El desconcierto, la frialdad, lo inhóspito y hasta lo cómico (la melenita de Bardem) son algunos de los ingredientes que Volpini y Dr Etxea encuentran en la película de los Coen que puede dar un Oscar a Bardem.
Reseñas de la semana
Dr. Etxea
Javier Bardem es un gran actor, no todo el mundo está de acuerdo, pero a mí me lo parece. En 'No es país para viejos', los hermanos Coen le han puesto a nuestra estrella una melena patética con lo que el psicópata que representa, más que asustar, desata la sonrisa del espectador. Con su Globo de oro y sus mil candidaturas, tengo la impresión de que Bardem puede sumarse a esa lista de actores europeos que en Hollywood no han podido dar lo mejor de sí mismos. Aunque también es cierto que, por parte de Joel y Ethan, objetivo conseguido: Anton Chigurh, ese asesino compulsivo más allá de todo principio, además de odioso resulta ridículo. Y todo por un ponme ahí ese peluquín. Si a ellos les gusta, estupendo y si encima le dan el Oscar, pues mejor para nuestra estrella, pero la película flaquea en parte por culpa de la absurda permanente de este personaje, de reparto pero esencial para la historia.
'No es país para viejos' es literatura llevada al cine en formato épico moderno. Antihéroe es quien nos cuenta los hechos: una vez más, excelente Tommy Lee Jones. El Sheriff Bell se siente fuera de lugar en el mundo que describe. Esos paisajes que son como los territorios inhóspitos de Fargo, pero sin nieve, le dan a la historia el envoltorio árido del western. Como en la novela de Cormac McCarthy, el largometraje refleja el declive del Far West a partir de la pérdida de valores. Los principios son la primera víctima de estos tiempos amorales. La violencia con la que actuaban aquellos tipos duros del género hoy no necesita justificación, ni sentido. ¿Qué nos queda? El desconcierto. Eso es lo que han pretendido los Coen, pero ¿lo han conseguido? En parte sí, sólo en parte. A partir del intenso planteamiento inaugural, 'No es país para viejos' pasa a ser un 'thriller' con esa persecución del malo que resulta repetitiva y cansina. Se ve la maestría tantas veces demostrada de los realizadores americanos y se adivinan sus buenas intenciones, pero el desarrollo e, insisto, el tratamiento de Chigurh, no están plenamente conseguidos. Creo que los Coen han elegido bien al actor, aunque no han sabido darle el perfil adecuado. Lástima, otra vez será.
Federico Volpini
Nunca, me parece, hay que leer antes de ver una película la novela en que se basa –esto es: salvo si la ha leído uno y no tiene remedio-. No ya porque de la comparación la película suele salir perjudicada: sobre todo, porque la novela condiciona en muchos más aspectos, te explica a veces lo que allí no se explica y ves una película diferente de la que en realidad muestra la pantalla (aunque también, probablemente, una película más próxima a la que el director cree haber hecho).
A la espera de leer 'No Country For Old Men', se trata aquí de una ética/estética, de otro pasar página a un modo de pensar y de vivir, de un segundo adiós al mundo que despedía Peckinpah en 'Grupo Salvaje' -y en casi todas sus historias-. Esos viejos no lo son por los años. El mismo hecho de hurtarnos las muertes principales –y seguramente poco heroicas-, el final hasta cierto punto abierto, posmoderno, esa frialdad, esa falta de implicación que Chigurh no llega a dar tanto como sería deseable, la dignidad que le pide al personaje interpretado por Woody Harrelson y que no se sabe bien en qué consiste, a qué orden de conducta se refiere, si es algo más que un término aprendido en la televisión o la Nintendo. Todo ello remite no a la edad, sino al fin de una era, que a lo mejor no ha existido más que en las intenciones. Intención es el hombre en cualquier caso, porque si no, no es nada.
Estupendo Josh Brolin, sorprendente el tendero (Gene Jones) en la breve escena de la moneda, que le roba a Bardem –la escena, no la moneda-, y una película llena de fuerza, aunque se tenga al final la impresión de que esa fuerza se le va por algún agujero.
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