Saben bien aquellos que visitaban nuestra porquera habitual, antes del cambio de ropajes con el que recién nos obsequiaron las mentes perversas de este soitu.es del carajo (oiga, qué bien sienta esta modernez colorindanguera a dos cerdos pilongueros, mires donde mires, este "site" parece "niu yors"), les decía antes de que este párrafo se empezara a ir a una extensión similar a la de los versos del Leopardi más espeso, pues que quienes nos conocen bien, leñe y concluyendo, saben de qué vamos, en resumidas cuentas.
Y que por mayo era por mayo, cuando hace la calor, pero fue en enero del presente cuando nos plantamos en la villa y corte convidados por la organización de "Madrí-con-Fusión" para deleitar a la concurrida audiencia allá presente con una charla que redactamos los dos marranos y que concreta el ideario cochino de dos sesadas malolientes, la de los glotonios aquí presentes, para servirle a usted y a quien lo merezca.
Bueno, mucho rollo tan sólo para justificar que esta sección intitulada "urbi et orbi" pretende rescatar aquellos textos que descansan en nuestro viejo blog y siguen frescos, lozanos y turgentes como los tallos de una mata de apio de Fitero.
Tan sólo por unos días y para que nos vean bien el plumero quienes no sepan de dónde salieron este par de cerdos tan cerdos, reproduciremos acá algunos de nuestros viejos "hits" más plomizos, viejas baladas cansinas que de tanto repetirse nos sabemos ya a pies juntillas y que, dicho sea de paso, suenan a mermelada fina, todo hay que decirlo.
Paciencia, pues vendrán nuevas entregas, irreverentes y canallas, como siempre. Pero ahora toca un "rivaival" que algunos tararearán como música ya aprendida. Y a los nuevos, leña al mono, pues así somos, no crecen pelos en nuestras lenguas, oink, oink.
Charleta leída en el Palacio de Exposiciones de los madriles:
Hola Buenas, agradecemos la invitación a esta interesante conferencia, así como la introducción al asunto que harán nuestros compañeros de mesa, pero mucho nos tememos que lo dicho poco o nada tendrá que ver con nosotros. Entendemos los problemas a los que se enfrentan al introducir los blogs en el territorio de la crítica gastronómica, pero lo cierto es que pertenecemos a mundos muy distintos. Lo decimos en el sentido de que nuestra intervención con la gastronomía en Internet, poco tiene que ver con el ejercicio de la crítica al uso. Por ello, quizá, conviene hacer una pequeña exposición de lo que nosotros hacemos en la red.
En el año 2006 editamos un libro titulado Porca Memoria -no gustó nada al señor Maribona aquí presente en esta mesa-, que para nosotros fue un ejercicio literario en el que hicimos una escritura de la memoria, partiendo del recuerdo gastronómico, será por eso que en las librerías, en lugar de entre doctos libros de memorialismo, lo acostumbramos a encontrar entre recetarios, guías y publicaciones diversas. Lo escribimos a cuatro manos y su redacción fue una experiencia más que apasionante. Sentimos que con su escritura encontrábamos una puerta de entrada para conectar con todos aquellos escritores que, tomando la literatura como base, nos interesaban, ya que somos voraces lectores.
El hecho gastronómico en sí nos apasiona, pero consideramos que no hemos de ceñirnos en un sentido estricto ni limitarnos a la superficie de un plato o mesa. El hecho gastronómico lo vivimos como una conjunción de asuntos apasionantes, casi infinitos, pues van desde la propia ingesta atenta, hasta el humor, el paisaje o la compañía. Es decir, la gastronomía es para nosotros un campo recreativo para la creación literaria. Consecuencia de ello, es glotonia un artefacto continuador de aquel libro que nos permite seguir en contacto ilimitadamente con este territorio que llamamos gastroliteratura, que, además, nos permite, afortunadamente, vivir una segunda vida al margen de nuestra actividad profesional, uno como agitador gastronómico e iluso editor y otro, como escritor y becario eterno de televisión.
A la manera de todos los ejercicios literarios sinceros, se escribe para uno mismo, pero a sabiendas de que hay moros en la costa. Es por eso que, a pesar de que glotonia, a priori, puede parecer un dominio hermético, uno se va encontrando con almas gemelas a través de la red, desde el pueblo de al lado, hasta Méjico, el infinito y más allá. Hablamos de lecturas, de amigos, de vinos, de libros, de todo aquello que nos gusta, pero eso sí, el quid está en el «cómo», que detallaremos más adelante.
¿Qué es lo que queremos y lo que no queremos en glotonia? He aquí un poco a lo bestia, una especie de ideario que, suponemos, no les hará mucha gracia. Cuídense de sonreír, les vigilan.
1. No soportamos al coleccionista de platos, al cazador de restaurantes. Conocemos el gremio y las reglas del juego, pensar, prever, comprar, pagar, conducir, almacenar, ordenar, limpiar, manchar, barrer, sudar, poner la mesa, sofreír, colar, picar, triturar, fregar, estofar, abrir el vino, recibir, presidir, masticar, beber, fumar, lavar, ventilar, emborracharse, arrepentirse. ¡Tanto trabajo! ¿Qué papel asumimos en el restaurante florido, en la tasca? Somos curiosos, dementes, niños, voraces, fetichistas con apetito, viciosos, perversos y cerdos, a fin de cuentas. Pero muy agradecidos y conscientes del esfuerzo que se aplica en atender una mesa.
2. Aborrecemos el juicio obtuso y los críticos «por generación espontánea». «No he comido bien en Arzak», «Mugaritz flojo», «Subijana no emociona»… ¿qué come ese tipo de individuos en sus casas? ¿qué manjares infinitos encierran sus neveras? ¿qué templos gastronómicos ocultos esconde nuestra geografía?
3. En glotonia confesamos por escrito nuestros defectos en la mesa y soñamos con que los demás hagan lo propio. Algunos deberían hacerlo, es buena medicina. Nos preocupan mucho las formas pues sabemos que las batallas del comer son aburridas y, además, no conducen a ningún sitio. Producen urticaria.
4. Muchos blogueros afirman «tener ganas de criticar». El crítico es uno de los mayores fabricantes de nada, en una sociedad con insaciable apetito de naderías. Ejercer de críticos no es nuestro papel, nos negamos a deshuesar la cocina, a abanderar esa pretendida modernidad y a erigirnos defensores de una u otra tendencia.
5. La interpretación que del comer y del beber hacen quienes se acercan a la mesa escribiendo, con voz propia, es lo que verdaderamente nos gusta. Estamos hartos de que se nos traduzca lo que el chef ha hecho, tenemos ojos, tenemos paladar, somos chicos informados, no somos tontos. Que no nos den la murga.
6. Además, las pandillas enfrentadas en cuestiones de libros y cocineros son de un sospechoso que revienta. Nos gusta un bocata de queso o un jarrete tanto como la mejor cocina sideral. En glotonia luce el goce de la buena mesa y nos pirran los interminables manjares, sí, tanto como los breves y sintéticos platos de los chefs, cuando son buenos.
7. Algunos no consideran acertado escribir sobre lo que un buen trozo de pan sugiere. Resulta obligado hablar de minimal, neo cocina, flus-flus y pitilinadas con mucha rimbombancia, recordando las branquias de erizo bañadas en su propia filosofía que uno se ha jamado por ahí. Lo que sirve y está en boga son los listados de exquisiteces descacharrantes que atraen lelos como moscas.
8. Nos declaramos alérgicos del sucedido gastronómico adjetivado con horrores como in, out, trendy, cool, trash, welthy, sibarítico, mayestático y tantas otras tonterías que suenan más a corporación dermoestética que a sobremesa.
9. No queremos perder la condición de animales omnívoros con el que se nos identifica en las enciclopedias. Las prisas, el parte televisivo, la prensa, el auto, los yogures desnatados, la radio y todos los agentes propios de esta sociedad imbécil nos tienen cautivos en un estado de tontería incipiente. Hacemos crónica de lo que más nos gusta, del microbio, la podredumbre, aquello que se descompone y en su decrepitud, estimula nuestro olfato y nuestra vida. Aborrecemos y nos preocupa esta cultura de la asepsia, de la higiene, de la corrección mental: chupamos cabezas, comemos tripas, lamemos pieles enmohecidas, quesos enfermos, bebemos jugo de cepas podridas, preferimos intoxicarnos con sabia insensatez y envenenarnos para morir felices.
10. En glotonia somos testigos de esta Europa empachada de soberbia que destruye con indiferencia productos y elaboraciones forjados por la naturaleza y el hombre en los últimos siglos. Nos pasteurizan a todos y nos resistimos a ceder terreno a lo soso y esterilizado. Buscamos mesas y lecturas desprovistas de prejuicios y el aterrador sainete repelente y siempre presente de la vaca loca, la polla aviar, el anisakis o el cordero de la Bernarda. ¡No perdemos un minuto!
11. Desconfiamos de muchos críticos y de sus guías puntuadas. En primer lugar porque los tratan como a reyes y casi siempre los invitan y quedan, por tanto, empachados. Y además, porque frecuentan demasiado los restaurantes -algunos desayunan, comen, meriendan, cenan y vomitan en el mismo local el mismo día- y por tanto, no tienen jamás deseo y hambre. Quien no limita sus salidas a una o dos ocasiones por semana y guarda intacto el placer de ir a comer, nunca descubrirá con apetito una cocina. Jamás se sentirá en el pellejo de un cliente normal para el que, comer fuera de casa, es un momento especial y festivo que cuesta mucho dinero.
12. Nos revelamos contra la gastronomía de discurso gratuito, discurso sobre el producto, discurso sobre el asunto, discurso del «cómosellamaesto», discurso sobre la preparación, discurso sobre el paisaje, discurso sobre lo difuso, discurso sobre lo impreciso, discurso sobre la escasez, discurso sobre lo tibio, discurso sobre lo breve, sobre la filosofía, sobre la ligereza, sobre la quintaesencia. La comida termina por confundirse con el discurso gastronómico.
13. Preferimos recuperar la mirada desinteresada y festiva de los blogueros de antaño: Plá, Luján, Chirbes, Perucho y compañía. Su espíritu nos guía en este futuro que nos hemos impuesto en glotonia. Amamos la buena mesa, la buena compañía y la escritura deliciosa. No hay más. Eso es todo. Y ahí está el problema, precisamente: no nos interesa ni pretendemos nada en particular. Os dejamos el territorio fiscal y mamporrero que se ha creado para el reparto de la tarta insustancial. Para bien o para mal creemos que el disfrute gastronómico de calidad no viene dado por el hecho gastronómico en sí mismo. Más que la comida en sí, es la idea de la comida, lo que nos pone, nos importa un carajo la pirueta emplatada. Preferimos el lodazal húmedo, donde las bacterias y el detritus hacen de las suyas creando una vida descomunal. Miramos el esfuerzo de las cocinas, de quienes escriben bien, de los productores de alimentos únicos, de quienes atienden como ángeles, comedores sin par. Dejamos a un lado los listados y las clasificaciones imprecisas, rangos, títulos y flores... que se lo repartan todo.
14. Poco sabemos de la impunidad que otorga el anonimato, pues todo lo firmamos. Se nos ha pedido que sobre la impunidad tratemos y, para variar, aquí vinimos para hacer, una vez más, lo que nos gusta: enredar. Muchas gracias.
Laus Deo