Pasan pocos minutos de las doce de la mañana. Es un día seco y soleado en Madrid. Al cajero automático de la calle Príncipe de Vergara, cerca de la Plaza de República Dominicana, en la zona Norte de Madrid, le da el sol.
La señora imbécil llega a toda prisa. Va a coger un taxi para llegar a un cita a las 12:30. En el cajero que da a la calle no hay nadie.
La parada de taxis está a cuatro metros; la del metro, a diez metros, las señoras que van con el carrito de la compra, tras pasar por el mercado de Potosí, (uno de los más caros de la capital) charlan plácidamente.
La imbécil mete la tarjeta en el cajero, se para un poco para evitar el reflejo del sol y marca la clave. ¡Zas! En ese momento, una chavala de unos 14 años, con el periódico La Farola en la mano, la agarra del brazo y en un lenguaje ininteligible, del que sólo entiende la palabra euros, le tira del brazo...
Señora: Oye, espera chica. No llevo un euro encima. Saco y te doy algo. La imbécil piensa "esta chica esta alterada, como si tuviera algún problema, hambre, mono, algo".
En ese momento se da cuenta de que a su izquierda, otra adolescente, con otro periódico en la mano, la empuja fuerte, le grita algo y pone el periódico encima del teclado digital del cajero, tapándolo.
Todo es cuestión de segundos. La imbécil grita. "Eh, estaros quietas, mi tarjeta, mi bolso..." y empuja a la chica que tiene a su derecha, que la agarra más fuerte del brazo, la zarandea y la grita, mientras la de detrás hace algo.
La imbécil trata de zafarse, incluso de dar un empujón a la chica que no tiene más años que su propia hija. ¿13, 14? En el forcejeo se cae la cartera al suelo y la señora boba se inclina a recogerla, pensando qué es lo que quieren las chicas. Un señor caballeroso reacciona y agarra a la chica por los brazos, que deja de dar patadas y empujones a la señora. La otra ya ha salido corriendo hacía la boca del metro.
Señor caballeroso: La tengo bien sujeta, ¿qué le han quitado? Señora: Nada,nada. Ya tengo la tarjeta y yo no había marcado ninguna cantidad. Déjela marchar, es una niña.
La suelta y la extranjera (con aspecto de ser procedente de los países del este) echa a correr hacía el metro, sujetando su falda larga, de flores, por donde ha desaparecido la otra chavala.
Aparece corriendo un camarero, chaqueta blanca, del bar de al lado: "¡Cogedlas, cogedlas! Le han quitado 300 euros. Seguro!"
La señora imbécil insiste: "Que no, que no. Si yo no había marcado ninguna cantidad".
Camarero: que sí, que te digo yo que te han birlado 300 euros. Entra a la sucursal y compruébalo.
Entran en la sucursal del banco. El señor caballeroso por delante, tras preguntar a la imbécil si estaba bien y si le habían hecho algún daño. La señora, limpiándose las medias negras de las patadas y sujetando una pulserita de las que llevan colgajos: "No, no. Sólo me han roto la pulsera en la pelea. No es nada". Tras la humillación, piensa, la dignidad ante todo. Menos numerito.
El señor caballeroso protesta ante los empleados. El director de la sucursal sale y explica que han llamado muchas veces a la policía. Son dos chicas que se ponen a los lados de las señoras que van a sacar dinero. Antes, vigilan de cerca, haciendo como que piden. Son unas profesionales.
Justo en el momento en el que ya la víctima ha marcado la clave secreta de su cuenta y cuando va a meter la cantidad que quiere, armadas con los dos periódicos, empiezan la faena. La que se sitúa a mano derecha distrae a la víctima, la zarandea y le grita.
Mientras, la del lado izquierdo pone el periódico sobre el teclado, presiona el botón que corresponde a la cantidad de trescientos, que ya saben dónde está por la distribución del teclado digital y retira el dinero, tapando todo el proceso con el periódico. Salen corriendo y se meten en el metro.
A veces, apunta el camarero, hay un tipo más maduro alrededor. Parece que es al que dan el dinero. Si la policía llega a tiempo, las coge, pero sin nada encima. Sólo con La Farola, la revista de los mendigos. Con ella piden en la calle.
Mientras todo esto es explicado por los empleados del banco, otro bancario diligente entra en la cuenta de la víctima imbécil. "Sí señora, aquí está. El camarero tenía razón. Le han robado 300 euros."
El director de la sucursal le dice que presente la denuncia. La tarjeta tiene un seguro y si entrega la denuncia al banco, puede que pueda recuperar algo. O todo.
Comienzan las charlas, las iras de los clientes que ya se han enterado, la impotencia de los empleados, que dicen que aunque avisen a la policía, como las chicas son menores, si las pillan no pueden hacer nada.
"Ah, la nueva modalidad del atraco con periódicos a mujeres o gente mayor en los cajeros", le dicen en el banco, "Ya ha sido denunciada por alguna televisión". En cuanto a la recuperación de los 300 euros, mejor que lleve la denuncia pronto al banco.
El seguro de las tarjetas y de los bancos va a plantear enseguida que no es un problema de seguridad en el cajero automático, sino de seguridad ciudadana en la calle. Así que déjese usted atracar pronto. Si no, no recuperará su dinero.
Ah, por cierto, la imbécil soy yo.
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