los dos verracos tuviéramos rifles, ahora mismo pegaríamos unos tiros al aire, como en las pelis de indios cherokis felices y tajas: ¡Y que vivan sus putas madres!