El 14 de junio abrirá sus puertas la Exposición Internacional de Zaragoza. Más silenciosa para el resto de España que la ruidosa de Sevilla 92, creo que los tres meses de duración del evento, colocarán definitivamente a la capital maña en el mapa y, junto con el AVE, acabarán de dibujar el potentísimo eje económico y social Madrid-Zaragoza-Barcelona. Si sirve para disolver las inútiles disputas y provincianismos que algunos irresponsables e idiotas se empeñan en multiplicar últimamente, pues mejor para todos. Como, además, el pretexto de la expo es el agua, puede que por fin entendamos que es un preciado bien común, que el Gobierno tiene la obligación de distribuir entre todos sus administrados. Sin demagogias, sin cálculos electorales y sin paletadas.
Pero centrándonos en lo arquitectónico. Hace unas semanas tuve ocasión de visitar el frenético desarrollo final de las obras con un grupo de arquitectos y estudiantes. Sufrimos una surrealista presentación inicial del conjunto del proyecto, realizada por no sé qué ingeniero director de algún departamento de comercialización posterior del recinto, en la cual, recurriendo a todos los tópicos imaginables, puso a caldo a los arquitectos por caprichosos, divos, despilfarradores y, en definitiva absolutamente prescindibles. El reflexivo criterio de este iluminado hubiera sido levantar en el meandro de Ranillas un parque empresarial "normal". Estupefacto ante un discurso que al menos era muy poco inteligente y apropiado para el auditorio al que se dirigía, me armé de valor y levanté la mano temeroso para preguntar al visionario: "Y, entonces, lo de la expo del agua y tal, ¿lo haríamos o no?". Sin modificar un ápice su fría expresión, me contestó: "Sí, sí, claro. Ponemos alguna fuente rarita de esas que hacéis los artistillas".
A pesar de un comienzo tan poco esperanzador, debo señalar dos cuestiones iniciales: la expo tiene una pinta estupenda y me parece una visita muy recomendable para este verano que todos debemos empezar a planificar. Y por otra parte, desde una óptica algo más profesional, el planteamiento urbanístico global del desarrollo del recinto, con los matices que se quiera, es más que aceptable. Aprendiendo de los errores cometidos en Sevilla, se ha planificado el conjunto pensando de forma simultánea la propia exposición internacional y en el período posterior: lo que ellos denominan 'post-expo'. Las edificaciones que se están ejecutando pertenecen a tres grandes grupos: Pequeños pabellones temáticos, los más estrictamente expositivos y centrados en el tema concreto del agua y el desarrollo sostenible, que previsiblemente desaparecerán después de la exposición; grandes edificios y espacios libres como el Palacio de Congresos, el Acuario Fluvial, o el Parque del Agua que, manteniendo de forma casi completa su configuración expo, se adaptarán para diversos usos, similares o distintos de los que tengan durante la exposición, para incorporarrlos a la trama de equipamientos urbanos de Zaragoza; y finalmente, el conjunto de los pabellones de los distintos países y comunidades que estarán presentes en la expo, que modificarán posteriormente muchas de sus características principales para adecuarse al uso de oficinas, convirtiéndose en el parque empresarial más importante de la ciudad.
El proyecto post-expo para estas áreas de futuras oficinas realizado por el estudio Lamela, ha introducido algunas variaciones en el planteamiento inicial, restándole algo de ambición y espectacularidad. La enorme cubierta ondulante, continua y transitable bajo la que se colocaban los pabellones individuales ha visto lenta pero inexorablemente simplificada su geometría, reducidas sus dimensiones y minimizada su conectividad, debido a razones presupuestarias y de comercialización y seguridad posterior. Sin embargo, el resultado conserva bastante del espíritu del proyecto original y parece ser que ha conseguido su objetivo de evitar el inhóspito erial en que se convirtió la Isla de la Cartuja después de 92 (además de ser, por supuesto, el soporte económico fundamental sobre el que se cimenta toda la operación).
Los pabellones temporales dedicados al agua serán las edificaciones más 'genuinamente expo' (junto con las instalaciones interiores de los pabellones de países y comunidades autónomas situados bajo la gran cubierta mencionada con anterioridad). Pequeñas construcciones, supuestamente efímeras (han ido ganando en complejidad técnica y de contenido hasta llegar incluso a presentar serias dificultades de cimentación), a través de las cuales se nos presentarán múltiples aspectos del agua y la sostenibilidad utilizando las más sofisticadas tecnologías. Esta suele ser el área más divertida de las exposiciones universales o temáticas, ideales para los niños, donde la arquitectura se acerca maravillosamente a una escenografía interactiva. Durante la visita a la obra, debido, supongo, a su fuerte contraste con las demás propuestas redundantemente tecnológicas, me llamó especialmente la atención el pabellón botijo, obra del arquitecto Ricardo Higueras, construido íntegramente con adobe. Insólito y arriesgado, pero de momento, sostenible (al menos en la acepción medioambiental del término).
Las construcciones destinadas a permanecer después del acontecimiento para incorporarse al patrimonio de la ciudad de Zaragoza son las que presentan unas diferencias más importantes en lo que respecta a su calidad arquitectónica. Lo poquito que se puede visitar del futuro Parque Metropolitano del Agua que rodeará el recinto, obra de Iñaki Aday y Margarita Jover, apunta cosas muy buenas. No puedo decir lo mismo del Pabellón de Aragón cuya metáfora inspiradora según los propios arquitectos Olano y Mendo, una cesta de mimbre trenzado que contiene frutas de Aragón, se acerca peligrosamente a un chiste malo, malísimo.
La Torre del Agua de Enrique de Teresa ha sido para mí un misterio incomprensible desde la convocatoria del concurso. Sus más de 70 metros de altura vacíos eran una extraña prescripción del mismo, pero la forma de gota de agua de la planta y el macizo volumen del zócalo de la solución premiada no han hecho sino hacer más evidente el absurdo. Personalmente, me ratifico en que, ya puestos, la sobria solución del monolito de 2001 clavado sobre una lámina de agua que presentó en su momento Fermín Vázquez, era mucho más acertada.
El triangular hayedo cerámico que ha construido Patxi Mangado para el Pabellón de España es sin embargo una agradable sorpresa. Magníficamente construido y consideraciones relativas a ahorro energético aparte (el agua circulará por el interior de muchos de los pilares-tronco para generar un microclima muy agradable minimizando el consumo energético), los espacios interiores y exteriores del edificio son muy sugerentes. No pudimos visitar el Acuario Fluvial pero estoy convencido de que el contenido del mismo mejorará ampliamente la apariencia de centro comercial con pretensiones y el pastiche de materiales constructivos que constituye su envoltorio arquitectónico. Otra cosa distinta desde luego es el Palacio de Congresos de Nieto y Sobejano, construido con la exactitud, elegancia y dificilísima naturalidad con la que estos arquitectos nos sorprenden en cada una de sus obras: sacan el máximo partido, la máxima variabilidad de un sencillo gesto formal, que luego construyen con implacable precisión.
Pero hay una obra que destaca muy por encima de todas las demás: El pabellón puente de Zaha Hadid. No creo que me equivoque si afirmo que este edificio que ha realizado la polémica diva iraní con la inestimable colaboración de los ingenieros de Ove Arup, se convertirá por méritos en un referente arquitectónico de escala mundial. La apariencia exterior de este puente habitado sobre el Ebro, de 250 metros de longitud, ya es en si misma suficientemente impresionante. Pero es en espacio interior donde la intuición espacial de Zaha combinada un trabajo enorme sobre modelos digitales alcanza su máxima expresión. La sucesión e intersección de las distintas vainas (así las llama Zaha) de sección triángular variable, situadas a diferentes cotas, e iluminadas a través de la compleja y pixelada piel exterior, configuran uno de los espacios más singulares que he visto jamás.
Es como si aquellas ingrávidas imágenes virtuales de los videojuegos se hubieran convertido en realidad en este camino sobre el Ebro: espacios ambiguos y nuevos, donde la luz natural parece artificial por su precisión y manipulación extrema; donde se pasa de interiores a exteriores con una sutileza que los hace casi intercambiables; donde la vista duda entre el magnetismo de la repetición perspectiva horizontal y la búsqueda del vértice superior de las cerchas; donde el suelo se inclina suavemente bajo nuestros pies llevándonos naturalidad de un largísimo recorrido lineal, en el que sin embargo, cada paso es una sorpresa, en el que no hay lugar para la monotonías, ni para las redundancias grandilocuentes y vacías.
Zaha ha construido por fin sus sueños en Zaragoza. Muchos dudaban, o mejor dicho, dudábamos de esta excelente dibujante. Nos equivocábamos y nos alegramos (yo al menos). Está al alcance de muy pocos concebir esta catedral del siglo XXI.
*Diego Fullaondo es arquitecto y uno de los directores del estudio IN-fact arquitectura.
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