Sonia, nuestra embajadora en Hendaia, comparte con nosotros la lectura de libros, cenas, paseos, proyectos y grandes trozos de nuestras respectivas vidas. Pero la muy condenada apenas nos había hablado de los cuadros que pinta últimamente. Ahora los pone en un delicioso blog. Compartimos, también el cuidado de la huerta, sobre todo hablamos de puerros, pimientos, cebolletas, perejiles y tomateras, de cuándo hay que echarles a éstas el caldo bordelés; y cuestiones tan nimias. Sonia es la comensal perfecta: divertida y agradecida, todo le gusta y a todo anima. A los Glotonios Sonia nos inspira "en general". Y, de vez en cuando, nos envía alguna cosita perversa "muy particular", como esta que publicamos hoy.
(...) Matar no da ganas de comer cualquier cosa. Cuando era pequeño, solía ver películas policíacas en televisión. Cuando los hombres empezaban a liarse a tiros entre sí, mi tío decía: "Aquí va a haber mucho fiambre." ¿Acaso se debe a ese comentario de mi tío?
He observado que matar siempre da ganas de comer fiambre. Nada que ver con la charcutería ni con el tartare: carne cocida y luego enfriada. Puedes preparártela tú mismo. Por mi parte, prefiero no complicarme la vida. Compro rosbif frío, pollo asado. Si lo cocino yo, no me gusta tanto, no sé por qué.
Recuerdo que después de mi primer periodista, tuve la estúpida idea de calentar el rosbif a ver qué: no me decía nada. Cuando está caliente, la carne sabe a estofado. Cuando está fría, sabe a cuerpo propiamente dicho. Lo he dicho bien: cuerpo, no carne.
De la carne, todo me da asco: la palabra y la cosa. La carne es paté, chicharrones, es hombre maduro, mujer expuesta a la intemperie. En cambio, me gusta el cuerpo, vocablo fuerte y puro, realidad firme y vigorosa (...)
Nunca deberíamos comer demasiado cuando nos sentimos nostálgicos. Esto genera vértigos románticos, impulsos macabros, desesperaciones líricas. El que se siente a punto de hundirse en la elegía debería ayunar para conservar su espíritu seco y austero. Antes de escribir "Las tribulaciones del joven Werther", ¿cuánto chucrut con guarnición se había zampado Goethe? Los filósofos presocráticos, que se alimentaban con un par de higos y tres aceitunas, crearon un pensamiento simple y hermoso, desprovisto de sentimentalismo. Rousseau, que escribió la pringosa "Nueva Eloísa", aseguraba que comía "muy ligeramente: excelentes lácteos, pastelería alemana". Toda la mala fe de Jean-Jaques estalla en esa edificante declaración.