Los rastros que dejan nuestras actividades online conllevan un creciente riesgo de vigilancia. Junto a aquella de la que podemos ser objeto por parte del Estado (Big Brother), hay que añadir la atención que nos prestan las empresas privadas (Little Sisters), siquiera sea para proponernos una publicidad más eficaz.
La otra cara de esta moneda es que, hoy día, los de abajo pueden vigilar a los poderosos (lo que Jamais Cascio llama el 'panóptico inverso', homenajeando a Foucault y Bentham, y Steve Mann llama la 'sousveillance' [vigilancia desde abajo, término inglés y francés], un concepto más abierto).
Las redes sociales aportan un nuevo tipo, que Anders Albrechtslund, universitario danés, denomina "vigilancia participativa" (participatory surveillance) en un ensayo reciente publicado por la excelente revista online First Monday (véase mi crónica en el Ciberpaís).
La difusión en línea de informaciones que nos conciernen puede considerarse, según Albrechtslund, una adquisición de poder o 'empoderamiento' (empowering), "en la medida en que es una manera de establecer relaciones voluntarias con otras personas y de construir identidades". El exhibicionismo se revela así "liberador, porque representa el rechazo a ser humildes".
Interesante, pero insuficiente.
En 2007, por ejemplo, la bloguera Leisa Reichelt hablaba de 'intimidad ambiente' (ambient intimacy) para evocar el hecho de que uno mismo publica (gracias a Twitter, Facebook o Flickr, por ejemplo) múltiples informaciones que le conciernen. Reichelt ha revisado esta simpática noción y habla ahora de 'exposición ambiente' (ambient exposure), con el doble sentido de lo que se cuelga en la red y a lo que se expone uno.
Nos encontramos pues con tres niveles de control social: la vigilancia desde arriba (pública y privada, 'surveillance' ), la vigilancia desde abajo (vigila el centro o a la comunidad, 'sousveillance') y la vigilancia participativa (alimentada por lo que podríamos llamar nuestras necesidades de intimidad pública en las redes sociales).
Contrarrestar la primera por medio de la segunda me parece muy útil. En cambio, no estoy seguro de tener ganas de volver -a escala planetaria- a aquella vida de antaño en los pueblos, donde todo el mundo lo sabía todo de todo el mundo.
¿Y vosotros?
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