Ya quizá se hayan acallado los ecos sobre el trágico suceso ocurrido hace unos días en un pueblo de Murcia. Un paciente esquizofrénico había matado a su madre, la había degollado y paseaba por la calle con su cabeza envuelta en una toalla. Ahora, pasada la conmoción inicial, es momento para reflexionar sobre las conductas violentas de los enfermos mentales.
Hablo desde la experiencia de llevar más de veinticinco años tratando a pacientes psiquiátricos. He trabajado la mayor parte de este tiempo en el medio hospitalario, tanto en unidades de enfermos agudos como de crónicos. Durante más de quince años he atendido urgencias psiquiátricas, donde se ven más casos de enfermos agitados con sintomatología intensa. Y sólo he sido agredido en una ocasión.
Aunque les parezca extraño, los psiquiatras no somos los médicos más agredidos por los pacientes. Curiosamente son los médicos de atención primaria, es decir los que tratan con la población general, los que con más frecuencia reciben agresiones por parte de las personas a las que atienden. Sin embargo la idea general, incluso entre los médicos, es que los pacientes más violentos son los psiquiátricos. Hay tópicos injustos y éste es uno de ellos. En tratamiento psiquiátrico están muchas personas que nada tienen de violentas, la inmensa mayoría de los pacientes psiquiátricos no son peligrosos. Es justo al revés, la mayoría tienen menos violencia y demuestran menos agresividad hacia los demás que la media de la población general. Así ocurre en los pacientes ansiosos, que son un porcentaje muy alto de los enfermos que atendemos los psiquiatras, y también en los pacientes fóbicos; así ocurre en los depresivos, que cuando vuelcan su violencia casi siempre lo hacen hacia sí mismos, también en los hipocondríacos, en los obsesivos y en un larguísimo etcétera.
Otro tópico relacionado con el anterior e igualmente injusto es el que relaciona la delincuencia con la enfermedad mental. Con frecuencia oímos decir de asesinos o de terroristas que están locos, cuando las estadísticas demuestran fehacientemente lo contrario, que no suele haber patología psiquiátrica en esas personas. Me refiero obviamente a patología psiquiátrica en el sentido estricto, es decir enfermedades mentales que cursan con pérdida del juicio de la realidad, lo que popularmente llamamos locura y que en Psiquiatría se llaman Psicosis. Lo que sí suelen tener muchos delincuentes asesinos y muchos terroristas son personalidades psicopáticas, sociopáticas o fanáticas, pero eso se aleja mucho del concepto duro de enfermedad.
La peligrosidad del enfermo mental se reduce prácticamente al ámbito de las enfermedades psicóticas, es decir aquéllas que cursan con una pérdida del contacto con la realidad. Es un amplio apartado dentro de las enfermedades psiquiátricas donde se encuentran las esquizofrenias, las paranoias y otros muchos cuadros de naturaleza tóxica y orgánica. Los pacientes esquizofrénicos son los que tienen peor fama, cuando la inmensa mayoría de ellos no tienen comportamientos agresivos y son un colectivo poco conflictivo y por cierto, bastante olvidado por parte de los poderes públicos. También todos desde el miedo infundado tendemos a marginarlos y así lo hacemos cuando en el lenguaje coloquial decimos de los terroristas que son enfermos mentales o locos esquizofrénicos. ¿Pero qué tendrá que ver la esquizofrenia con el terrorismo?
Sólo son potencialmente peligrosos los pacientes psiquiátricos que no reciben tratamiento psicofarmacológico adecuado y tienen sintomatología alucinatoria-delirante cuyos contenidos guardan relación con la persecución, el perjuicio o las vivencias de invasión e influencia. Es decir oyen voces en su cabeza o están convencidos de que les persiguen, les controlan y quieren dañarle. Sus conductas violentas son coherentes con estas ideas. Son estos enfermos los que de vez en cuando saltan a las primeras páginas de los medios de comunicación al llevar a cabo conductas violentas que suelen ser además muy extravagantes, lo que multiplica el eco y la repercusión.
Pero aunque sean pocos casos, lo cierto es que a veces ocurren sucesos muy trágicos que deben hacernos recapacitar. Creo en primer lugar que los familiares que viven con estos enfermos deben tener mucho más apoyo por parte de las administraciones. Es fundamental llevar a cabo el ingreso urgente de los enfermos que están descompensados y de aquellos que no toman la medicación antipsicótica adecuada o que ésta no les está siendo eficaz. Tristemente a veces todo son dificultades para poder ingresar a estos pacientes. El sistema judicial, en aras de salvaguardar el derecho a la libertad del paciente, tiende a ser poco sensible con las demandas de la familia y tiene que darse una conducta manifiestamente violenta para obtener el auto judicial que posibilite el traslado del enfermo a un centro de internamiento. Es lamentable porque esa libertad que se pretende salvaguardar de nada vale cuando una persona está gravemente enferma psíquica y de lo que carece es de otra libertad mucho más esencial, la libertad interior. ¿De qué puede valerle a un paciente la libertad de movimiento si es esclavo de su enfermedad, si está preso de terribles alucinaciones y delirios?
Los viejos psiquiátricos donde se hacinaban los pacientes durante años ya no existen, a Dios gracias. En la actualidad disponemos de unidades de hospitalización cuya estancia media es de sólo dos o tres semanas y esto es suficiente para tratar la mayor parte de los cuadros psicopatológicos. Sin embargo hay casos de pacientes psicóticos potencialmente peligrosos que no responden al tratamiento a corto plazo y que precisan de internamientos prolongados, resultando cada vez más difícil encontrar centros adecuados para ellos. Como siempre la maldita ley del péndulo nos lleva de un extremo al otro. Hace sólo unas décadas daba pena entrar en los viejos manicomios y ver el espectáculo dantesco de cientos de personas recluidas en cárceles para la locura, y ahora da miedo comprobar que hay personas que viven en estados psicóticos permanentes deambulando por las calles porque faltan hospitales para pacientes crónicos que necesitan ingresos prolongados.
En contra de lo que popularmente se cree, el enfermo casi siempre avisa, y no una sino varias veces, de sus intenciones, sean éstas agresivas o suicidas. Cuando esto se produce debería de haber dispositivos rápidos, eficaces y flexibles que procurasen de forma urgente el internamiento. Y estos debieran ser de corta o larga estancia en función de cada caso. Porque es inhumano privar a estos enfermos del tratamiento que necesitan y es también inhumano abandonar a su suerte a los familiares que con ellos conviven.
*El doctor Benito Peral es psiquiatra clínico y colaborador de soitu.es
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