Kigoma (Tanzania).- Aisha es tanzana y tiene 15 años. Está ingresada en el dispensario del campo de refugiados de Lugufu, el único lugar con atención médica que hay en 20 kilómetros. Llegó inconsciente, con mucha fiebre y delirando. Tiene malaria cerebral, la más agresiva y mortífera.
Aisha recibe quinina intravenosa directamente en el cerebro. Es un tratamiento para casos severos porque la malaria ataca a las personas que, como ella, tienen desnutrición y carecen de defensas. Es una carrera contrarreloj.
La malaria no es contagiosa. La transmite la hembra del mosquito "Anófeles" que para procrear quiere agua, un clima cálido y sangre.
Así empieza todo, la Anófeles hembra muerde y extrae la sangre y, de paso, deja un poco de saliva con su sello personal, un parásito llamado "plasmodium" que durante una semana anidará en el hígado de la persona infectada. En pocos días, habrá generado todo un ejército dispuesto a atacar al organismo.
Si hay suerte, y el parásito es del tipo "vivax", se quedará latente en el hígado y provocará episodios recurrentes de malaria; si es "falcíparum", destruirá los glóbulos rojos y el cerebro, inducirá al coma e intentará matar a su víctima en menos de 24 horas; es la malaria cerebral, la que tiene Aisha.
UN NIÑO MUERE CADA TREINTA SEGUNDOS
Aunque pocos lo recuerden, la malaria desapareció en España hace 50 años. Más de 5.000 españoles murieron a causa de la picadura de este mosquito, que fue erradicado en Europa gracias a una potente política de saneamiento, obras públicas, higiene y fumigación.
Sin embargo, esta enfermedad -una de las más antiguas de la historia que enterró a personajes tan variopintos como Dante, Carlos V, Alejandro Magno, Lord Byron, el ciclista Fausto Coppi, o Vasco da Gama- sigue activa en más de cien países y cada año mata a tres millones de personas, principalmente niños.
Según la Organización Mundial de la Salud (OMS), casi la mitad de la población mundial (3.200 millones de personas) corre el riesgo de contraer la malaria, una enfermedad que cada año infecta a entre 300 y 500 millones de personas.
Una vez más, los más vulnerables son los que tienen las defensas más bajas, es decir, las mujeres embarazadas y los menores de 5 años. De hecho, cada día mueren más de 3.000 niños en todo el mundo por causa de este parásito, uno cada treinta segundos.
Sólo en Tanzania, un país con una población similar a la española (40 millones de habitantes) hay 18 millones de afectados y, de ellos, cada año mueren 150.000, el 80 por ciento menores de 5 años.
TRATAMIENTOS Y PREVENCIÓN
El tratamiento contra la malaria más antiguo que se conoce es la quinina, que se extrae de la corteza de la quina, también llamada "corteza jesuita" porque fue utilizada por primera vez por los jesuitas españoles que evangelizaron Sudamérica.
Sin embargo, el "plasmodium" se caracteriza por su gran capacidad de mutación y la resistencia a los medicamentos tradicionales, como la cloroquina, el derivado de la quinina más usado hasta ahora.
Actualmente el tratamiento que suministra el Gobierno de Tanzania es un combinado de artemisina y amodiaquina, que elimina al parásito en tres días.
Junto al tratamiento, uno de los aspectos más importantes de la lucha contra la malaria es la prevención.
Las mosquiteras rociadas con insecticida de larga duración (para tres años) cuestan menos de 6 euros y reducen la incidencia de la malaria en un 20 por ciento, aunque en las zonas rurales africanas no pueden permitirse comprar mosquiteras para cada persona.
Por eso Cruz Roja Española distribuye mosquiteras entre las mujeres embarazadas y las familias con niños y explica cómo utilizarlas para preservar el insecticida y evitar las picaduras.
Otra iniciativa es la del Ayuntamiento de Dar Es Saalam, que destruye las larvas de mosquito fumigando las charcas y zonas con agua estancada con una bacteria biológica respetuosa con el medio ambiente y el ser humano.
El éxito del programa es total: en las áreas urbanas en las que se ha llevado a cabo la malaria ha caído más de un 60 por ciento.
UN FUTURO ESPERANZADOR
Durante siglos, esta enfermedad ha sido la gran olvidada y ha perdido terreno frente a otras que, como el VIH Sida, han acaparado todas las donaciones mundiales para investigación.
Hasta que hace cinco años Bill y Melinda Gates decidieron apostar por el final de la malaria y financiar los ensayos de vacunas que se llevan a cabo en África.
Uno de estos ensayos se realizan en el centro de Ifakara en Bagamoyo (Tanzania). El director general del centro, doctorado en la Escuela de Medicina Tropical de Londres, Salim Abdulla, dirige la investigación sobre la RTS'S, una vacuna experimental que está testando en bebés con una efectividad del 60 por ciento.
Financiado por la Fundación Gates, GlaxoSmithKline, la Agencia de Cooperación Española, el Gobierno tanzano y un centenar de instituciones públicas y privadas de todo el mundo, el equipo de Abdulla realiza "ensayos ciegos" de la RTS'S en 380 bebés.
La mitad reciben la vacuna experimental y la otra mitad otro tipo de vacunas como la rabia o la hepatitis.
La proteína en la que se basa esta vacuna fue descubierta por Manuel Patarroyo, el científico español que "abrió el camino de las investigaciones actuales, aunque su vacuna no ofreció resultados importantes ni una efectividad destacable", según Abdulla.
"Si todo va bien, la RTS'S será la primera generación de vacunas contra la malaria que estará lista en 2012", destaca Abdulla.
La guerra contra la malaria en el tercer mundo está en marcha. Falta financiación pero la revolución ha comenzado ya de la mano de unos pocos como Cruz Roja Española o la Fundación Gates.
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