Volpini y Etxea analizan la última de Isabel Coixet, con guión de Philip Roth basado en 'El animal moribundo'. Penélope Cruz y Ben Kingsley protagonizan la película.
Las gónadas. Rediós y qué locuras. Gonadas o no nadas hasta la vejez, pero si gonadas, la vida se complica extraordinariamente. Si uno es viejo pellejo, es que lo era de antes. Cuando menos Ben Kigsley ya venía rodado. Seductor, reacio al compromiso y cínico de libro que sólo mete la flor entre sus páginas cuando la clase de literatura ha terminado, porque la Ley ya no es tan permisiva como era en los sesenta. Así empieza 'Elegía': la recuperación de la experiencia norteamericana, donde los puritanos ganaron la partida; pero había un reducto decidido a resistir ahora y siempre al represor, iniciativa ahogada en sangre tolerante que -se insinúa- no tenía inconveniente en mezclarse con los indios o con quien se pusiera a tiro de los Postes de Mayo. En esta sopa de las tres culturas se cayó de niño el profesor Keepesch y esto es lo que lo hace majete para siempre, salvo por el talón por donde lo sujetó el Miedo Al Ridículo, volviéndolo vulnerable en ese punto. Philip Roth, nada menos, es autor de la trama. Woody Allen nadaba en este río con mucha más soltura.
Anécdota alargada hasta lo inverosímil, con un baño final en el que no hay que entrar por tres razones: porque se moja uno, por pudor, y por no arruinar la sorpresa (que quizás no lo es tanto: se dan los datos que permiten intuirla).
De la maestría de Isabel Coixet lo dice todo el que se vea hasta el final con interés. Por lo que al personaje interpretado por Ben Kingsley se refiere, uno queda con ganas de pasar de Abraham y de sentarse a esperar la cuchilla con el hijo.
Isabel Coixet no quería someterse a la disciplina de adaptar una obra que no hubiera sido imaginada y escrita por ella misma. En 'Elegy' se desdice y, paradojas del ser o no ser, lleva a la pantalla nada menos que a Philip Roth. La directora catalana hace suyo 'El animal moribundo' y, aunque el guión lleva la firma compartida del novelista y de Nicholas Meyer, ella lo transforma y le imprime su sello femenino singular. Lo que en la novela original es pasión salvaje, brutal sexualidad de un náufrago, en la película, por imposición y convicción de Coixet, se transmuta en una gama intensa de sentimientos románticos. En la aceptación y cumplimiento de la oferta que le hizo nada menos que Clint Eastwood, ha conseguido ser ella misma. Nunca ha dejado de serlo si repasamos sus películas anteriores, unas más acertadas que otras. Nos cuenta en 'Elegy' todas las cosas que nunca nos dijo en Nueva York, mi vida sin mí y el poder secreto de tantas cosas que fluyen entre el profesor David Keepesh y su alumna cubana Consuela Castillo. Hay química entre Penélope Cruz y Ben Kingsley. El británico, ya lo sabemos, gran actor, ella superándose a sí misma, o tan bien dirigida como por Bigas Luna y Almodóvar. En ese duelo percibimos la ebullición de los alambiques donde los personajes cuecen sus afectos. La física la deja la directora catalana en su primera producción norteamericana para la fantasía del espectador.
De la vejez inaceptable y del sueño imposible de la pasión que nos rescata de la muerte, de eso trata 'Elegy'. ¡Vaya tema! Con qué dignidad asistimos a la caída. Elegía: composición poética construida para el lamento de un hecho desgraciado. El significado del título lo dice todo. Desvela el tono de esta película bien construida que duele y en ese dolor, un poco tibio y hasta forzado, ensalza al que sufre que casi muere por evitar la muerte que se avecina. Muere en el desvanecimiento del otro que ama. Vivo sin vivir en mí, parece decir el viejo donjuan libertario en la última e inesperada estación enamorada de su existencia. Romanticismo atravesado por el cuerpo a la vez místico y carnal de sus protagonistas. Merece la pena que la veamos, aunque el guión, al final, padece un cierto desvarío.
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